Rincón de la Palabra | José Israel Cruz Escarramán
“Yo soy la luz del mundo”
(Jn 8,12)
En esta oportunidad nos aproximaremos
al sentido que tiene el Yo soy la luz del mundo expresado por Jesús en
el evangelio de san Juan.
Este texto está expuesto bajo el
signo de la luz (Jn 8, 12). El simbolismo de la luz está ya presente desde el
diálogo inicial entre los discípulos y Jesús. Se evoca el combate entre la
verdad y la mentira que se desarrolla en el corazón del hombre. Jesús revela
que es «la luz del mundo»; por medio de Él, el discípulo obtendrá «la luz de la
vida» (cf. Jn 1, 4).
El pasaje bíblico en cuestión, hace
alusión a la fiesta de las Tiendas, que comprendía un rito vespertino de la
luz, con procesión de antorchas, que expresaba las esperanzas de contemplar la
luz plena prometida a Israel para el día del Mesías. La luz de los candelabros
se veía en toda la ciudad.
Es Jesús que se ofrece como luz,
según lo expresado por el salmista: En ti está la fuente de vida, en tu luz
vemos la luz (Sal 36, 10). El significado simbólico de la luz: felicidad,
alegría, salvación, liberación, se aplicaba a la obra del Mesías, hasta el
punto de designarse a éste con el nombre de «Luz».
Al presentarse en el templo como
luz, Jesús afirma que se cumple en su persona la larga espera, en Israel, de la
luz definitiva, la que preparaba ya la luz de la ley y luego la de la
sabiduría, y que llegaría a identificarse con la luz mesiánica, es por ello
que, de igual modo, la expresión «la luz del mundo» se aplicaba también a la
Ley, a Jerusalén y al templo.
Jesús crea hombres nuevos,
capacitados por el Espíritu; tales hombres, en relación personal con Él (el
que me sigue) se relacionarán entre sí de una manera nueva, la del amor
mutuo. «Seguir» indica una dirección definida y una vida orientada, mientras
«caminar en la tiniebla» supone una vida sin objetivo, un moverse que lleva a
la muerte (Jn 12, 25).
Por oposición, la tiniebla/mentira
es la muerte. «Tener» significa «poseer». No se sigue una luz exterior, sino la
vida misma comunicada por Jesús, que se hace bien propio de cada uno, como el
agua que él da a beber se convierte en cada uno en un manantial (Jn 4, 14). La
comunidad de Jesús es, por tanto, el lugar de la vida, alegría y libertad, como
la sociedad dominada por la tiniebla lo es del dolor, la tristeza y la muerte.
Por Cristo adquiere el
hombre la verdadera y última comprensión de sí mismo. Él es, por tanto, la
verdadera luz. Puede calmar la sed humana de luz. Sólo Cristo lo puede. Pues en
Él irrumpió en las tinieblas de la historia humana la luz, que es Dios
(Sal. 17, 29; 66, 2; 118, 135). Ya los discípulos de Cristo se convierten desde
ahora en «hijos de la luz» (1 Tes 5, 5).
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