Desde los tejados |Manuel Maza Sj
En el pecado, muerte. En la fe, vida
En el libro de la SabidurÃa (1, 13 – 15; y 2, 23 –
25) leemos, “la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y los que
son de su partido pasarán por ella”.
La muerte de la que aquà se habla es la muerte
espiritual, aquella que proviene de negar nuestra identidad más profunda: somos
criaturas, llamados de la nada al ser para relacionarnos con Dios, la fuente de
nuestra vida. Estamos llamados a dar vida. Los corintios dan vida al cooperar
generosamente con la comunidad de Jerusalén (2ª Corintios 8, 7 – 15).
El pecador se separa de Dios y su proyecto. Quien
peca, se convierte en su propio centro y convierte esta vida en su único fin.
Pero eso es mentira. Estamos hechos para una relación eterna con Dios. Por eso,
quien está aferrado a esta vida, vive el tránsito hacia la otra como un
desgarramiento trágico.
La muerte es un sÃmbolo del pecado y su salario
fatal. Muchos la viven solamente como tragedia, derrota y ruptura de relaciones
y proyectos En esta vida tramposa, donde el mal parece tener la última palabra,
quien obra el bien está apostando a que “la justicia es inmortal” (SabidurÃa).
Los corruptos y cÃnicos se rÃen del justo; consideran que malgasta su vida haciendo
el bien. Pero el justo reirá de último: “no has dejado que mis enemigos se rÃan
de mÔ (Salmo 29).
El Evangelio (Marcos 5, 21 – 43) nos muestra a
Jesús, el Viviente, tomando de la mano a una niña que daban por muerta,
levantándola.
Si nos fundamentamos en el egoÃsmo perverso,
mataremos y moriremos. Fundamentemos nuestras vidas en hacer el bien. ¡La
justicia es inmortal!
Ante esta República, que tantos dan por muerta,
démosle la mano y proclamemos: ¡no está muerta, está dormida!
Fundamentemos nuestras vidas en hacer el bien. ¡La
justicia es inmortal!
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