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    viernes, 25 de junio de 2021

    Fidelidad, hipotecar el tiempo


    Matrimonio y Familia | Bonifacio Fernandez





    Fidelidad, hipotecar el tiempo

     

    La viva es breve. El tiempo es oro. El tiempo huye. En nuestro tiempo vivimos de manera acelerada. El tiempo es escaso. Procuramos estirarlo, llevados de la enorme cantidad de estímulos que solicitan nuestra dedicación y tiempo.

     

    En la medida en que el espacio de la vida se acorta a esta vida mortal, en esa misma medida se incentiva el activismo. No hay que perder oportunidades de experimentar cosas, de hacer descubrimientos y experiencias. Por un lado, el trabajo se hace más exigente y absorbente. Todo el tiempo que le dediques es poco. Por otro, la sociedad del consumo nos despierta y estimula un sinfín de deseos. Requieren satisfacción inmediata para dar lugar a otros nuevos deseos.

     

    El resultado de esta aceleración es que resulta muy difícil introducir algo nuevo en el horario y ritmo semanal. Suelen terminar sobrando los tiempos que, siendo reconocidos como muy importantes, son menos urgentes: tiempos para el diálogo en pareja y en familia, tiempo para escucharse mutuamente, para estar juntos, para orar, para visitar y acompañar a los mayores…

     

    En esta situación no es fácil hipotecar el tiempo. Las palabras “siempre” y “jamás” están fuera de uso. La promesa del futuro nos asusta. Da miedo vincular el tiempo de la vida con una hipoteca a los 15 años, a los treinta años. La cultura secular actual nos recuerda constantemente que la vida es breve. Es cierto que vivimos más tiempo cronológico. Pero el tiempo se ha concentrado. La vida eterna ha desaparecido del horizonte de muchas personas. La felicidad se juega en el abreviado tiempo presente. Se desencadena una lucha sin cuartel por sacar todas las melodías que la vida puede dar. Nos explotamos a nosotros mismos. Queremos vivir muchas vidas en una sola. Por eso andamos a carreras. La presencia de la muerte es ignorada e inaceptable. Puede dar al traste con todos nuestros anhelos de vivir.

     

    La realidad social que vivimos afecta a todas las formas de relación. La fidelidad se ha vuelto necesario, pero difícil. La relación de amor conyugal, de amistad, de compromiso vocacional pasa por distintas etapas. Se pone de relieve su fragilidad antropológica. La visión cristiana entiende que la relación conyugal es sacramental: remite más allá de sí misma. La fe plenifica y confiere solidez a la realidad humana que es la relación de amor. Por eso es una buena noticia.



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