Entrevista | Carlos Pérez Laporta/A&O
William
T. Cavanaugh: «Buscar a Dios trae redención a un mundo que sufre»
El teólogo de EE. UU. explora en su último
libro, Migraciones de lo sagrado, la idolatría moderna al
Estado-nación y anima a los cristianos a resistirse
En una entrevista en Alfa y
Omega, el filósofo francés Fabrice Hadjadj negó la
existencia de una cultura cristiana. Usted ve la Iglesia como algo
«parecido a una cultura universal». ¿Existe la cultura cristiana?
Debo reconocer que la palabra cultura tiene
sentidos diversos. Llamo cultura a la Iglesia
para evitar que sea pensada como un estado. Uso esa
palabra porque tiene asociadas prácticas materiales, no solo creencias e ideas.
A veces pensamos en el encuentro cristiano con las culturas (inculturación) en
términos de algo inmaterial que toma forma material en las culturas. Pero el
cristianismo tiene sus prácticas materiales. Ese proceso es siempre una mezcla
cultural, no solo la encarnación del Evangelio.
¿Podría poner un ejemplo?
Cuando el misionero Donovan fue con los masai quiso
adoptar su cultura. Pero para ellos, mujeres y hombres no pueden comer juntos,
y pretendían una Eucaristía segregada. Donovan exigió que la celebrasen juntos;
era una práctica innegociable. La cultura masai debía cambiar para acomodarse a
la cultura cristiana. Análogamente, la cultura
occidental con sus prácticas capitalistas debe acomodarse al Evangelio. El
Evangelio implica prácticas materiales, también económicas, no solo creencias.
Por eso me sirvo de la palabra cultura, aunque no
sé si es la más adecuada.
¿Debe oponerse la Iglesia al Estado
para abrir espacios propios?
El Estado-nación promueve algunos bienes y no carece por completo de virtudes
cívicas, por lo que formas ad hoc de
cooperación con él pueden ser útiles. El problema es cuando se presenta como
totalidad de nuestra vida común, como eje de todas nuestras relaciones. Por eso
propongo –con Benedicto– «una autoridad política repartida y que ha de actuar
en diversos planos» y «el desarrollo de otras instancias políticas no
estatales, de carácter cultural, social, territorial o religioso». Por tanto,
no hay necesariamente oposición y batalla, sino promoción de prácticas y
comunidades locales no estatales, en cooperación con no cristianos.
Cuesta imaginar una política no
estatal.
Yo uso la imagen de Ariadna
en Naxos, de Strauss. En esta ópera un rico ofrece un espectáculo en
su casa, donde se representaría una tragedia basada en Ariadna, seguido de una
comedia, y acabaría con fuegos artificiales. Comenzada la tragedia, para dar
más tiempo a los fuegos artificiales, el anfitrión da paso a los comediantes en
el mismo escenario; estos transforman la tragedia al entrar en ella: en lugar
de anhelar la muerte, Ariadna encuentra un nuevo amante y renueva su vida. La
Iglesia es esta compañía de comediantes. Existe un solo drama; no hay un
escenario religioso separado. Pero ella
no intenta adueñarse del escenario; más bien, trabaja con otros para tratar de
desviar la tragedia de la historia, en la que buscar a Dios trae redención a un
mundo que sufre. La Iglesia no debe adquirir espacios. El Reino de Dios no es
tanto espacial, sino más bien un proceso temporal. Como dice el Papa, «el
tiempo es superior al espacio».
¿Qué papel político juega la
Eucaristía?
La Eucaristía es un tipo de actuación que genera
otro tipo de cuerpo, el de Cristo. Como cuerpo de nuestro Señor crucificado,
sabemos que no podemos evitar toda muerte y riesgo, y al mismo tiempo nos
pertenecemos unos a otros y debemos tratar de aliviar el sufrimiento de los más
débiles entre nosotros. Como dice san Pablo, cuando uno sufre, todos sufren
juntos, y cuando uno se alegra, todos se alegran. Esto es lo que llamo
«política de la vulnerabilidad».
¿La atención a los pobres es un espacio
común (una misma cena), y no una labor asistencial?
Que la iglesia deba ser más que una ONG no
significa que la asistencia no sea importante y necesaria. Pero la meta de una
economía justa va más allá de la caridad, hacia el destino común de la
propiedad. No pretendo abolir la propiedad privada, pero –como escribió Juan
Pablo II– «sobre ella se grava “una hipoteca social”, es decir, posee, como
cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente
sobre el principio del destino universal de los bienes». La Iglesia no debe
solo ayudar a las víctimas del sistema capitalista, sino hacerlo más humano.
Usted prefiere proponer ejemplos
prácticos y no un sistema. ¿Son las prácticas la única vía?
En Ser consumidos descarté la intervención del Estado en el mercado. Ojalá no lo
hubiera hecho. Aunque creo que el Estado y el mercado están entrelazados y no
se oponen, a veces la intervención estatal puede ser útil. Con todo, sí pienso
en términos de prácticas concretas en vez de sistemas, porque estos parecen
evocar un destino inexorable. Pero un sistema lo forman nuestras prácticas como
consumidores, empresarios… Un cambio depende de un cambio del corazón y de las
prácticas concretas. Los ejemplos inspiran para luchar contra la injusticia y
dar testimonio del Reino.
Publicado
por Alfa & Omega
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