Entrevista | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
«Hay que
meterse en la piel del ateo para poder comprenderlo»
Carlos Alberto Marmelada publica Cómo hablar de Dios con un ateo. «Precisamente la
existencia del mal moral en el mundo es una prueba de la existencia real y
objetiva de Dios».
Después de publicar seis libros y más de 180
artículos sobre evolución humana, cosmología, metafísica y diálogo entre
ciencia, razón y fe, Carlos Alberto Marmelada lanza
ahora Cómo hablar de Dios con un ateo (Sekotia),
en el que defiende que «ante una sociedad secularizada y descreída, la manera
de hablar de Dios ha de ser otra».
¿La cuestión de Dios sigue viva?
¡Y tanto que sí! La cuestión de Dios sigue muy
viva. Se dice que vivimos en una época postmetafísica, pero lo cierto es que el
ser humano no puede evitar platearse las cuestiones metafísicas. Mientras haya
seres humanos pisando el planeta, nos seguiremos preguntando quiénes somos;
cuál es nuestro origen; qué pasa con nosotros después de la muerte; por qué
sufren las personas justas; por qué hay gente mala que se sale con la suya en
esta vida; por qué hay tanta injusticia en el mundo; cuál es el origen del
universo. A este respecto, hay que tener en cuenta que, sea cual sea la
respuesta que se dé, siempre quedará en pie la pregunta de por qué hay algo en
vez de nada. Y hay muchas otras preguntas existenciales que nuestra mente no
puede evitar plantearse. ¡Y tanto que sigue muy viva la cuestión de Dios! De
hecho, siempre estará en el horizonte del espíritu humano. Dios es una realidad
inevitable para la mente humana.
Pero muchos viven como si Dios no
existiera…
Esta postura es conocida como ateísmo práctico y
está muy extendida en la sociedad europea en general. Pero en un momento u otro
de nuestra existencia aparece la cuestión de Dios. En el libro explico cómo
Ratzinger, Zubiri, Fabro y tantos otros grandes pensadores han hablado de lo
que denominan el problema de Dios. De hecho,
Fabro califica la cuestión de Dios como el problema esencial del hombre esencial.
Y ante eso nadie puede decir: «no es mi problema».
Si no existe Dios, sería fomentar una ilusión, que
podría llegar a ser perniciosa si nos hiciera desaprovechar esta vida. Pero si
existe, hay que ayudar a los demás a salir de su desconocimiento, por la
trascendencia que implica esta cuestión para su devenir eterno. Así pues, en
ambos casos, ningún hombre puede decir que el problema de Dios no es su
problema.
Los ateos de ahora no son los de hace
algunas décadas. ¿Qué acentos especiales tienen los no creyentes de hoy en día?
El ateísmo positivo del siglo XIX y primera mitad
del siglo XX intentaba dar una explicación racional de por qué Dios no podía
existir de forma objetiva. El ateísmo de la segunda mitad del siglo XX fue
evolucionando hacia un agnosticismo teórico que extendía un modo de vida en el
que Dios estaba fuera de su praxis. Este ateísmo práctico ha devenido en un
indiferentismo respecto a la cuestión de Dios. Así, pues, entre otras cosas, en
Occidente, el ateísmo es universal, práctico, volitivo e indiferentista. Y
últimamente, el nuevo ateísmo del siglo XXI añade un cientificismo beligerante
a todo esto.
¿Por qué Dios no lo pone más fácil a la
hora de mostrar su existencia con cierta evidencia?
