Fe y Vida | Leonardo Boff/Religión Digital
"Ven Espíritu Santo,
renueva la faz de la Tierra
y salva a nuestros
pueblos"
En medio de la pandemia:
la
urgencia del Espíritu de vida
En plena
pandemia, con miles de muertos cada día,
celebramos la fiesta de Pentecostés, del Espíritu dador de
vida y sanador. Su actuación junto a todos los que están en
primera línea del combate
a la Covid-19 es urgente para mantenerlos vivos, protegidos y
con el ánimo heroico de continuar en su misión de salvar
vidas, poniendo en peligro las suyas propias. El himno litúrgico
de la fiesta de hoy dice que es el “consolador óptimo y
el dulce refrigerio”. Más que nunca debe mostrarse con estos
dones a todos los que trabajan en los hospitales.
Reflexionemos un poco
sobre la naturaleza del Espíritu Santo y su relevancia
para la vida y para el dramático momento actual.
En primer lugar
es importante decir que el Espíritu fue
el primero en llegar a este mundo, y sigue llegando todavía.
Vino y armó su tienda sobre María de Nazaret. Es decir,
fijó su morada permanente en ella (Lc 1,35) y elevó lo
femenino a la altura de lo Divino.
De esta
presencia suya se originó la santa
humanidad del Hijo de Dios. El Verbo armó su
tienda (Jn 1,14) en el hombre Jesús, engendrado por
María. En un momento de la historia, ella, la simple mujer
de Nazaret, es el templo de Dios vivo: en
ella habitan dos Personas divinas: el Espíritu que la hace “bendita
entre todas las mujeres” (Lc 1,42) y el Hijo de Dios,
creciendo dentro de ella, de quien es verdaderamente madre.
Después, el Espíritu descendió sobre
Jesús cuando
fue bautizado por Juan Batista (Mt 3,16) y
lo inflamó para su misión liberadora. Descendió sobre la primera
comunidad reunida en Jerusalén (Hch 2,1-3), en la fiesta de
Pentecostés, haciendo nacer la Iglesia.
Continuó descendiendo, independientemente de si las
personas eran cristianas y bautizadas o no, como ocurrió con
el oficial romano
Cornelio, pagano todavía (Hch 11,45). Y en toda la historia ha
venido siempre antes que los
misioneros, haciendo que en el corazón de los pueblos
prevalezca el amor, se cultive lajusticia y se
viva la compasión, todos señales de la presencia del Espíritu. Una
vez entrado en la historia nunca más la dejó.
Toma lo que es de Jesús, lo pasa adelante, pero
también “anuncia cosas nuevas que han de venir” (Jn 16,13).
Por el Espíritu irrumpen los
profetas, cantan los poetas, crean los artistas, y las personas
practican el bien, lo justo y
lo verdadero. Del Espíritu se moldean los
santos y santas, especialmente aquellos que entregan su propia
vida para la vida de los otros, como ahora los que
trabajan, casi hasta la extenuación, en los hospitales de
todoslos paises y del mundo.
También por
el Espíritu viejas y crepusculares instituciones de repente se
renuevan y prestan el servicio necesario a las
comunidades, como lo está haciendo el Papa Francisco y
también otras Iglesias cristianas.
El mundo
está grávido
del Espíritu incluso cuando el espíritu de la
iniquidad persevera en su obra, hostil a la vida y
atodo lo que es sagrado y divino. Eso está
ocurriendo en nuestro país con un gobernante más amigo de
la muerte que de la vida.
Quien se
siente más perjudicado en este momento, sin casa adecuada para morar,
sin saber lo que va a comer el día
siguiente, sin trabajo y sin ninguna
seguridad contra los ataques del virus letal es
el pobre. Hoy son millones. Los pobres
gritan. Y Dios, que es el Dios del grito, es
decir, aquel que escucha el grito del oprimido, deja su
transcendenciay baja para escucharlos y liberarlos, como en
el caso del cautiverio en Egipto (cf. Ex 4,3). Es
el Espíritu quien nos hace gritar Abba, Papá (Rm 8,15;
Gal 4,6). Por eso el Espíritu es el padre
y el padrino de los pobres (pater pauperum)como la
Iglesia canta en esta fiesta.
Seguramente no lo hace milagrosamente, pero les da ánimo y
resistencia,
voluntad de lucha y de conquista. No deja que sus
brazos decaigan. Él envió la luz
a los corazones de los pobres para descubrir las
iniciativas apropiadas, para resistir y de hecho han llegado
vivos hasta hoy. Si los indígenas no pudieron ser totalmente
exterminados y ahora, por negligencia de las autoridades
brasileras están en grave peligro, si los afrodescendientes no sucumbieron
bajo el peso de la esclavitud, fue porque dentro de ellos había
una energía de resistencia y de liberación (axé) aquello
que el himno llama dones y luz de los
corazones: el Espíritu Santo, poco importa el nombre
que le demos.
A los
desesperados Él se muestra como un consolador sin igual. No los asiste desde
afuera. Viene a morar dentro de ellos
como huésped para auxiliarlos y aconsejarlos, pues
esta es su misión. En los grandes
aprietos y crisis, Él se anuncia como una referencia de
paz, de calma: un refrigerio. Así lo dice el himno
de Pentecostés, que estoy citando literalmente.
Él surge
como el gran consolador. Cuántas veces en estos
tiempos sombríos de epidemia, las amarguras de la vida nos
llenan los ojos de lágrimas. Cuando perdemos a un ser querido
sin poder despedirnos de él y guardar el luto necesario o
cuando vivimos profundas frustraciones, afectivas o profesionales, como
desempleados/as parece que caemos en unabismo. En estos momentos es
cuando debemos suplicar: “Ven Espíritu, confórtanos, enjuga
nuestras lágrimas y calma nuestros sollozos”.
El Espíritu Santo vino una
vez y sigue viniendo permanentemente. Pero en momentos
dramáticos como los nuestros,bajo
la Covid-19, necesitamos clamar: ”Ven Espíritu Santo,
renueva la faz de la Tierra y salva a nuestros
pueblos”.
Si
el Espíritu no viene, estaremos condenados a
ver el paisaje descrito por el profeta Ezequiel
(c.37): la Tierra cubierta de cadáveres y huesos por todas
partes. Y eso no lo queremos de manera alguna. Pero cuando Él
viene, los cadáveres se revisten de vida y el desierto se vuelve
un vergel. Los pobres recibirán su justicia, los
enfermos conseguirán salud y los pecadores, que somos todos nosotros,
recibiremos el perdón y la gracia. Ojalá eso suceda pronto.
Esta es
nuestra fe, y más aún, nuestra inquebrantable esperanza, unida a
una profunda solidaridad con todas las víctimas de la Covid-19
de nuestro pais y del mundo.
*Leonardo Boff es teólogo y ha escrito: El Espíritu Santo: fuego interior, dador de vida y padre de los pobres, Managua, Pavsa 2014.Traducción de Mª José Gavito Milano
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