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Jaime Tatayjunio
La Agenda 2030 para el
desarrollo y las religiones (I)
Los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS) establecidos el año 2015 en la Agenda 2030 son el resultado de
un largo proceso de deliberación y reflejan un amplio consenso internacional
respecto de los grandes retos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI.
Resulta evidente que cientÃficos,
economistas, ingenieros, polÃticos, sociólogos y hasta militares tienen
sobrados motivos para interesarse por los ODS. La contaminación, la disrupción
de los patrones climáticos, la destrucción de la capa de ozono, la degradación
del suelo, la erosión, la acidificación de los océanos, la pérdida de
biodiversidad, el agotamiento de recursos renovables y no renovables o el
desequilibrio de los ciclos del nitrógeno y el fósforo – por nombrar sólo
algunos de los principales problemas y lÃmites planetarios señalados por la
comunidad cientÃfica – son razones más que suficientes para movilizar a los
principales actores que conforman la sociedad.
Cuestiones vitales para el futuro de
nuestra civilización y en apariencia tan dispares como la disponibilidad de
agua, la protección frente a las radiaciones ultravioletas, la seguridad
alimentaria, la propagación de enfermedades, la productividad agrÃcola, la
salud pública, el riesgo financiero, la estabilidad polÃtica, la seguridad
nacional o los flujos migratorios están – directa o indirectamente –
relacionadas, siendo el objeto de estudio de los múltiples análisis
especializados de carácter interdisciplinar que han conducido a la formulación
de los ODS.
Entre los interlocutores que convoca
la Agenda 2030, sin embargo, llama la atención que no aparezcan actores
globales tan influyentes como las grandes tradiciones religiosas. Para unos,
este silencio es lógico ya que las religiones no deberÃan involucrarse en un
debate técnico, ajeno a cuestiones de fe. Para otros, sin embargo, la exclusión
de la religión de los debates sobre el desarrollo y la sostenibilidad resulta
injustificada no sólo por las graves implicaciones morales de estas cuestiones
sino también porque, en un mundo donde la inmensa mayorÃa de la población
encuentra su visión de la realidad, su fuente de sentido y su guÃa ética en una
tradición espiritual, resulta evidente que el actor confesional no puede quedar
al margen. Ahora bien, para justificar la entrada de las religiones en el foro
interdisciplinar de la sostenibilidad, debemos preguntarnos primero: ¿Qué
motiva su interés por la cuestión? ¿Qué legitima su intervención? Y, sobre
todo: ¿En qué consiste su potencial contribución?
En este artÃculo proponemos diez
motivos que justifican la implicación confesional. Son motivos que ofrecen
tanto claves de lectura de las declaraciones religiosas de los últimos años
como estrategias para la transformación personal, institucional y social. Todos
ellos coinciden con dimensiones estructurales de la experiencia espiritual, con
«tradiciones profundas» compartidas por las diversas confesiones.[2] Se trata
de la dimensión profética, ascética, penitencial, apocalÃptica, sacramental,
soteriológica, mÃstica, sapiencial, comunitaria y escatológica que atraviesa la
experiencia espiritual de la humanidad. La articulación de estos diez elementos
permite esbozar los contornos de un ethos medioambiental interreligioso.
Dimensión «profética»
La injusticia que genera la
degradación de la naturaleza ha sido la entrada principal al debate ecológico
para las grandes religiones. En el caso de las religiones bÃblicas, la denuncia
de la degradación social ligada al deterioro ambiental resuena con la tradición
profética.[3] Si los profetas de Israel clamaron ante la corrupción de las
relaciones sociales, económicas, polÃticas y religiosas de su época, hoy dÃa
esa denuncia se extiende también a la relación con la creación y, de forma
indirecta y diferida, a nuestra relación con las futuras generaciones y con el
prójimo lejano.
Tras la revolución tecnológica y la
acelerada globalización económica y cultural de las últimas décadas, el cÃrculo
de consideración moral no puede restringirse ya al tiempo presente ni a nuestra
pequeña comunidad local. El limitado marco espaciotemporal de la ética ha
quedado desbordado de forma irreversible. La proliferación de armas de
destrucción masiva y el peligro de un holocausto nuclear en la segunda mitad
del siglo XX puso ya sobre la mesa con toda su crudeza la radical novedad que
la era tecnológica introducÃa en la ética y la polÃtica convencional.
En la era del antropoceno[4], la era
geológica en la que el ser humano se ha convertido en la principal fuerza de
transformación planetaria, la denuncia profética resulta crucial. A esta
conclusión han llegado, por ejemplo, el judaÃsmo: «Instamos a quienes se han
centrado en la justicia social a que aborden la crisis climática, y a quienes
se han centrado en la crisis climática a que aborden la justicia social»[5].
Las tradiciones religiosas proponen un ejercicio de «doble escucha» – de la tierra y de los pobres, del momento presente y de la historia pasada, del contexto local y de la dinámica global, de los signos externos y de las pulsiones internas – que complementa los análisis meramente técnicos. Asà lo afirma Francisco en Laudato si’: «Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental» (LS 139).
(1). Este artÃculo está basado en mi trabajo anterior: J. Tatay, Creer en la sostenibilidad. Las religiones ante el reto medioambiental, Barcelona, Cristianisme i Justicia, 2019.
Imagen: guillaume-de-germain-6Xw9wMJyHus-unsplash
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