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    miércoles, 30 de junio de 2021

    Virgen María y el Espíritu Santo


    Rincón de la Palabra | José Israel Cruz Escarramán




    Relación entre la Virgen María y el Espíritu Santo

     

    La misión divina que compete al Espíritu Santo en todo el orbe de la tierra es la santificación, el papel de la Virgen María ayudarnos a crecer en la santidad, su misión es transformarnos en santos. ¿No parecería contradicción o usurpación de roles que corresponda a la Virgen María el papel que tiene el Espíritu Santo de convertirnos en santos? “Sí, Durante nuestro bautismo es Él quien actúa de modo que dejemos de ser simples criaturas para ser miembros del Cuerpo de Cristo, y es Él quien nos ayuda en nuestra continua transformación mediante una constante conversión. Muy bien. Entonces, ¿Cómo entra María en todo esto?”.

     

    María es la esposa del Espíritu Santo. En la Anunciación, el ángel Gabriel declaró que María concebiría y daría a luz un hijo y que el Espíritu Santo vendría sobre ella (Lc 1,31-35). Ya desde ese momento el ya existente e insondablemente profundo vínculo entre María y el Espíritu Santo establecido desde el primer momento de su Inmaculada Concepción, se reveló como una verdadera unión esponsal (Gen 2,24). Como resultado de esa unión, al Espíritu Santo le complace trabajar y actuar mediante su esposa, María, por la santificación del género humano. El Espíritu Santo en libre elección y sin necesidad de ello, simplemente se regocija en ella, la cual también fue elección del Padre y del Hijo.

     

    Ella fue la elegida por el Espíritu Santo, autor de todos los frutos espirituales, para producir el mejor fruto en este mundo: el fruto trascendente que es Dios hecho hombre.

     

    La gran tarea divina de la Virgen María es, en unión con el Espíritu Santo, transformar a los seres humanos en “otros Cristos”. Cada persona es invitada a descansar en el vientre de la Virgen María y ser ahí transformada más perfectamente, por el poder del Espíritu Santo, en imagen de Cristo. Si queremos ser transformados más plenamente en Cristo, necesitamos pertenecer más plenamente a la Virgen María con el auxilio del Espíritu Santo, que “despierta en cada uno de nosotros lo mejor de nosotros mismos, despierta en la Virgen María su capacidad materna para dar a luz al Hijo de Dios”.

     

    No sabemos que es lo que tiene la Virgen María nos dice el padre Larrañaga, que allá donde ella se hace presente se da una presencia clamorosa del Espíritu Santo. Esto acontece desde el día de la Encarnación. Aquel día fue la «Persona» del Espíritu Santo la que tomó posesión total del universo de María. Desde aquel día, la presencia de la Virgen María desencadena una irradiación espectacular del Espíritu Santo.

     

    Cuando Isabel escuchó el ¡saludo de la Virgen María! “quedó llena del Espíritu Santo” (Lc 1,41). Cuando la Virgen María estaba en el templo, con el niño en los brazos, esperando su turno para el rito de la presentación, el Espíritu Santo se apoderó del anciano Simeón para decir palabras proféticas y desconcertantes.

     

    En la mañana de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo irrumpió violentamente, con fuego y temblor de tierra, sobre el grupo de los apóstoles, ¿acaso no estaba este grupo presidido por la Madre? (He 1,14). Algún parentesco misterioso y profundo se da entre estas dos «personas». ¿No es verdad que esa Iglesia naciente, que estaba presidida por la presencia invisible del Espíritu Santo, estaba también presidida por la presencia silenciosa de la Madre? Si los apóstoles recibieron todos los dones del Espíritu Santo en aquel amanecer de Pentecostés, podremos imaginar qué plenitud recibiría aquella que antes recibiera la Presencia personal y fecundante del Espíritu Santo. ADH 856


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