Casa de Luz | Dr. Juan Rafael Pacheco
El viejo pescador de gran corazón
Mi amigo vivía
hace años en Baltimore frente al Hospital Johns Hopkins. Ocupaba la primera
planta y arriba alquilaba habitaciones.
“Una noche
alguien tocó. Era un hombre de apariencia desagradable, casi enano. Su cara,
muy hinchada. Su voz, agradable.
‘Buenas
noches. ¿Tendrá habitación disponible? Vine desde la costa y ya no hay
transporte. He buscado un cuarto y nada. Debe ser por mi cara. Dice el doctor
que con tratamientos adicionales…’
Sus próximas
palabras me convencieron: ‘Puedo dormir en esta mecedora. Mi autobús sale
tempranito.’ Le ofrecí hacerle espacio. Preparé la cena y lo invité. ‘No
gracias, tengo la mía’, enseñándome la funda en que la traía.
Luego
conversamos. Tenía un corazón extra grande aprisionado en aquel pequeñísimo
cuerpo. Era pescador. Mantenía su hija, su esposo ya inválido y sus cinco
hijos.
En cada frase
daba gracias a Dios por sus bendiciones. Su enfermedad, cáncer de piel, no era
dolorosa y mantenía su vigor para continuar luchando.
Lo acomodé con
mis hijos. Al levantarme, sus sábanas
nítidamente dobladas y el hombrecillo en la galería. No quiso desayunar. Al
despedirse, me preguntó si podría volver. ‘Sus hijos me hicieron sentir como en
casa. A los adultos les molesta mi cara pero a los niños no’. Le dije que siempre sería bienvenido.
La próxima vez
llegó a eso de las siete, trayéndome un gran pescado y las ostras más grandes
que haya visto, recogidas ese mismo día. Su autobús había salido a las cuatro,
por lo que casi no habría dormido. En años siguientes, traía pescado, ostras o
vegetales de su huerto.
En ocasiones,
recibíamos pescado y ostras empacadas en una caja de espinacas frescas. El
regalo era doblemente valioso pues caminaba tres millas para enviarlo y era
poco el dinero que producía. Entonces recordaba el comentario del vecino
aquella vez que lo vio irse de casa: ‘¿Y ustedes aceptaron ese hombre? Yo si no. ¡Se pierden clientes alojando gente
así!’.
Es posible.
Conocida su enfermedad, no habría obstáculo. Nosotros agradeceremos su amistad
por siempre. De él aprendimos a aceptar
lo malo sin quejas y lo bueno con gratitud.
Recientemente,
visitando una amiga que tiene invernadero, admiré el más precioso crisantemo.
Estaba en una lata vieja y oxidada. Pensé: ‘¡Si fuera mío, lo tendría en el
tarro más precioso!’.
Mi amiga me
hizo cambiar de idea. ‘Me quedé sin cacharros. Sabiendo cuán hermosa sería esta
planta, sabía que no le importaría empezar en esta vieja olla. No sería por mucho tiempo, tan sólo hasta
replantarla.’
Me reí con
todas mis ganas, imaginándome una escena similar en el cielo. ‘Esta es
especialmente bella’, diría Dios al crear el alma del viejo pescador. ‘No le
importará empezar en ese cuerpo tan pequeño’.
Esto sucedió
hace mucho tiempo, y ahora, en el jardín del Señor, ¡cuán esbelta y hermosa
debe estar su alma!” concluyó mi amigo.
Dios no se
fija en las cosas que se fija el hombre.
El hombre mira las apariencias; el Señor mira el corazón.
Los amigos son
algo muy especial. Te hacen reír y te estimulan a que triunfes. Abren sus oídos
a cuanto les dices y siempre tienen palabras de elogio. Muéstrales cuánto los
aprecias.
Y nunca mires
a nadie como si lo hicieras desde un quinto piso… a menos que sea para ayudarlo
subir.
Bendiciones y
paz.
Mis cuentos aparecen publicados en Catholic.net
Este cuento aparece publicado en la página 167 de mi libro “¡Descúbrete! Historias y cuentos para ser
feliz”. Disponible en Papelería Villa Olga, teléfono 809 583 4165,
Santiago; Librerías Paulinas, La Sirena y Librería Cuesta. ADH 853
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