Fundación Salesiana Don Bosco| Luis Rosario
¡Abajo la tristeza y la
melancolía! ¡Pa’
fuera la bilis amarga y el pesimismo! La vida hay que verla color esperanza.
¿Para
qué vives? Estamos condenados a ser felices. ¡Feliz condena! Desde que
estamos en el vientre de nuestras madres buscamos la felicidad.
Afirmar que vivimos para
ser felices, parece ser la cosa más clara del mundo; sin embargo, da la
impresión de que no estamos convencidos de eso, sino de lo contrario.
Inventamos formas de
robarnos la felicidad, a través de comportamientos de rechazo de nuestra
propia persona y de los demás.
Hoy nos comprometemos a
hacer de la alegría la tónica permanente en nuestra vida. Estar alegres es sentirnos
felices; esto es fruto de serenidad y paz, de profunda satisfacción
interior. Esa alegría que nace desde dentro nos permite dar lo mejor de
nosotros, saludar con amor a los demás, desearles buenos días, buenas tardes,
sonreírles, manifestando que su presencia nos agrada.
La alegría interior genera
relaciones que permiten ubicarnos en este mundo con el firme propósito de ser
felices: creando ayuda mutua, concordia, buenas relaciones. La alegría debe ser parte
esencial de nuestro proyecto de vida.
Ya lo decía Don Bosco:
“Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía.” Al mismo tiempo reconocía que cuando un
joven está triste es porque está enfermo del cuerpo o del alma.
Pero ni siquiera la
enfermedad del cuerpo debe alejar la alegría profunda que nace de un alma en
paz consigo misma, con los demás y con Dios. He visitado mucha gente enferma que me ha
dado una tremenda “pela de calzón quitao” con su actitud de serenidad y
alegría, a pesar del cuadro difícil de enfermedad por el que atravesaban.
Para Don Bosco, incluso,
la santidad consiste en estar siempre alegres. Naturalmente no se trata de la “alegría”
que es fruto de una chercha cualquiera, de la ingesta de potes de romo o de
cualquiera vagabundería o parranda sin control.
La alegría de que hablaba
Don Bosco era aquella que Francisco de Asís vivió y dejó en testamento a su
familia espiritual: la santa alegría. Es aquella que tiene su origen en Dios, que es
amor; la que nace de la armonía interior de la persona, se irradia hacia los
demás y se manifiesta en el respeto y cuidado del medio ambiente.
Quien está alegre de
verdad testimonia que tiene a Dios en su corazón y lo comunica con su actitud,
creando un clima humano agradable. Esa es nuestra tarea: ser felices y hacer felices
a los demás.
Respira hondo, llénate de paz interior, déjate de “ñe, ñeñe”, y haz que la alegría sea la tónica de tu vida, para que seas feliz.
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