Cultura y Vida | José Arregi
Moderación
La moderación es una virtud fundamental de la
vida. Y al decir “virtud” no me refiero a su acepción moral, ascética y
religiosa, sino a su sentido etimológico: fuerza. La moderación significa
fuerza vital tranquila, energía serena e invencible.
Está hecha de cordura, mesura, templanza. Cordura:
el buen juicio de la cordialidad. Mesura: la sabiduría inspirada por la medida
de todas las cosas y de nosotros mismos. Templanza: el equilibrio del deseo,
libre y atemperado.
La moderación requiere contención y renuncia, pero
no son éstas su inspiración y su móvil. Tampoco es fruto del esfuerzo. No
fuerces nada, no te fuerces. El sabio Laozi enseñó: “Quien se sostiene de
puntillas no permanece mucho tiempo en pie, quien da largos pasos no puede ir
muy lejos” (Dao De Jing, 24). Deja que fluya la fuerza de tu ser más hondo.
La moderación brota cuando acogemos nuestras
sombras y heridas, y nos abrimos al aliento profundo. Las ambiciones se
disuelven, y los complejos se disipan. No necesitamos luchar contra nosotros
mismos y contra aquello que, en los demás, amenaza nuestros ilusorios sueños de
grandeza. No tenemos nada que defender, nadie a quien atacar. Nos volvemos
modestos, humildes. Y emerge la mesura, serena y firme.
La moderación es nuestro ser natural, verdadero. Y
no estamos lejos, aunque así nos parezca. Solo nos falta un paso: reconocer y
acoger los fantasmas, miedos, angustias que nos habitan, y dejar que se
diluyan, sin defenderte ni agredirte. Sin condenarte por lo que eres ni aspirar
a lo que no eres.
Pero la moderación no es un asunto meramente
personal y privada, sino eminentemente social, económico, político, ecológico y
planetario. Lo mismo sucede con el Camino Medio enseñado por Buda: no es mero
desapego (falsamente) “espiritual” ni mero “término medio” (ficticio) entre dos
extremos, sino humanidad, compasión comprometida. La moderación es una manera
solidaria de vivir, de trabajar, producir y consumir, en un mundo donde los
excesos de unos causan las carencias mortales de otros, donde la opulencia
depredadora de unos desgarra la igualdad humana y el equilibrio de la vida en
el planeta. La moderación –cordura, mesura, templanza– conlleva una mirada
política a la realidad, un programa político global, una acción política
pacífica y subversiva contra el sistema inhumano dominante. En la moderación
personal y común se juega la supervivencia de la humanidad y de la comunidad
planetaria de vivientes.
Y en último término, la moderación personal y
política brota de la confianza profunda, y en ella se sostiene. Así lo expresa
el Salmo 131, uno de los más profundos y bellos de la Biblia:
Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos
altaneros.
No pretendo grandezas que superan mi capacidad,
sino que acallo y modero mis deseos.
Como un niño en brazos de su madre,
como un niño sostengo mi deseo.
¡Espere Israel en el Señor, ahora y por siempre!
Nuestro ser egocentrado es pueril, veleidoso,
inquieto, presa inconsciente de necesidades y deseos superficiales. Este salmo
es un canto a la paz, una invitación a aquietar, moderar, recoger nuestro deseo
egoico como a un niño en brazos de su madre.
Si este sencillo Salmo te resulta inspirador,
apréndelo de memoria y repítelo a menudo, sobre todo cuando tus pretensiones de
grandeza arruinan tu paz, y cada noche al acostarte, poniendo tu confianza en
lo más profundo de ti y de tu prójimo, en el Aliento vital que engendra y
sostiene cuanto es.
José Arregi. Aizarna, 1 de marzo de 2021
(Publicado en el libro Respira tu ser, Ediciones
feadulta.com, Madrid 2021).
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