Espiritualidad | Juan Croisset, SJ
La Fiesta
de San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia
Celestial
Celebra hoy la santa Iglesia una fiesta particular, no solo en reverencia
del arcángel San Miguel, sino en honor de todos los santos ángeles,
dirigiéndose la misa y el oficio a honrar con especial solemnidad a todos
aquellos bienaventurados espíritus que tanto se interesan en nuestra salvación.
Su santidad, su excelencia, los buenos oficios que hacen con todos los hombres,
con todo el universo y muy en particular con la santa Iglesia, pedían de
justicia este respetuoso reconocimiento; y aunque esta fiesta solo se intitula
de San Miguel, es porque este bienaventurado espíritu fue siempre reconocido
por general de toda la milicia celestial y particular protector de la Iglesia
de Jesucristo, así como lo había sido de la Sinagoga [en el Antiguo
Testamento].
Nos enseña la Iglesia que Dios dio principio a la creación del mundo
criando ante todas las cosas celestiales inteligencias, como para formarse a sí
mismo una numerosa corte, y tener ministros prontos para ejecutar sus
órdenes. Creemos (dice el cuarto concilio
Lateranense) firmemente que no hay más que un solo Dios verdadero;
el cual al principio del tiempo sacó junto de la nada una y otra criatura, la
espiritual y la corpórea, la angélica y la mundana; y que después formó como
una naturaleza media entre las dos, que fue la naturaleza humana compuesta de
cuerpo y alma (Denzinger 428). Es decir, que
los ángeles son unas sustancias criadas, inteligentes y puramente espirituales,
no destinadas a unirse con los cuerpos, de los cuales tienen una total
independencia. Están dotados de dones más o menos perfectos, según sus diferentes
grados de perfección y de excelencia. Habiendo determinado Dios desde toda la
eternidad no dar al cielo ni a los ángeles ni a los hombres, sino a título de
corona y de recompensa, creó a los espíritus celestiales con pleno conocimiento
del bien y del mal, y con una perfecta libertad. Un crecido número de ellos,
viéndose tan perfectos, y desvanecidos con su propia excelencia, en lugar de
referir a su Criador todo lo bueno y excelente que tenían, se complacieron en
sí mismos; y llenos de orgullo, negaron la obediencia a Dios, por lo que fueron
precipitados en los abismos para ser infelices por toda la eternidad. Pero los
otros santos ángeles perseveraron en el bien, siempre fieles a su Criador,
humildes, rendidos y obedientes a sus órdenes, por lo que fueron confirmados en
su gracia. Avecindados eternamente en la celestial Jerusalén, están siempre
delante del mismo Dios, le ven, le adoran, le bendicen, y no cesan de amarle
con un amor perfecto y abrasado. Ellos son los ministros de Dios prontos siempre
a obedecerles, y de ellos se sirve Dios para ejecutar sus órdenes respecto a
todas las criaturas, pero sobre todo a los hombres. Los ángeles son los que
presentan al Señor nuestras oraciones, y de ellos se vale el Señor, ya para
comunicar a los hombres su voluntad, ya para obrar en su favor grandes
maravillas en ocasiones extraordinarias, habiéndoles destinado Dios para
guardas y protectores de toda la Iglesia y de cada fiel en particular. El ángel del Señor (dice el profeta) rodeará siempre a los justos, y los pondrá a cubierto de todo
peligro (Salmo 33).
En todas partes del Viejo y Nuevo Testamento se habla de estos espíritus
bienaventurados, de sus funciones y ministerios. Tres ángeles se aparecieron a
Abrahán, y le anunciaron el nacimiento de un hijo (Génesis 12). El ángel Rafael
acompañó al joven Tobías (Tobías 5). El ángel Gabriel instruyó a Daniel en lo
que había de suceder, y le declaró el tiempo en que había de nacer el Mesías
(Daniel 5). El mismo ángel predijo a Zacarías el nacimiento de San Juan, y
anunció a la Santísima Virgen la encarnación del Verbo en sus entrañas,
saludándola llena de gracia y Madre del Redentor. Los ángeles anunciaron a los
pastores el nacimiento del Salvador del mundo. Ellos sirvieron a Cristo en el
desierto, y le confortaron en el huerto de las Olivas; ellos anunciaron su
resurrección, y después de su ascensión a los cielos pronosticaron su segunda
venida en calidad de juez.
