Reflexión | Santiago Agrelo/RD
Santiago Agrelo: “A Dios lo deshonramos
adornando templos y olvidando a los pobres”
Una embarcación con al menos 70 migrantes a bordo
naufragó frente a la costa de Libia, y se cree que por lo menos 17 personas
perdieron la vida, informó el lunes un funcionario de migración de las Naciones
Unidas. Se trata del más reciente desastre en el mar Mediterráneo en el que hay
involucrados migrantes que buscan una mejor vida en Europa.
Durante años, grupos defensores de derechos y
empleados de agencias de la ONU que trabajan con migrantes y refugiados han
citado testimonios de sobrevivientes sobre un abuso sistemático en los
campamentos de detención en Libia. Esos testimonios incluyen acusaciones sobre
trabajo forzado, golpizas, violaciones y tortura. Los maltratos suelen estar
acompañados de intentos por extorsionar a familiares antes de que se les
permita a los migrantes salir de Libia en barcos de traficantes.
“A mí me lo hicisteis”:
Lo sabemos desde que hemos sido llamados a la fe:
nuestro Dios, aunque siempre escondido, aunque siempre misterio, está siempre
cerca de nosotros, tan cerca como lo están de nuestro corazón los mandatos y
decretos que nos mandó cumplir, la palabra de la Sagrada Escritura que
escuchamos, el Pan de la Eucaristía que recibimos, los pobres con los que nos
encontramos.
Dios se nos mostró cercano, bondadoso, pródigo,
asombroso, sobrecogedor, en esta tierra que nos confió para que la cuidásemos y
la trabajásemos.
Dios se nos hizo cercano como madre y padre que
sube a sus hijos sobre sus rodillas, y les enseña a hablar, a discernir lo que
lleva a la vida y lo que lleva a la muerte: Dios se nos reveló madre y padre
que, con palabras humanas, con lazos humanos, nos ha enseñado a vivir.
Y al llegar a su plenitud los tiempos de la
revelación, sin que nadie lo pudiera sospechar, sin que ningún profeta lo
hubiese podido intuir, sin que ninguna razón lo pudiese prever, Dios se nos
hizo tan cercano que “su Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”: en
Cristo, Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza; en Cristo, Dios
se vació de sí mismo, “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo
pasando por uno de tantos”, y así, como uno cualquiera de nosotros, bajó con
nosotros incluso a la muerte y a una muerte de cruz.
Entonces supimos que, en Cristo Jesús, Dios estaba
tan cerca de nosotros como lo están los hermanos con quienes convivimos, como
lo está la comunidad eclesial a la que pertenecemos, como lo están los
necesitados que encontramos, como lo está el pan de la Eucaristía con que
Cristo Jesús nos alimenta.
Y si alguien nos preguntase qué hay detrás de esa
historia de Dios con nosotros, le diríamos que sólo hay amor, que la razón de
todo es el amor, que todo viene del amor y todo lleva al amor, y sólo el amor
puede honrar a Dios como Dios quiere ser honrado.
Si no lo honramos con la cercanía del corazón,
amándolo allí donde él se nos hace cercano, a Dios sólo lo honraremos con los
labios, que es una manera sarcástica de deshonrarlo.
Lo deshonra quien deja a un lado el mandamiento de
Dios y se aferra a latines, a vestiduras, a genuflexiones, a sacralidades que
son sólo tradiciones humanas.
Lo deshonramos adornando templos y olvidando a los
pobres.
Lo deshonramos pidiendo que atienda nuestras
oraciones y desoyendo su lamento en los oprimidos.
Lo deshonramos fingiendo recibirlo con respeto en
la eucaristía y cubriéndolo de heridas y de injurias y de suciedad en los
emigrantes.
Lo deshonramos apropiándonos de lo que fue creado
para todos, destruyendo lo que los pobres necesitan para comer, y reduciendo la
creación a un basurero.
Y en ese ejercicio blasfemo de honrar a Dios con
los labios y dejarlo fuera del corazón, lamentablemente hemos sido pioneros y
somos maestros los pueblos que nos decimos de «tradición cristiana».
Si queremos saber qué lugar ocupa Dios en nuestra
vida, antes de preguntarnos cuántas veces comulgamos en la eucaristía,
habremos de preguntarnos qué lugar ocupan los pobres en nuestro corazón.
Mañana, cuando todo llegue a su fin, todos hemos
de escuchar la única verdad que vale la pena reconocer ahora, porque en ello
nos va la vida: “A mí me lo hicisteis”.
Feliz encuentro con los pobres en la eucaristía.
Feliz encuentro con Cristo resucitado.
Publicado por Religión Digital
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