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    domingo, 4 de julio de 2021

    El desarrollo y las religiones (I)


    Actualidad | Jaime Tatayjunio





    La Agenda 2030 para el desarrollo y las religiones (I)

     

    Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos el año 2015 en la Agenda 2030 son el resultado de un largo proceso de deliberación y reflejan un amplio consenso internacional respecto de los grandes retos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI.

     

    Resulta evidente que científicos, economistas, ingenieros, políticos, sociólogos y hasta militares tienen sobrados motivos para interesarse por los ODS. La contaminación, la disrupción de los patrones climáticos, la destrucción de la capa de ozono, la degradación del suelo, la erosión, la acidificación de los océanos, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de recursos renovables y no renovables o el desequilibrio de los ciclos del nitrógeno y el fósforo – por nombrar sólo algunos de los principales problemas y límites planetarios señalados por la comunidad científica – son razones más que suficientes para movilizar a los principales actores que conforman la sociedad.

     

    Cuestiones vitales para el futuro de nuestra civilización y en apariencia tan dispares como la disponibilidad de agua, la protección frente a las radiaciones ultravioletas, la seguridad alimentaria, la propagación de enfermedades, la productividad agrícola, la salud pública, el riesgo financiero, la estabilidad política, la seguridad nacional o los flujos migratorios están – directa o indirectamente – relacionadas, siendo el objeto de estudio de los múltiples análisis especializados de carácter interdisciplinar que han conducido a la formulación de los ODS.

     

    Entre los interlocutores que convoca la Agenda 2030, sin embargo, llama la atención que no aparezcan actores globales tan influyentes como las grandes tradiciones religiosas. Para unos, este silencio es lógico ya que las religiones no deberían involucrarse en un debate técnico, ajeno a cuestiones de fe. Para otros, sin embargo, la exclusión de la religión de los debates sobre el desarrollo y la sostenibilidad resulta injustificada no sólo por las graves implicaciones morales de estas cuestiones sino también porque, en un mundo donde la inmensa mayoría de la población encuentra su visión de la realidad, su fuente de sentido y su guía ética en una tradición espiritual, resulta evidente que el actor confesional no puede quedar al margen. Ahora bien, para justificar la entrada de las religiones en el foro interdisciplinar de la sostenibilidad, debemos preguntarnos primero: ¿Qué motiva su interés por la cuestión? ¿Qué legitima su intervención? Y, sobre todo: ¿En qué consiste su potencial contribución?

     

    En este artículo proponemos diez motivos que justifican la implicación confesional. Son motivos que ofrecen tanto claves de lectura de las declaraciones religiosas de los últimos años como estrategias para la transformación personal, institucional y social. Todos ellos coinciden con dimensiones estructurales de la experiencia espiritual, con «tradiciones profundas» compartidas por las diversas confesiones.[2] Se trata de la dimensión profética, ascética, penitencial, apocalíptica, sacramental, soteriológica, mística, sapiencial, comunitaria y escatológica que atraviesa la experiencia espiritual de la humanidad. La articulación de estos diez elementos permite esbozar los contornos de un ethos medioambiental interreligioso.

     

    Dimensión «profética»

     

    La injusticia que genera la degradación de la naturaleza ha sido la entrada principal al debate ecológico para las grandes religiones. En el caso de las religiones bíblicas, la denuncia de la degradación social ligada al deterioro ambiental resuena con la tradición profética.[3] Si los profetas de Israel clamaron ante la corrupción de las relaciones sociales, económicas, políticas y religiosas de su época, hoy día esa denuncia se extiende también a la relación con la creación y, de forma indirecta y diferida, a nuestra relación con las futuras generaciones y con el prójimo lejano.

     

    Tras la revolución tecnológica y la acelerada globalización económica y cultural de las últimas décadas, el círculo de consideración moral no puede restringirse ya al tiempo presente ni a nuestra pequeña comunidad local. El limitado marco espaciotemporal de la ética ha quedado desbordado de forma irreversible. La proliferación de armas de destrucción masiva y el peligro de un holocausto nuclear en la segunda mitad del siglo XX puso ya sobre la mesa con toda su crudeza la radical novedad que la era tecnológica introducía en la ética y la política convencional.

     

    En la era del antropoceno[4], la era geológica en la que el ser humano se ha convertido en la principal fuerza de transformación planetaria, la denuncia profética resulta crucial. A esta conclusión han llegado, por ejemplo, el judaísmo: «Instamos a quienes se han centrado en la justicia social a que aborden la crisis climática, y a quienes se han centrado en la crisis climática a que aborden la justicia social»[5].

     

    Las tradiciones religiosas proponen un ejercicio de «doble escucha» – de la tierra y de los pobres, del momento presente y de la historia pasada, del contexto local y de la dinámica global, de los signos externos y de las pulsiones internas – que complementa los análisis meramente técnicos. Así lo afirma Francisco en Laudato si’: «Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental» (LS 139).


    (1). Este artículo está basado en mi trabajo anterior: J. Tatay, Creer en la sostenibilidad. Las religiones ante el reto medioambiental, Barcelona, Cristianisme i Justicia, 2019.

    Imagen: guillaume-de-germain-6Xw9wMJyHus-unsplash


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