Sabemos, dice San Gregorio, que los ángeles están repartidos en tres
jerarquías, y cada jerarquía en tres coros o en tres órdenes. La primera
jerarquía es de los Serafines, Querubines y Tronos: la segunda de las
Dominaciones, Virtudes y Potestades; y la tercera de los Principados,
Arcángeles y Ángeles. Los Serafines son aquellos que están más inflamados que
los otros en el fuego del divino amor. Los Querubines los más iluminados que
los otros, a quienes comunican lo que entienden y lo que saben. La Escritura
nos dice que, después que Dios arrojó a Adán y a Eva del paraíso terrenal, puso
a la puerta un Querubín con una espada de fuego para que ninguno volviese a
entrar al árbol de la vida. Los Tronos son unos espíritus que sirven como de
trono a la Majestad de Dios. Las Virtudes son aquellos que sobresalen en
fuerzas para obrar efectos portentosos. Las Potestades son unos espíritus que
contienen el poder y la malignidad de los demonios; presiden a las causas
inferiores y segundas, estorbando que las cualidades contrarias arruinen la
economía del universo. Se les da este nombre (dice San Gregorio) porque ellos
son los que nos muestran el poder de Dios. Las Dominaciones son aquellos
espíritus que tienen imperio sobre los hombres, y dominan a los ángeles
inferiores. Los Principados son aquellos que tienen particular poder para
guardar y defender los reinos. Aunque el nombre de Ángel es común a todos aquellos espíritus
celestiales, pero se atribuye particularmente a los que componen el octavo y el
noveno coro de toda su jerarquía. La palabra ángel significa
lo mismo que enviado; pero entre los Ángeles y
los Arcángeles hay la diferencia de que los ángeles son aquellos espíritus que
envía Dios para las cosas comunes y ordinarias; más los Arcángeles, como de
orden superior a los ángeles, son enviados para los negocios extraordinarios y
de mayor importancia. A esta clase pertenecen los ángeles Gabriel, Rafael y
Miguel. Todas las cosas (dice el Apóstol San Pablo) fueron hechas en Jesucristo, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles;
los Tronos, las Dominaciones y los Principados todos fueron criados en Él y por
Él. (Colosenses 1). Es raro el profeta que no hable de los
Querubines y de los Serafines, dice San Gregorio: Tú, que estás sentado, y eres conducido sobre las alas de los
Querubines (dice David). Los Serafines estaban
alrededor del trono (dice Isaías), y clamaban uno a otro,
diciendo: Santo, Santo,
Santo es el Señor Dios de los ejércitos. En casi todas las páginas se habla de los Ángeles y de los
Arcángeles, dice San Gregorio; y si a estos ocho coros de ángeles añades el de
los Tronos, de que habla San Pablo cuando escribe a los efesios, hallarás que
son nueve los coros de los ángeles: Proculdubio novem esse
Angelorum ordines inveniuntur.
No había, pues, cosa más conveniente que decretar una fiesta particular
en honor de aquellos espíritus celestiales, que desde el primer instante
después de su creación son favorecidos del Altísimo, componen su corte en el
cielo, y no cesan de hacer a los hombres los más importantes servicios; siempre
celosos de nuestra salvación, siempre atentos a todo lo que nos puede conducir
para esta vida y para la otra. La Iglesia instituyó una fiesta particular en
reverencia de los santos ángeles de la guardia el día 2 de octubre: parecía
justo que instituyese también otra particular en honor de todos los demás
ángeles, y estas es la que se celebra el día 29 de septiembre.
