Comentario | Baldomero López Carrera/Laico Dominico
“No desprecian a un
profeta más que en su tierra”
Los profetas, despeciados
Las lecturas de la misa de hoy nos proponen como
modelo de conducta el «profetismo» representado por el
profeta Ezequiel en la primera lectura del Antiguo Testamento y de modo
eminente y definitivo por Jesús, en el evangelio de Marcos. Al usar el proverbio
de que «no desprecian a un profeta nada más que en su casa», Jesús se presenta
claramente como profeta. ¿Qué es un profeta o una profetisa, puesto que en los
pueblos del oriente próximo esta era una función que también ejercían las
mujeres –no así la del sacerdocio–? Pues es una de las personas que realiza la
mediación entre Dios y su pueblo. En los principios del profetismo bíblico, era
el mediador entre Dios y el rey de Israel, por la sencilla razón de que este y
su corte eran los dueños absolutos de su pueblo y los que marcaban el modo de
ser y de actuar de la gente. El pueblo israelita, en realidad, no pintaba nada
en las decisiones que le atañían, por lo que era lógico que el profeta se
dirigiera a los poderosos para comunicarles el mensaje de Dios sobre su modo de
actuar.
Los profetas y las profetisas no hablaban por su cuenta, sino que transmitían el mensaje de Dios, veían la realidad de lo que sucedía a su alrededor con ‘los ojos de Dios’
Siempre ha circulado entre nosotros el dicho de que
«Dios lo ve todo», queriendo expresar con ello que es un vigilante perspicaz al
que nada se le escapa de cuanto hacemos los humanos. Pero deberíamos sustituir
este proverbio de espía omnipresente que le atribuimos a Dios por este otro:
«Dios lo ve todo de otra manera: al modo de un Padre misericordioso». Ante el
hombre de la parábola atacado por salteadores y herido, pasaron un sacerdote,
un levita y no vieron nada, pero el «buen» samaritano percibió con los «ojos de
Dios» que allí había un hombre necesitado, al que vendó sus heridas, lo llevó a
la posada y cuidó de él. (Lc 10, 30–37). Así son los profetas y las profetisas.
Sus ojos son capaces de ver una realidad distinta de la que perciben los otros
mortales. Para ello necesitan una relación muy profunda con Dios, de la que
reciben la inspiración para hacerse con los «ojos de Dios» y ver al modo divino
las cosas que suceden en la vida diaria de las personas.
Los profetas son personas amenazadas porque abordan
las cuestiones más fundamentales de la sociedad, de la política, de la
economía, del culto y de la religión con los ojos críticos de Dios,
y esta actitud les acarrea la animadversión de los poderosos y de mucha otra
gente. Jesús, el intermediario por excelencia entre Dios y los seres humanos,
no fue bien recibido en Nazaret ni por su familia ni por sus paisanos. No
aparecen con claridad los motivos por los que su familia y sus vecinos
rechazaron a Jesús. Es muy probable que fuera la predicación del reinado de
Dios. La gente esperaba un Mesías que los librara de los romanos y no uno que
dijera que Dios se identificaba con el huérfano, con la viuda, con el
hambriento, con el extranjero, con el enfermo o con el que estaba en la cárcel
(Mt 25, 36 y ss.). La posibilidad de entender lo que dice Jesús solo se da cuando
uno está dispuesto a hacerse discípulo de Jesús y a seguirle, a tener fe, como
dice el evangelio de hoy.
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