¡Pero si lo ha hecho! Se encarnó en la forma humana
de Jesús. Ha obrado milagros a través de los apóstoles y también ahora, por
intercesión de los santos y los beatos. Dios ya ha hecho, y hace, muchas
intervenciones sobrenaturales. ¿Podemos pedirle que haga más revelaciones, y
más espectaculares? Sí, claro, pero estaríamos pidiéndole un aumento
cuantitativo, no cualitativo. ¿Realmente habría más conversos? A este respecto
es muy interesante el pasaje en el que Jesús cura al endemoniado y hace que los
demonios que le poseían entren en una piara de cerdos que pacía cerca; los
habitantes del pueblo se asombraron y se asustaron, y en vez de alegrarse por
ver sanado a aquel desdichado y pedirle a Jesús que se quedara con ellos y que
hiciera más milagros, por ejemplo, le conminaron a que se marchara. Después de pasarse
tres años haciendo milagros públicamente, incluidas tres resurrecciones de
muertos, cuando él muere ¿cuántos seguidores tenía? El número era realmente
pequeño…
Desde este punto de vista, la encarnación de Dios
parece más la historia de un fracaso que la de una revelación majestuosa. Luego
vendría la resurrección, la ascensión y la venida del Espíritu Santo… y 2.000
años después aquí estamos. La Iglesia es otra prueba de la existencia de Dios.
Mira que tenemos defectos los seres humanos, y los creyentes no somos
excepción; pues bien, a pesar de nuestras debilidades, 2.000 años después sigue
en pie. Si la Iglesia fuera una institución puramente humana ya nos la
habríamos cargado.
¿Cuáles son las cuestiones sobre Dios
que causan mayor rechazo? ¿La existencia del mal en el mundo es la mayor
objeción?
Al hombre postmoderno le atañen aspectos como la
compatibilidad de la existencia de Dios con nuestra libertad: ¿si Dios sabe
todo lo que voy a hacer, cómo puedo ser libre? ¿Y si Dios ya sabe qué va a
pasar, para qué rezarle pidiendo que suceda esto o lo otro? En el libro trato a
fondo estos temas.
Y luego, claro, está la cuestión que comentas del
mal: ¿cómo aceptar el sufrimiento injusto de las personas buenas? ¿Cómo puede
permitir Dios el sufrimiento de un niño pequeño que no ha podido hacer mal
alguno? Pues bien, por paradójico o sorprendente que pueda parecer, resulta que
la existencia del mal moral en el mundo es una prueba de la existencia real y
objetiva de Dios. En el libro explico a fondo cómo puede ser posible esto.
Te hago la pregunta que titula tu
libro: entonces, ¿cómo podemos hablar de Dios hoy a un ateo?
Sintetizando mucho, podríamos decir que es
importante recordar que nadie es moralmente superior a nadie por creer o no
creer en esto o aquello. Todas las personas tenemos la misma dignidad,
independientemente de nuestras creencias. Por esto mismo, desde la discrepancia
excluyente será imposible el diálogo; pero desde todo aquello que nos une como
personas si es posible.
Por ejemplo, el hombre postmoderno exalta la
libertad con pasión; pues bien, este es un valor que los creyentes compartimos.
La lucha contra la injusticia es otra cosa que nos une. Vivir esos valores de
solidaridad con los más desfavorecidos, en una entrega desinteresada, es una
forma muy convincente y persuasiva de exponer las razones que mueven
existencialmente a los creyentes. Esforzarse, con sincera humildad, por
encontrar a Dios en las cosas pequeñas del día a día cuesta muchísimo, pero es
una propuesta muy atractiva. Reflexionar sobre las aportaciones positivas de
los valores de la fe a la vida social también puede dar mucho de sí. Y así un
largo etcétera.
Ahora bien, para poder hablar de Dios a un ateo
actual, hay que comprender muy bien la complejidad que encierra el fenómeno del
ateísmo. Si no hacemos esa labor de comprensión teórica de las razones del
ateo, será imposible, o por lo menos muy difícil, un diálogo sincero y fecundo.
Hay que meterse en la piel del otro para poder comprenderle y entender cómo
poder presentarle mejor la propuesta del teísmo.
Aunque vivimos la época de la posverdad, esto es
algo artificial. El ansia de verdad que anida de un modo natural en el hombre
hace que sean bien ciertas las hermosas palabras del poeta cuando nos dice:
«¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela».
Aquí tenemos un buen punto de encuentro entre el creyente y el no creyente.
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