Son pocos los santos cuyo culto, al parecer, sea más antiguo que el de los santos ángeles, singularmente el de San Miguel. Llegó este culto a ser excesivo, y a degenerar en una especie de idolatría desde los principios de la Iglesia. El heresiarca Cerinto, como también Simón Mago, según el testimonio de Tertuliano, de San Epifanio y de Teodoreto, decían que el culto y la veneración de los ángeles era un grado absolutamente necesario para elevarnos a Dios, sin cuya escala sería el Señor inaccesible a nosotros; siendo por otra parte como un justo reconocimiento debido a la ley que se comunicó al pueblo de Israel por ministerio de un ángel, a la cual nos quería sujetar aquel heresiarca. No se podía inventar blasfemia más injuriosa a Jesucristo, nuestro único y verdadero mediador para con su Padre, y el divino libertador que nos eximió de la Ley antigua. Contra esta perniciosa doctrina escribió San Pablo a los colosenses, previniéndoles que no dejasen engañar con las apariencias de una virtud postiza, sujetándose a un culto supersticioso de los ángeles, y desviándose del de Jesucristo, cabeza única y único mediador de los ángeles y de los hombres con Dios, su eterno Padre: Nemo vos seducat, volens in humanitate, et religione angelorum, etc. Los secuaces de Cerinto, que, según Teodoreto, estaban esparcidos por las provincias de Frigia y de Pisidia, habían erigido en ellas algunos templos a San Miguel, en los cuales le tributaban un culto que llegaba a ser idolatría. Exterminados después estos herejes, los católicos que desde el tiempo del grande Constantino arruinaban los templos de los falsos dioses, conservaron los que estaban dedicados al arcángel San Miguel, por ser muy religioso el culto de los ángeles, contentándose con purgarlos de las heréticas supersticiones.
No tenemos en la Iglesia más que tres ángeles conocidos con nombres
particulares: San Miguel, San Gabriel, y San Rafael; para mostrarnos, dice San
Gregorio, por los tres particulares nombres la especial virtud y el carácter de
cada uno. Miguel, dice el mismo Santo, significa ¿Quién como Dios? Quis sicut Deus? Gabriel significa fortaleza de
Dios: Gabriel autem fortitudo Dei; y Rafael significa
medicina de Dios: Raphael vero dicitur medicina Dei.
Entre todos los espíritus angélicos siempre fue reconocido San Miguel como el
jefe de toda la milicia celestial, a quien deben adorar más religiosamente los
fieles, profesándole más particular devoción por muchas razones. En el capítulo
10 del profeta Daniel se llama a San Miguel el primero entre todos los jefes
principales. Ninguno me asiste en todas estas cosas sino
Miguel, que es vuestro Príncipe, decía el Ángel [Gabriel] que
hablaba con el Profeta; y el mismo Ángel, hablando de lo que había de suceder
al fin del mundo. Entonces se verá (le dijo) al gran príncipe Miguel que toma
la defensa de los hijos de tu pueblo.
Miguel significa ¿Quién como Dios?
Pero mucho antes del profeta Daniel era ya San Miguel conocido de los
hombres, como los vemos en la epístola de San Judas con motivo de la victoria
que consiguió del demonio. Muerto Moisés, aquel insigne obrador de tantas
maravillas, conoció muy bien el demonio que el pueblo de Israel, tan propenso
naturalmente a la idolatría, acordándose de tantos prodigios como le había
visto obrar, no dejaría de tribular cultos divinos a su cuerpo, forjándose de
él un ídolo; y con este depravado fin pretendía mover los israelitas a que le
erigiesen un magnífico mausoleo. Pero lo estorbó San Miguel como protector del
mismo pueblo, y dispuso las cosas de manera, que los israelitas nunca llegaron
a descubrir el cuerpo de Moisés.
