Fe y Vida | Trinidad Ried/VN
Sentimientos encontrados: cómo encontrar a Dios en ellos
Hay
situaciones de la vida que nos dividen por dentro cual trinchera de guerra y
vemos cómo nuestras emociones, sentimientos y pensamientos se enfrentan en una
lucha que nos quita la paz y la posibilidad de tomar partido por un lado u otro
y volver al centro y dominio personal. Nuestra psiquis se vuelve un campo de
batalla que nos va agotando, desgastando, desangrando y a ratos solo queremos
un disparo mortal que nos alivie la agonía de la soledad, los ruidos y la
confusión emocional.
Guerra
Interna
Si
lográramos visualizar con la imaginación nuestro estado interno, podríamos ver
el hemisferio izquierdo del cerebro tratando de convencernos de las
bondades y oportunidades que se nos están presentando con la situación puntual
que nos divide, avalado por los buenos amigos y la razón que presentan miles de
evidencias para darnos paz. Sin embargo, el hemisferio derecho se
rebela con barricadas y protestas violentas, alegando que está frente a una
locura y no da tregua en la resistencia campal. Lanza sin filtro bombas de
tristeza, rabia, impotencia, impaciencia, irritabilidad, provocando una
desolación profunda y difícil de expresar en forma verbal. Es como un vómito
psíquico que no puedes sacar. Ese lado caótico y adolorido comienza a hacer
estragos en el organismo que se hace aguas vertido en lágrimas, nervios y
dolores que se empiezan a somatizar. Nada lo calma y los discursos de la razón
pareciera que le hieren como ácido lacrimógeno exacerbando aún más su malestar.
Para peor, los demás, genuinamente preocupados de la guerra civil que se libra
dentro de nosotros, nos consuelan desde su vereda, desconociendo la profundidad
de nuestras heridas, los abismos que nos erosionan desde la más tierna infancia
y que se nos hace imposible traducirles la procesión y cruz que hemos padecido
y ocultado por vergüenza y dolor.
Buscamos
desesperados un regazo, un hospital de campaña, un abrazo incondicional
para llorar, pero parecemos no calzar en ninguna parte y nadie nos puede
contener en el desborde de una masa informe que nos domina como lava ardiente.
Las heridas no suturan y nuestra alma empieza a boquear desesperada buscando el
oxígeno en el único que la puede salvar: Dios mismo que la conoce desde siempre
y ha recorrido sus laberintos y cavernas más oscuras. Sin embargo, es tanto el
ruido de la batalla que la duda se adueña de nosotros y la mediación se vuelve
un imposible ya que ambas partes no quieren dialogar.
¿Cómo
encontrar a Dios en medio de nuestra guerra?
Muchos
se los han preguntado, sobre todo cuando los horrores y muertes abundan
alrededor. Cuando nos encontremos en este abismo y nos preguntemos ¿dónde
estás Señor?, ¿por qué me toca una cruz tan dura? Al igual que su hijo
Jesús, no nos queda más que abandonarnos a su voluntad, afrontar y confiar en
que sea lo que sea, contamos con su protección y bendición. Dando ese salto
cuántico de fe, veremos cómo se empieza a hacer presente de una forma sutil y
maravillosa, permitiéndonos conquistar una pequeña tregua de alto al fuego. La
distancia física, el tiempo y la misericordia con los dos lados que nos gritan
pasan a ser abrazos de reconciliación que auguran nuevos tiempos de armonía y
sabiduría conscientes de que hemos librado una batalla fundamental. Sólo
faltará enterrar a los “muertos” que dejamos atrás (como actitudes o creencias
infantiles), sanar las heridas que aún necesitan cuidado (como la vergüenza y
la culpa) y celebrar con cautela el nuevo armisticio de paz con nosotros
mismos, nuestra historia y el hito que nos tocó atravesar.
Publicado
por Vida Nueva
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