Espiritualidad | P.
Rovinson Mejía
Consagremos nuestras familias al corazón de Jesús
Caminos para el corazón de hoy
La pregunta de los hombres de todos los tiempos no
ha cambiado: ¿dónde y cómo puedo encontrar la felicidad? En lo profundo de
nuestro corazón todos encontramos el mismo deseo: queremos ser felices.
La experiencia nos dice, sin embargo, que la
felicidad del hombre sólo se encuentra en la medida en la que es saciada su
ansia de infinito. El ser humano está creado para lo que es grande, para el
infinito.
Ahora bien, ese deseo de infinito se identifica en
nosotros con el deseo de ser amados por un Amor que no tiene límites. He aquí
que “Dios es Amor” (1Jn 4,8) y se nos ha manifestado como el Amor infinito,
eterno, personal y misericordioso que responde de un modo pleno a las ansias de
felicidad que hay en el corazón de todo hombre.
La respuesta a este interrogante nos la da la
misma revelación de Dios: Dios es la fuente de la vida, y eliminarlo equivale a
separarse de esta fuente, e inevitablemente, privarse de la plenitud y la
alegría: “sin el Creador la criatura se diluye”. Podemos comprobarlo en las
experiencias e intentos de construir un “paraíso en la tierra” al margen de
Dios, efectuados en la sociedad a lo largo de la historia y de hoy.
Las dificultades, conflictos y dudas del corazón
del hombre sólo se resuelven en el encuentro con el Corazón de Dios. “Nos
hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
ti”, dice San Agustín. Esta “inquietud” se refiere a nuestras dificultades para
“alcanzar” el Amor como consecuencia de nuestra condición de criaturas, puesto
que somos finitos y, más aún, somos pecadores. Una y otra vez tropezamos con
nuestro egoísmo y con los desórdenes de nuestras pasiones que nos impiden
alcanzar ese Amor.
El corazón del hombre “necesitaba” de un Corazón
que estuviera a su “nivel” pero que también fuera omnipotente para sacarlo de
su pobreza y de su pecado. Por tanto, Dios ha salido al encuentro del hombre en
Jesucristo y nos ha amado “con corazón humano”. Por esto dice el Señor: «Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad mi yugo
y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y así encontraréis
vuestro descanso» (Mt 11,28-29).
En este encuentro del corazón del hombre con el
Corazón de Jesús se ha realizado la Redención: “Desde el horizonte infinito de
su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la
condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar
y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón
humano de Jesús, el Nazareno”. Dice Francisco: “El Corazón de Jesús es el
símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo
imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que
ha brotado la salvación para la entera humanidad”.
Esta devoción corresponde más que nunca a las
esperanzas de nuestro tiempo. En el fondo de todo hombre resuena una llamada
del Amor, una nostalgia de Dios, marginado hoy en nuestra cultura que prefiere
rendir culto a los ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero
fácil. Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el
sentido de su vida y de su destino. Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó
“con corazón de hombre”, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y
libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón
del hombre, dice el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 21).
Jesús compasivo transparenta la misericordia del
padre
Jesús es “manso y humilde de corazón”, compasivo
con las necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Los evangelios
nos recuerdan su amor privilegiado a los enfermos, a los pobres, a los que
padecen necesidad, pues “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”,
su actitud de acogida con respecto a los pecadores. La vida de Jesucristo
transparenta el amor del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9).
Toda su existencia terrena remite al misterio de
un Dios que es Amor, comunión de Amor, Trinidad de Personas unidas por el
recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida. Da
testimonio del Padre, que es “rico en misericordia” y está dispuesto a perdonar
siempre al hijo que sabe reconocerse culpable.
“Sólo el corazón de Cristo, que conoce las
profundidades del amor de su Padre, ha podido revelarnos el abismo de su
misericordia de una manera a la vez tan sencilla y tan bella” (Catecismo de la
Iglesia Católica, 1439). Como dice Francisco: “Es un amor que no se puede
entender. Un amor de Cristo que supera todo conocimiento. Supera todo. Así de
grande es el amor de Dios. Y un poeta decía que era como “el mar, sin orillas,
sin fondo...”: un mar sin límites. Y éste es el amor que nosotros debemos
entender, el amor que nosotros recibimos”.
Hermanos: necesitamos beber de un manantial de
verdad y de bondad donde recurrir ante las diferentes situaciones y en el
cansancio de la vida cotidiana. Nos hace falta el descanso en el amor de Cristo
para confiar y percibir la presencia del Señor Jesús junto a nosotros. Su
corazón estaba lleno de un amor perfecto al Padre y a los hombres. Nosotros
aprendemos lo que es amor tratando de comprender y de vivir algo del amor de
Cristo y reparando con nuestra entrega por las ofensas de nuestros pecados y de
todos los hombres.
Bendiciones
P. Rovinson Mejía, parroquia Inmaculada
Concepción, Cotuí.
Publicado en: Reflexionando la Palabra
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