Reflexión | P. Jaime Tatay, SJ/Madre y Maestra
Una actitud cristiana
Cuidar la creación de Dios
(I)
Todavía hay quien se pregunta por qué las religiones se han interesado en los últimos años por la cuestión ecológica y, sobre todo, por lo que pueden aportar a un debate en apariencia técnico.
De nuevo, los vulnerables
los más afectados
En el caso de la Iglesia Católica,
la respuesta es sencilla: el interés se debe a la estrecha conexión que hay
entre la degradación ambiental y la vulnerabilidad de aquellos más
desfavorecidos o frágiles: pobres, niños, enfermos, ancianos, mujeres, pueblos indígenas
y minorías empobrecidas.
A esta evidente preocupación
se suman otras muchas razones y motivos, como la importancia de pensar en las
futuras generaciones o el valor que tiene la propia Creación como don de Dios y
lugar de encuentro con Él.
Benedicto XVI, por ejemplo,
insistió en que “los costes económicos y sociales que se derivan del uso de
los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean
sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las
futuras generaciones” (Caritas in veritate, 50) (Ver Código QR).
Francisco, años más tarde,
nos ha recomendado la relación entre la responsabilidad intergeneracional y la
tradicional cuestión social: “nuestra incapacidad para pensar seriamente en
las futuras generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los
intereses actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos
solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy,
que tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando” (Laudato
si, 162) (Ver Código QR).
Ahora bien, la inquietud
moral que plantea la conciencia ecológica no sólo se extiende hacia el prójimo
lejano -aquellos contemporáneos nuestros que sufren la injusticia de la degradación
ambiental- y el prójimo futuro -aquellos que vendrán en el futuro- sino
que apunta también hacia el resto de la especies y ecosistemas.
Los monasterios, un
ejemplo a seguir
Para los cristianos, la
vida monástica resulta iluminadora en este debate, dado que es un modo de vida
que se basa en la estabilidad y, por tanto, busca una presencia responsable en
el territorio donde se instala. Una presencia orientada al futuro, es decir,
perdurable en el tiempo, sostenible, diríamos hoy. De esta presencia
cuidadosa y responsable son testigos los innumerables espacios naturales bien
conservados que encontramos en torno a los monasterios, las ermitas y los
santuarios rurales.
Otro de los cruciales planteados por las problemáticas ecológicas gira en torno al estatuto del ser humano en el conjunto de la naturaleza: ¿Qué es lo que nos distingue del resto de formas de vidas? ¿Qué nos hace especiales? ¿Qué legitima nuestro señorío sobre el resto de los seres vivos?
Publicado por Madre y Maestra
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