Reflexión | Miguel A. Munárriz/F.
MARÍA, PARÁBOLA DE DIOS
Lc 1, 39-56
«Por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso».
La buena Noticia es que en Jesús hemos visto que
Dios es mucho mejor de lo que nadie había sido capaz de imaginar, y por eso
“Abbá” es el corazón de esa buena Noticia. A Abbá le conocemos en Jesús, el
hombre tan lleno de su espíritu que se le transparentaba, o dicho en lenguaje
coloquial, el hijo que “había salido” a su Padre.
Pero poco les duró a los cristianos la alegría de
este feliz hallazgo, pues desde época muy temprana, la teología erudita se
encargó de dar un cambiazo nefasto sustituyendo a Abbá por el Dios Todopoderoso
que juzga nuestros pecados. Tampoco Jesús salió bien parado de este envite,
pues se convirtió en el Señor (el amo) que volverá para separar las ovejas de
las cabras y enviar a las cabras al castigo eterno.
¡Había muerto la buena noticia!
Pero cuando en lo más recóndito de su ser, allá
donde no llega la conciencia, los fieles cristianos se sintieron desamparados y
a expensas de un juez que iba a determinar su destino, se apresuraron a buscar
una buena abogada; y no puede haber mejor abogada, mejor intercesora, que una
madre, porque su amor es incondicional y no lleva cuentas del mal... Por
supuesto, la mejor madre que podían encontrar era María, la madre de Jesús, así
que la revistieron de los atributos más destacados de Dios-Abbá y recuperaron
lo que les habían arrebatado.
La devoción a María se convirtió así en la más
entrañable, y a sus devotos todo les parecía poco para adornar a la que se
había convertido en su mejor garantía ante la fría justicia de Dios. Era
nuestra madre amantísima, el refugio de los pecadores, el auxilio de los
cristianos, la consoladora de los afligidos... Por supuesto, la madre del cielo
no podía estar sometida al pecado, y nació el dogma de su Concepción
Inmaculada. Tampoco podían sus restos corromperse bajo tierra como los de
cualquier mortal, y eso dio lugar al dogma de su Asunción en cuerpo y alma a
los cielos...
Y desde nuestra mentalidad ilustrada y pedante,
todo esto nos resulta gazmoño y pueril; pensamos que ninguna persona culta del
siglo XXI puede creer en estas simplezas que lo único que revelan es la
inmadurez de la fe de nuestros abuelos... Pero en el fondo es una historia
preciosa que muestra que el Espíritu sopla dónde y cuándo se le necesita, y
muestra también que se encuentra mucho más a gusto entre la gente sencilla que
entre los sabios y entendidos.
Ruiz de Galarreta llamaba a María “Parábola de
Dios”, y añadía: «No hay palabras ni sentimientos capaces de agradecer
suficientemente a María la salvación de todo lo que más caracteriza a la
religión de Jesús, a la buena Noticia: sentirse querido, saber que alguien
siempre te comprende, te perdona y te acoge, alguien a quien no temer, alguien
que no lleva cuentas de mal… Eso, que debería haber sido Dios-Abbá, fue para
los cristianos la madre de Jesús».
Publicado por Feadulta.com
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