Para vivir mejor | Carlos Padilla Esteban
¿Cuidas tus emociones o
simplemente las niegas?
Sólo tengo que saber vivir con mis sentimientos,
aceptarlos y tomar decisiones teniéndolos en cuenta, pero no dejándome atrapar
por ellos
Las emociones son un don de Dios en el alma. Es lo
que me permite vivir la vida con intensidad, en el presente, amando todo lo que
Dios me regala.
Pero a
veces me asustan, no las controlo. No sé dónde me puede llevar lo que
siento. Entonces quiero no sentir, no emocionarme, no apasionarme. Es más
seguro. Reprimo, controlo y exijo disciplina a mi alma para no exaltarme.
Hace
un tiempo vi una película de ciencia ficción llamada Almas gemelas.
En ella se recrea un mundo en el que no hay sentimientos ni emociones. Es el
mundo ideal en el que cada uno trabaja con eficiencia porque nada en el alma le
perturba.
Lo
consiguen desde el nacimiento. Genéticamente logran inhibir todas las emociones
desde la gestación. De esta manera uno puede vivir, trabajar, morir, sin llegar
a sentir nada.
No
sienten emociones negativas como el odio y la ira que pueden perturbar sus
decisiones. Pero tampoco tienen emociones tan positivas como el afecto, el
cariño, el amor, o la pasión.
La
razón de esta búsqueda de un mundo así es el desastre que ha quedado atrás: un
mundo de guerras y muertes causadas por el odio y la ira.
Creen que un mundo en paz sólo será posible si se
logran suprimir todo tipo de emociones. En este mundo
perfecto, sin delitos, sin conflictos, los enfermos son los que sienten, los
que se emocionan, los que viven perturbados por sus sentimientos.
Aquellos
en los que se manifiestan emociones por algún fallo en el sistema son llamados
impuros, están manchados.
Los
sentimientos son los síntomas de esa enfermedad que conduce irremediablemente a
la guerra y a la destrucción.
Los
considerados enfermos son tratados con medicamentos hasta que logran suprimir
de nuevo todo tipo de sentimiento.
Esta
película me dio qué pensar. Los afectos, las emociones, los deseos,
tantas veces complican mi vida.
Me
hacen desear lo que no tengo ni me corresponde. Despiertan en mí emociones tan
negativas como la rabia, la envidia, el odio, los celos, el desprecio. Esas
emociones me pueden llevar a la guerra y a la destrucción.
Sé que
no todas las emociones me llevan al mal. Muchas me hacen ser mejor. Entro en
confrontación con el mundo que me rodea y me emociono, siento y padezco.
Lo que veo, lo que toco, me hace sentir con
intensidad. No quiero negarlo ni reprimirlo.
El
otro día leía: “Cuando se niega tener un deseo, este no desaparece en
absoluto, sino que encuentra otras maneras más sutiles de manifestarse. Lo
mismo puede decirse de las emociones, las cuales, se quiera o no, son
fundamentales para la vida. Negar los afectos puede abocar a la paradoja
descrita literariamente por Mark Twain en el relato El perro, en el
que, por pura diversión, se ata una cacerola al rabo de un perro, el cual, al
correr, oye el ruido de la cacerola y, asustado, no deja de correr; pero cuanto
más corre, tanto mayor es el ruido. La situación es semejante a la de quien
pretende negar su propia esfera afectiva: querría escapar de lo que no es
posible huir”[1].
No quiero huir de mis emociones. No quiero reprimir
lo que siento. Quiero ponerles nombre a los deseos de mi alma. Y quiero que
Dios entre en ellos y me ayude a vivir con paz en
mi mundo interior.
Mis
emociones forman parte de mi vida, forman parte de mí. No soy una persona sin sentimientos,
fría, distante, que camina por la vida sin que nada le afecte. No es así.
Siento
mucho, sufro con intensidad, me alegro, me emociono, me conmuevo, tengo miedo,
me asusto, lloro y río. Son tantas las emociones que me llenan de vida que no
sé describirlas todas.
¿Qué
sería de mí si no sintiera, si no me emocionara, si no llorara? Tal vez no
merecería la pena vivir la vida.
El
mundo despierta en mí todo tipo de sentimientos que no quiero negar. Sólo tengo
que saber vivir con ellos, aceptarlos y tomar decisiones teniéndolos en
cuenta, pero no dejándome atrapar por ellos. Son parte de mi vida, de mi
camino, de mi historia.
A
veces tendré que asumir el dolor de la pérdida y seguir amando pese a todo. O
reconocer que no puedo seguir la dirección que marcan mis afectos porque he
tomado otros caminos distintos.
Y tendré
que aprender a calmar la ira, y cambiarla por la paz del alma, cuando
sienta que puedo llegar a perder el control.
Y
saber que no todo lo que siento ha de gobernar mis pasos. Ese equilibrio imposible
en el corazón que siente es el que tanto anhelo.
Tal
vez llegue al cielo y encuentre la paz que busco. Mientras camino sólo deseo
que Dios ponga algo de orden en mi desorden.
Que calme los impulsos que me hacen herir, dañar,
equivocarme. Que siembre paz en mis gestos y decisiones. Es la
gracia que le pido a Dios en ese vivir con emociones, con sentimientos, con
deseos, sin turbarme.
Las
emociones no pueden ser juzgadas moralmente. No son ni buenas ni malas
en principio. Sé que, tomadas positivamente, me ayudan a vivir: “La
emoción, si es acogida, se convierte, por tanto, en un motivo para actuar”[2].
Una acción respaldada por la emoción adquiere una
fuerza y una solidez únicas. Necesito vivir con
emociones que me den vida. Si respaldo mis decisiones con el afecto del corazón
llegaré más lejos.
La
alegría me eleva. Y el sentimiento de tristeza paraliza mis pasos. Quiero
cuidar las emociones que me impulsan hacia lo alto y me hacen ser más generoso.
[1] Giovanni
Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad
[2] Giovanni
Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...