En el exilio | Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf)
La dimensión cósmica de la Resurrección
Una vez, un crítico le preguntó a Pierre Teilhard
de Chardin: “¿Qué tratas de hacer? ¿Por qué todo este comentario sobre átomos y
moléculas cuando estás hablando de Jesús?” Su respuesta: Trato de formular una
Cristología suficientemente amplia para incorporar a Cristo, porque Cristo no
es únicamente un acontecimiento antropológico, sino un fenómeno cósmico
también.
En esencia, lo que dice es que Cristo no vino sólo
a salvar a los seres humanos; vino a salvar la tierra también.
Esta visión es particularmente relevante cuando
tratamos de entender todo lo que está implicado en la resurrección de Jesús.
Jesús fue resucitado de la muerte a la vida.
Un cuerpo es una realidad física; así que, cuando es resucitado como un
cuerpo (y no sólo como un alma) hay algo en eso que es más que meramente
espiritual y psicológico. Hay algo radicalmente físico en esto. Cuando un
cuerpo muerto es resucitado a una vida nueva, los átomos y moléculas están
siendo reorganizados. La resurrección consiste en más que algo que cambia en la
conciencia humana.
La resurrección es la base para la esperanza
humana, con toda seguridad; sin ella, no podríamos esperar ningún futuro que incluyera
algo más allá de los muy asfixiantes límites de esta vida. En la resurrección
de Jesús un nuevo futuro nos es dado, uno más allá de nuestra vida de aquí. No
obstante, la resurrección da también un nuevo futuro a la tierra, nuestro
planeta físico. Cristo vino a salvar la tierra, no sólo a las personas que
viven en ella. Su resurrección asegura un nuevo futuro para la tierra como
también para sus habitantes.
La tierra, como nosotros, necesita ser salvada.
¿De qué? ¿Para qué?
En una correcta comprensión cristiana de las
cosas, la tierra no es sólo una plataforma para los seres humanos, algo con
ningún valor en sí mismo, aparte de nosotros. Como la humanidad, es también una
obra de arte de Dios, criatura de Dios. Verdaderamente, la tierra física es nuestra
madre, la matriz de la cual provenimos todos. Al fin, no estamos al margen del
mundo natural, más bien somos esa parte del mundo natural que ha venido a ser
consciente de sí misma. Nosotros no quedamos al margen de la tierra, y ella no
existe simplemente para beneficio nuestro, como un escenario para el actor, que
abandona una vez que la obra ha acabado. La creación física tiene valor en sí
misma, independientemente de nosotros. Nosotros necesitamos reconocer eso, y no
sólo practicar una mejor ética ecológica para que la tierra pueda continuar
proporcionando aire, agua y comida a las futuras generaciones de los seres
humanos. Necesitamos reconocer el valor intrínseco de la tierra. Es también
obra de arte de Dios, es nuestra madre biológica y está destinada a compartir
la eternidad con nosotros.
Además, como nosotros, está sujeta a decadencia.
Es también limitada por el tiempo, mortal y agonizante. Fuera de una
intervención desde el exterior, no tiene ningún futuro. La ciencia ha enseñado
por largo tiempo la ley de la entropía. Dicho simplemente, esa ley establece
que la energía de nuestro universo se está agotando, el sol se está
consumiendo. Los años que nuestra tierra tiene por delante, como nuestros
propios días, están calculados, contados, finitos. Eso tardará millones de
años, pero la finitud es la finitud. La tierra tendrá un fin, según sabemos,
exactamente como habrá un fin para cada uno de nosotros, así como vivimos
ahora. Fuera de alguna recreación desde el exterior, tanto la tierra como los humanos
que vivimos en ella no tenemos ningún futuro.
San Pablo enseña esto explícitamente en la Carta a
los Romanos, donde nos dice que la creación, el cosmos físico, está sujeto a la
vanidad, y está gimiendo y suspirando por verse libre para gozar de la gloriosa
libertad de los hijos de Dios. San Pablo nos asegura que la tierra gozará del
mismo futuro que los seres humanos, resurrección, transformación más allá de
nuestra presente imaginación, un futuro eterno.
¿Cómo será transformada la tierra? Será transformada
del mismo modo que nosotros, a través de la resurrección. La resurrección
introduce en nuestro mundo, espiritual y físicamente, un nuevo poder, un nuevo
orden de cosas, una nueva esperanza, algo tan radical (y físico) que sólo puede
ser comparado con lo que sucedió en la creación inicial cuando los átomos y las
moléculas de este universo fueron creados de la nada por Dios. En esa creación
inicial, la naturaleza fue formada, y su realidad y leyes modelaron todo desde
entonces hasta la resurrección de Jesús.
Sin embargo, en la resurrección sucedió algo
nuevo, que tocó cada aspecto del universo, desde el alma y la psique dentro de
cada hombre y mujer hasta el núcleo interior de cada átomo y molécula. No es
algo casual que el mundo mida el tiempo por ese suceso. Estamos en el año 2021
desde que sucedió esa radical recreación.
La resurrección no fue únicamente espiritual. En
ella, los átomos físicos del universo fueron vueltos a poner en orden. Teilhard
estaba en lo cierto. Necesitamos una visión suficientemente amplia para
incorporar la dimensión cósmica de Cristo. La resurrección incumbe a las
personas y al planeta.
Publicado en:
https://www.ciudadredonda.org/articulo/la-dimension-cosmica-de-la-resurreccion
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...