Fe y Vida | Auxi Rueda/E
“Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza
nunca”
La
naturaleza no pregunta, sólo ocurre.
Y
ocurre de una manera que sobrepasa nuestras capacidades, reduciendo al ser
humano a mero espectador de los acontecimientos. Quizá, sólo quizá, no seamos
el centro del universo.
Enfrascados
en nuestros problemas diarios, en nuestros propios y egocéntricos problemas,
transcurrimos por el mundo como burros con orejeras, incapaces de mirar más
allá de donde tenemos marcado por nuestro ombliguismo. Y pasamos de puntillas
por todo lo que rodea nuestro ser celestial, divino. Y lo convertimos en mera
comparsa de nuestros propios intereses espúreos. Hasta que, sin preguntar, la
naturaleza ocurre.
Y
ocurre sin que podamos hacer nada al respecto. Más que esperar. Más que
dejarnos fascinar (y sobrecoger) por la fuerza con la que se hace presente.
Lenta. Constante. Destructora. Como si quisiera dar un golpe en la mesa y
reivindicarse. “¡Aquí estoy yo!”, parece decir la Tierra. Y nos empequeñece,
nos vuelve insignificantes, incapaces, inútiles.
Y
es ahí, justo en ese momento, cuando nos damos cuenta de que somos seres
minúsculos. Que no somos dioses. Que somos finitos y limitados. Y asistimos
como meros espectadores al espectáculo natural, asistiendo a la paradoja de
sentir horror, miedo y fascinación al mismo tiempo, de admirar la belleza de la
destrucción hasta el punto de quedarnos absortos ante imágenes cuasi
apocalípticas. Porque no se puede parar, no se puede frenar. Tan sólo queda
esperar.
“Dios
perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca”. Este dicho
castellano se escuchó en 2014, en un encuentro entre el Papa Francisco y el
entonces presidente de Francia, François Hollande. “Cuando se desencadena esta
destrucción de la naturaleza es muy difícil detenerla”, explicaba el Santo
Padre. Entonces, ¿cuál debe ser nuestra relación con la naturaleza, para que
ésta sea clemente? El respeto y el cuidado deben ser la máxima que rija siempre
cualquier interacción humana con la biodiversidad que se nos ha dado.
“No
somos Dios. La Tierra nos precede y nos ha sido dada”, nos recuerda el
Pontífice también en Laudato si. No somos Dios. No somos dioses. Entonces no
actuemos como tal. Sepamos reconocer nuestra limitación creadora. Bajémonos de
nuestro pedestal. Y contemplemos todo aquello que nos rodea no como aquello que
está para servirnos, sino como aquello que, igual que nos cobija, puede también
arrebatarnos lo más preciado.
Porque,
por mucho que nos empeñemos en frenar la lava con una manguera, la naturaleza
seguirá ocurriendo.
Publicado
por Ecclesia
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