Estudios | María Magdalena
Medina Filpo, FI
Trasfondo bíblico-teológico en Fratelli Tutti. Claves
hermenéuticas:
La fraternidad bíblica y sus fundamentos
La palabra fraternidad no es de uso frecuente en
la Biblia. Raramente aparece en ella; sin embargo, su fundamento se encuentra
desde su principio. La teología de los primeros capítulos del libro del
Génesis, a partir de la imagen y semejanza desde las que fueron creados el
hombre y la mujer, así lo testifica. La entera humanidad fue creada así, a su
imagen. Aquí radica el principio fundante de la fraternidad bíblica, que no se
define por sus lazos sanguíneos, sino por su procedencia originante radicada en
Dios. Así mismo, del reconocer en la otra persona la imagen de Dios resulta la
hermandad, porque se ve en ella la hermana y el hermano, “carne de mi carne y
huesos de mis huesos” (Gen 2,23).
El discurso profético del papa Francisco en
Frattelli tutti encuentra en esta fuente su motivación profunda. El primer
capítulo responde a esta imagen y semejanza divina de lo humano, ofuscada y
deteriorada por un sistema económico neoliberal al que el papa contrarresta
proféticamente en sus numerales del 9-55. Porque un sistema organizado de ese
modo desfigura la obra de Dios, desfavoreciendo el desarrollo de la fraternidad
universal.
El sueño de Dios es la humanidad hermana, sin
fronteras construidas. Esta noción de fraternidad universal está de hecho
latente en el Antiguo Testamento. Una serie de textos aparecen de modo sucesivo
en el Pentateuco que el papa Francisco cita en su encíclica. En el
Deuteronomio, Israel es llamado a acoger “al levita y al emigrante, al huérfano
y a la viuda” (Dt 16,14; 24,21-22), y en el Levítico indica: “El emigrante que
reside entre ustedes será para ustedes como el indígena, que lo amarás como a
ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Lv 19,33-34).
El vocablo hermano (’aḥ en hebreo y
adelfós en griego) es muy rico por sus varios matices en la Biblia. Puede
referirse a los nacidos del mismo seno materno (Gn 42), pero también al
pariente lejano e incluso a aquellos fuera del vínculo de la sangre, como
describe la biblista española Margot Bremer. La institución del go’el fue
creada para salvar al hermano de una situación de empobrecimiento absoluto
hasta perderlo todo y convertirse en esclavo. De modo que salvar al hermano no
es facultativo para un israelita bíblico, es su obligación. La ley del levirato
lo responsabiliza de perpetuar el nombre de su hermano difunto. Es un
imperativo lo de edificar su casa: “Si varios hermanos viven juntos y uno de
ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un
hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella, ejercerá su levirato
tomándola por esposa y el primogénito que ella dé a luz, llevará el nombre de
su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel” (Dt 25,5). En los
libros sapienciales se aprecia la suerte de tener un buen hermano. Lo peor que
a alguien le podría pasar es el abandono de los hermanos, porque el hermano
“nace para tiempo de angustia” (Pr 17,17); así se queja Job: “Mis hermanos se
apartan de mi lado” (Jb 19,13). El hermano significa seguridad y protección; ni
siquiera por oro de Ofir se podría cambiar (Eclo 7, 20).
Por otro lado, explica Bremer, se trata de una
hermandad que supera los lazos de sangre. Las doce tribus israelitas así
también se entienden desde esa dinámica: descendientes de doce hermanos, los
hijos de Jacob (Israel), con unas exigencias de solidaridad y equidad
contempladas en la Alianza. Incluso hasta de los animales domésticos del
hermano hay que preocuparse: “Si ves extraviada alguna res del ganado mayor o
menor de tu hermano, no te desentenderás de ella, sino que se la llevarás a tu
hermano. Y si tu hermano no es vecino tuyo, o no le conoces, la recogerás en tu
casa y la guardarás contigo hasta que tu hermano venga a buscarla; entonces se
la devolverás” (Dt 22,1-4). Además de esta fraternidad y solidaridad procedente
de la nacionalidad, Israel reconoce la fundada por la fe, en la figura de
Abraham (Rm 4,12), portador de las promesas (Gn 12,2), abriéndose de ese modo
hacia una hermandad universal. Esta conciencia va aconteciendo de modo
progresivo, preconizada por la profecía alcanzando su plenitud en Jesús. Según
san Pablo, para esto ha venido Jesús, para ser hermano de todos “primogénito
entre muchos hermanos” (Rm 8,29) “que todos sean reconciliados y se reconozcan
hijos adoptivos de un mismo padre” (Ef 1,5).
Publicado en revista Raíces. Año 8, No. 14, mayo
2021.
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