Celebrar el Domingo | Ángel Moreno
La pregunta de Dios a Adán
Siempre me impresiona la primera pregunta de
Dios al hombre: “¿Dónde estás?”. Seguro que Él sabía dónde estaba, pero toma la
iniciativa de buscarlo, de ir hacia Adán, aunque este se esconda.
La pregunta del Creador a Adán revela que Dios
no abandona a su suerte a los humanos, ni les deja perecer en su desobediencia
y pecado. El Creador no nos ha hecho para desentenderse de nosotros, que somos
sus criaturas; por el contrario, siempre nos dará la oportunidad de
encontrarnos con Él, porque Él desea encontrarse con nosotros.
El papa Francisco valora positivamente en muchas
de sus enseñanzas sobre la misericordia este sentimiento del pecador, como esta
respuesta de Adán a Dios, de que estaba escondido, avergonzado de su desnudez.
En el discurso que pronunció en el primer
encuentro con los Misioneros de la Misericordia, nos dijo: “Quisiera, por
último, recordar un elemento del que no se habla mucho, pero que es, por el
contrario, determinante: la vergüenza. No es fácil ponerse frente a otro
hombre, incluso sabiendo que representa a Dios, y confesar el propio pecado. Se
siente vergüenza tanto por lo que se ha cometido, como por tener que confesarlo
a otro. La vergüenza es un sentimiento íntimo que incide en la vida personal y
que exige por parte del confesor una actitud de respeto y de ánimo. Muchas
veces la vergüenza te deja mudo y…, el gesto, el lenguaje del gesto. Desde las
primeras páginas, la Biblia habla de la vergüenza. Después del pecado de Adán y
Eva, el autor sagrado observa de inmediato: «Se les abrieron los ojos a los dos
y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las
ciñeron» (Gén 3, 7). Le primera reacción de esta vergüenza es la de esconderse
delante de Dios” (cf. Gén 3, 8-10) (Audiencia 10 de febrero, 2016).
Dios no dejó a los primeros padres sumergidos en
su intemperie vergonzante, sino que Él mismo tejerá unas túnicas y se las
colocará, para rescatarlos de su sentimiento doloroso y humillante. El salmista
reza: “Del Señor viene la misericordia y la redención copiosa”. “De Dios
procede el perdón y así infunde respeto”. Dios no desea que la relación que
quiere mantener con nosotros nazca de la amenaza, ni del miedo al castigo, sino
por haber experimentar su entrañable misericordia, de la que debe nacer a la
vez el agradecimiento y la capacidad de perdonar.
Dice Jesús en el Evangelio: “Creedme, todo se
les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan”.
Solo la soberbia camuflada de desesperanza impide el perdón, porque significa
resistirse al regalo del Espíritu Santo. Fue la reacción primera de Pedro,
cuando Jesús se puso a sus pies. Si no te dejas perdonar no tienes parte con el
Señor.
Amigo: “¿Dónde estás? ¿Estás escondido de Dios,
avergonzado; o humilde en su presencia?
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