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    miércoles, 30 de marzo de 2022

    La responsabilidad del cristianismo


    Convivencia | Diego Pereira Ríos

     


    La responsabilidad del cristianismo

     

    En el actual contexto político latinoamericano y mundial, los cristianos nos debemos un compromiso cada vez más serio con la realidad. Seguimos viendo como los poderosos dominan el mundo a su voluntad, deciden hacer el mal sabiendo que está mal, dominan, matan, hacen sufrir. ¿Cómo debemos pararnos los cristianos ante esta realidad? ¿Cuál es nuestra responsabilidad? Muchos cristianos se quedan “balconeando” –como dijo el Papa Francisco- ante el gran espectáculo social sin hacer nada, incluso aquellos que tienen lugares estratégicos en los medios de comunicación, siguen predicando una palabra vacía, lejana de la realidad. Muchos cristianos espiritualizan la realidad de forma tan armoniosa, que vacían el Evangelio de contenido, y se dedican a hablar de lo que a nadie le importa. Como dice un dicho popular: “rascan donde no pica”. Muchos que trabajan en los medios, absorbidos por las preocupaciones particulares, desviando la atención hacia donde les dictan sus jefes, no se comprometen con la situación global, no se dejan interpelar por las situaciones comprometedoras en las cuales se juega nuestro ser cristiano. Muchas veces porque justamente eso compromete y hace que peligre nuestra honra.

     

    Ante esto considero que, si es que queremos ser fieles a las enseñanzas de Jesús, los cristianos debemos estar del lado de los más débiles, denunciar las atrocidades que se producen en su contra y ayudarlos a que se manifiesten y sean escuchados. Como dice Francisco, hoy en todo el mundo “Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales” (FT 11). No podemos quedarnos cómodos en nuestra tranquila situación (los que tenemos trabajo, casa y comida), mientras tantos hermanos siguen muriendo por la lucha de sus derechos, por desesperación ante el sistema que los trata como elementos molestos que obstaculizan el andar de la historia. Las voces de toda Latinoamérica se están uniendo en un grito desgarrador, revelando la situación desesperada en la que están, y nosotros no podemos desviar la mirada hacia otro lado.

     

    Debemos combatir los males de nuestro tiempo que nos acosan a todos en nuestro interior: la indiferencia, el egoísmo, la competencia, la intolerancia, la hipocresía, la violencia, el odio, el rencor, y tantos otros males que nos deshumanizan. Todo ello se debe a la falta de un pensamiento crítico que cuestione el orden establecido, que nos saque del individualismo como producto de un encerramiento mental y espiritual que nos lleva, no sólo al consumismo material, sino que también a una desvalorización del saber popular. En este sentido, la educación como herramienta de transformación, es absorbida por la apropiación del saber reducido a los títulos y honores que nos proporciona un sistema universitario armado para premiar al que es capaz y despreciar al incapaz. De ahí que el sistema educativo que sigue cuantificando el saber y lo reduce a un número: el de la calificación y del precio a pagar. Quien paga avanza, los que no pueden pagar se estancan.

     

    Los cristianos comprometidos con un mundo más justo creemos en el Dios de la vida, que lo dio todo por sacar de las situaciones humillantes a los hombres y mujeres de su tiempo. Nosotros no podemos vivir de otra manera, si queremos ser verdaderos discípulos comprometidos con nuestros hermanos que más sufren. Por eso, descubrir las injusticias es parte de la tarea profética que nos toca asumir -don recibido en el bautismo, pero poco visible hoy-. Seguir a Jesús hoy nos pone en un lugar de conflicto, en una situación de tensión, de seguir haciendo lo que la religión enseña -sobre todo reducida a una mera práctica sacramentalista- o comprometernos con nuestros hermanos que habitan las periferias, estando cerca de aquellos que más sufren. “Solamente podemos llegar a él (Dios) a través del compromiso operativo de la fraternidad, del camino del amor a la praxis de liberación” (Cormenzana). El compromiso político del cristiano va mucho más allá de sufragar, tiene que ver con involucrarse con las causas sociales, con entrometerse en los ámbitos de decisión, en compartir con las gentes de los barrios, de los movimientos, de acompañar las movilizaciones sociales (aún con sus errores), con saber utilizar eficazmente los medios de comunicación para poder enviar un mensaje diferente a la sociedad.

     

    Una gran parte de los cristianos se pasan defendiendo la institución y denunciando todo lo que atenta a la religión, sobre todo por estar muy perdidos en una “cristiandad mental” que nada tiene que ver con la realidad. El laicismo al cual tanto se critica desde el mundo cristiano, es una oportunidad de diálogo con un tiempo nuevo de la iglesia, de un nuevo compromiso con las causas de todos, de involucrarnos con las luchas de los pueblos y de entreverarnos con la masa para, que desde dentro, construyamos algo nuevo sin desear que nuestras ideas predominen, sino que sea la voluntad de todos. Los cristianos de este siglo XXI no seremos destacados ni reconocidos a no ser por nuestro compromiso con las causas sociales. No podemos seguir esperando dentro del templo que algunas personas vengan a celebrar la Eucaristía cuando Jesús sigue muriendo en medio de su pueblo. Allí se está dando de nuevo el sacrificio y allí debemos estar nosotros. Ojalá tengamos la valentía de no ser seducidos por el príncipe de este mundo y quedarnos en la comodidad y tengamos el coraje de renovar nuestra propia fe para estar junto al pueblo, pues allí con el pueblo, camina Aquél a quien decimos amar y confesamos que es nuestro Dios.




     

     

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