En el Apocalipsis de San Juan se hace mención de otro combate entre San
Miguel y los ángeles rebeldes. Se dio en el cielo (dice) una gran batalla;
Miguel y sus ángeles combatían contra el dragón, esto es, contra Lucifer: el
dragón con los suyos peleaba contra él; pero estos quedaron vencidos, y desde
entonces no han vuelto a aparecer en el cielo. Este gran dragón, esta antigua
serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo fue
precipitado en los infiernos con todos sus ángeles.
Muchos creen que también fue San Miguel aquel Ángel que se apareció a
Josué después que pasó el Jordán, representándosele en figura de un héroe armado,
y ofreciéndose a ayudarle a la conquista y sujeción de los cananeos. ¿Eres de los nuestros, o de los enemigos?, le preguntó
Josué. No (le respondió el Ángel), yo soy el príncipe de los ejércitos del Señor. También
quieren algunos que fuesen el arcángel San Miguel aquel Ángel que se le
apareció a Gedeon para moverle a que libertase al pueblo de Israel de la
servidumbre de los madianitas. Ni son pocos los que opinan que este
bienaventurado espíritu fue el que representó a la majestad de Dios, así en la
zarza ardiendo, como en el monte Sinaí. Lo que no admite duda es, que San
Miguel ha sido siempre venerado como especial protector de la santa Iglesia;
atento a que, después de la ascensión de Cristo a los cielos, no tenemos
aparición alguna auténtica de San Gabriel ni de San Rafael, siendo así que
tenemos muchas y en muchas partes del glorioso San Miguel, que se ha aparecido
a los fieles en muestra de su particular protección a la Iglesia universal.
Depranio Floro, poeta cristiano, habla de una aparición de San Miguel en Roma.
La del monte Gárgano, provincia de la Pulla, en tiempo del Papa Gelasio I, por
los años de 493, es la más célebre; y la Iglesia quiso consagrar su memoria por
una fiesta particular en el día 8 de mayo:
Bonifacio III erigió en Roma una iglesia en honor de San Miguel sobre la
eminencia de la mole o del sepulcro de Adriano, que por esta razón se
llama Monte, y hoy el castillo de Santo Ángel.
También es San Miguel protector de la Francia en particular. Hay en aquel reino
un famoso monasterio llamado Monte San Miguel,
erigido en medio del mar sobre un islote o peñón, en consecuencia, de otra
semejante aparición que hizo San Miguel a San Auberto, obispo de Avranches, el
año de 709. Para reconocer y para merecer más y más esta antigua protección, el
año de 1496 instituyó Luis II en Amboisa la orden militar de San Miguel, cuyo
gran maestre es el mismo rey; y ordenó que los caballeros trajesen siempre
pendiente del cuello un collar de oro compuesto de conchitas enlazadas unas con
otras, y pendiendo de él una medalla del arcángel San Miguel, antiguo protector
del reino de Francia.
Pero lo que debe avivar y encender más la devoción de los fieles con el
glorioso San Miguel es el estar destinado para conducir las almas y
presentarlas al terrible tribunal de Dios para ser juzgadas al salir de esta
vida. Nada nos interesa más que el lograr por especial protector con el
soberano Juez al que se puede llamar su primer ministro; al que tiene a su
cargo presentarnos al Señor en aquel momento decisivo de nuestra eterna suerte,
y aquel en cuyas manos, por decirlo así, rendimos el alma con el último
suspiro. Este es, dice la Iglesia en el oficio del día, este es el arcángel San
Miguel: Princeps militiate angelorum, príncipe de la milicia de
los ángeles. Los honores que se le tributan merecen mil bendiciones a los
pueblos, y su intercesión nos conduce al reino de los cielos: Cujus honor praestat beneficia poipulorum, et oratio perducit ad
regna caelorum. A San Miguel (añade la misma Iglesia) encargó
Dios las almas de sus escogidos para que los condujese a la estancia de los
bienaventurados: Cui tradidit Deus animás sanctorum, ut
perducat eas in regna caelorum. En aquel tiempo de prueba y de
calamidad, dijo el Ángel que anunció a Daniel lo que había de suceder en los
siglos futuros, Miguel, protector de tu pueblo y de todos los fieles, se dejará
ver para defenderlos contra el enemigo de la salvación. In tempore illo
consurget Michael, qui stat pro filiis vestris. Vino el arcángel Miguel (dice la Sagrada Escritura) en socorro del
pueblo de Dios, y nunca deja de ayudar y proteger a los justos: Michael archangelus venit in adjutorium
populo Dei; stetit auxilium pro animabus justis. No es, pues,
de admirar si en todo tiempo se ha profesado una especial veneración y devoción
en la Iglesia al arcángel San Miguel.
