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    jueves, 29 de julio de 2021

    Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía


    Fundación Salesiana Don Bosco| Luis Rosario

     



    Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía

     

    ¡Abajo la tristeza y la melancolía! ¡Pa’ fue­ra la bilis amarga y el pesimismo! La vi­da hay que verla co­lor esperanza.

     

    ¿Para qué vives? Estamos condenados a ser felices. ¡Fe­liz condena! Desde que esta­mos en el vientre de nuestras madres buscamos la felici­dad.

     

    Afirmar que vivimos para ser felices, parece ser la co­sa más clara del mundo; sin embargo, da la impresión de que no estamos convencidos de eso, sino de lo contrario.

     

    Inventamos formas de ro­barnos la felicidad, a través de comportamientos de re­chazo de nuestra propia per­sona y de los demás.

     

    Hoy nos comprometemos a hacer de la alegría la tónica permanente en nuestra vida. Estar alegres es sentirnos fe­lices; esto es fruto de sereni­dad y paz, de profunda satis­facción interior. Esa alegría que nace desde dentro nos permite dar lo mejor de no­sotros, saludar con amor a los demás, desearles bue­nos días, buenas tardes, son­reírles, manifestando que su presencia nos agrada.

     

    La alegría interior genera relaciones que permiten ubi­carnos en este mundo con el firme propósito de ser feli­ces: creando ayuda mutua, concordia, buenas relacio­nes. La alegría debe ser parte esencial de nuestro proyecto de vida.

     

    Ya lo decía Don Bosco: “Tristeza y melancolía, fue­ra de la casa mía.” Al mismo tiempo reconocía que cuan­do un joven está triste es por­que está enfermo del cuerpo o del alma.

     

    Pero ni siquiera la enfer­medad del cuerpo debe ale­jar la alegría profunda que nace de un alma en paz con­sigo misma, con los demás y con Dios. He visitado mu­cha gente enferma que me ha dado una tremenda “pela de calzón quitao” con su ac­titud de serenidad y alegría, a pesar del cuadro difícil de enfermedad por el que atra­vesaban.

     

    Para Don Bosco, incluso, la santidad consiste en es­tar siempre alegres. Natu­ralmente no se trata de la “alegría” que es fruto de una chercha cualquiera, de la in­gesta de potes de romo o de cualquiera vagabundería o parranda sin control.

     

    La alegría de que hablaba Don Bosco era aquella que Francisco de Asís vivió y de­jó en testamento a su familia espiritual: la santa alegría. Es aquella que tiene su origen en Dios, que es amor; la que nace de la armonía interior de la persona, se irradia ha­cia los demás y se manifies­ta en el respeto y cuidado del medio ambiente.

     

    Quien está alegre de ver­dad testimonia que tiene a Dios en su corazón y lo comunica con su actitud, creando un clima humano agradable. Esa es nuestra ta­rea: ser felices y hacer felices a los demás.

     

    Respira hondo, llénate de paz interior, déjate de “ñe, ñeñe”, y haz que la alegría sea la tónica de tu vida, para que seas feliz.

     

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