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    jueves, 23 de septiembre de 2021

    “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12)


    Rincón de la Palabra | José Israel Cruz Escarramán

     


    “Yo soy la luz del mundo”

    (Jn 8,12)

     

    En esta oportunidad nos aproximaremos al sentido que tiene el Yo soy la luz del mundo expresado por Jesús en el evangelio de san Juan.

     

    Este texto está expuesto bajo el signo de la luz (Jn 8, 12). El simbolismo de la luz está ya presente desde el diálogo inicial entre los discípulos y Jesús. Se evoca el combate entre la verdad y la mentira que se desarrolla en el corazón del hombre. Jesús revela que es «la luz del mundo»; por medio de Él, el discípulo obtendrá «la luz de la vida» (cf. Jn 1, 4).

     

    El pasaje bíblico en cuestión, hace alusión a la fiesta de las Tiendas, que comprendía un rito vespertino de la luz, con procesión de antorchas, que expresaba las esperanzas de contemplar la luz plena prometida a Israel para el día del Mesías. La luz de los candelabros se veía en toda la ciudad.

     

    Es Jesús que se ofrece como luz, según lo expresado por el salmista: En ti está la fuente de vida, en tu luz vemos la luz (Sal 36, 10). El significado simbólico de la luz: felicidad, alegría, salvación, liberación, se aplicaba a la obra del Mesías, hasta el punto de designarse a éste con el nombre de «Luz».     

     

    Al presentarse en el templo como luz, Jesús afirma que se cumple en su persona la larga espera, en Israel, de la luz definitiva, la que preparaba ya la luz de la ley y luego la de la sabiduría, y que llegaría a identificarse con la luz mesiánica, es por ello que, de igual modo, la expresión «la luz del mundo» se aplicaba también a la Ley, a Jerusalén y al templo.  

     

    Jesús crea hombres nuevos, capacitados por el Espíritu; tales hombres, en relación personal con Él (el que me sigue) se relacionarán entre sí de una manera nueva, la del amor mutuo. «Seguir» indica una dirección definida y una vida orientada, mientras «caminar en la tiniebla» supone una vida sin objetivo, un moverse que lleva a la muerte (Jn 12, 25).

     

    Por oposición, la tiniebla/mentira es la muerte. «Tener» significa «poseer». No se sigue una luz exterior, sino la vida misma comunicada por Jesús, que se hace bien propio de cada uno, como el agua que él da a beber se convierte en cada uno en un manantial (Jn 4, 14). La comunidad de Jesús es, por tanto, el lugar de la vida, alegría y libertad, como la sociedad dominada por la tiniebla lo es del dolor, la tristeza y la muerte.  

     

    Por Cristo adquiere el hombre la verdadera y última comprensión de sí mismo. Él es, por tanto, la verdadera luz. Puede calmar la sed humana de luz. Sólo Cristo lo puede. Pues en Él irrumpió en las tinieblas de la historia humana la luz, que es Dios (Sal. 17, 29; 66, 2; 118, 135). Ya los discípulos de Cristo se convierten desde ahora en «hijos de la luz» (1 Tes 5, 5).



     

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