En el siglo IV, o por lo menos a principios del siglo V, había a dos
leguas de Constantinopla una célebre y magnifica iglesia, llamada Michalion, o
el templo de San Miguel, porque obraba Dios en ella milagrosas curaciones por
intercesión de San Miguel. Habla de ella Sozomeno como quien experimentó en sí
mismo los maravillosos efectos de su poder para con Dios. Si los ángeles son
nuestros intercesores (dice San Ambrosio), si son nuestros defensores y
nuestros abogados, debemos honrarlos, invocarlos, y dirigirles nuestras
oraciones para que no nos nieguen su protección: Sed et illi, si custodiunt, vestris custodiunt orationibus
advocati. En el canon de la misa y en las liturgias se hace
mención de los santos ángeles; y las Letanías, que son como un resumen de las
oraciones públicas, comienzan por los ángeles después de la Santísima Virgen.
Así, pues, (dice un Doctor del siglo XVII), es verdad en cierto sentido que de
la misma manera que se celebra la fiesta general de la Santísima Trinidad, del
Santísimo Sacramento, y de todos los Santos antes que se instituyesen fiestas
particulares, del mismo modo se celebraba la fiesta general de todos los ángeles
en las liturgias y en las Iglesias antes que se fijase un día particular para
su solemnidad.
Y como esta fiesta se instituyó con motivo de las apariciones de San
Miguel, particularmente la del monte Gárgano, donde se encontró una especie de
bóveda en figura de iglesia abierta en una roca, y el mismo San Miguel dio a
entender que sería de su agrado que se le dedicase, por eso conservó siempre el
título de Dedicación la fiesta que hoy se instituyó con ocasión de estas
apariciones y de estos templos en honra de San Miguel.
Propósitos
Es digno de admiración que, teniendo tanta necesidad de la protección de
los santos ángeles, les tengamos tan poca devoción; y que sabiendo los
importantes servicios que nos pueden hacer, cuidemos tan poco o tan nada de
merecer su benevolencia, de ponerlos al lado de nuestros intereses. Ten toda la
vida esta devoción muy entrañada en tu corazón, y tributa todos los días algún
religioso culto a estas celestiales inteligencias. No se pase día alguno sin
hacerlas alguna oración. San Francisco Javier, apóstol de las Indias, decía
todos los días nueve veces el Gloria Padre, en
reverencia de los santos ángeles. Toma esta devoción.
Honra singularmente a San Miguel como a protector particular de toda la
Iglesia, y como a jefe de la milicia celestial, que ha de recibir tu alma al
salir del cuerpo, y presentarla al tribunal de Dios para ser juzgada. Hazle
alguna oración particular, pidiéndole sobre todo su protección para aquel
momento decisivo de nuestra eterna suerte.
Fuente: Las historias de las vidas de los santos
fueron transcritas del libro “Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los
días del año” del padre Juan Croisset (1656-1738) de la Compañía de Jesús;
traducido al castellano por el padre José Francisco de Isla (1703-1781) de la
Compañía de Jesús. Publicado en el siglo XIX.
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