Doctrina Social de la Iglesia | José Manuel Vidal
La revolución de
la primavera cuaja en la Iglesia con Francisco
Una Curia humanizada,
desclericalizada, laical, femenina y servicial
“Nadie puede
parar la primavera en primavera”. Sin falsa modestia, lo venimos escribiendo
desde hace años. Concretamente, desde la llegada de Francisco al solio
pontificio con el objetivo franciscanos del 'repara mi Iglesia'. Y por eso, los
rígidos se burlaban de nosotros, aplicándonos despectivamente el sobrenombre de
'los primaveras'. 9 años después, el día de San José y precisamente en las
puertas de la primavera, fragua la revolución de Bergoglio y se plasma en una
constitución, la 'Predicate Evangelium', destinada a permanecer en
el tiempo y enmarcar el estilo procesual, samaritano y sinodal de la Iglesia en
salida.
La prueba del
algodón de la consagración de la primavera es que los rígidos callan o se
indignan y echan pestes y lanzan críticas públicas y silenciosas contra la
nueva constitución papal.
Y es que, con ella, Francisco no sólo cumple uno de los principales encargos
del Cónclave que lo eligió Papa, sino que, además, echa por tierra uno de los
argumentos más recurrentes de los rígidos, que, desde el 2013, vienen
pregonando (y deseando) que el pontificado de Bergoglio es “una tormenta de
verano”, tras la cual todo volverá a ser como antes. ¡Como profetas no tienen
precio!
El Papa
aprueba la Constitución por sorpresa. Como le gusta a él. Cuando nadie se lo
espera, rompiendo una vez más (como hace en cada consistorio cardenalicio) con
filtraciones, rumores, exclusivas interesadas y demás globos sonda. Y, de
nuevo, ha pillado desprevenida a la vieja guardia rigorista. Sin que se lo
esperasen y el día de San José, el santo que cuida a la humanidad y a
la Iglesia, como cuidó a su familia, al que el Papa reivindicó y hasta dedicó
todo un año, y bajo cuya almohada coloca sus peticiones y sus sueños.
Y uno
de los grandes sueños papales es volver al Vaticano II y a su eclesiología.
Descongelar el Concilio que la involución de los dos papados anteriores colocó
en el congelador, concretarlo y hacerlo efectiva, pasando de las musas al
teatro y de las palabras a los hechos, con una constitución con fuerza de ley.
Vuelve la
eclesiología del Vaticano II en todo su esplendor, tras la 'longa noite de
pedra' de los años de plomo de la involución, que tanto dolor ocasionaron entre
algunos obispos, muchos teólogos e infinidad de fieles. Y, por lo tanto, se
acaba para siempre con la pirámide eclesiástica, en la que la jerarquía mandaba
y los fieles obedecían en un escalafón perfectamente escalonado, desde el
Papa hasta lo que, en el Opus, se llama “la clase de tropa”.
Vamos a la
eclesiología circular del Concilio, a la primacía del santo y fiel pueblo de
Dios. O al poliedro, que es la figura que más le gusta a Francisco aplicar a la
institución. Un poliedro con caras iguales pero diferenciadas, donde nadie es
más que nadie ni sobresale por encima de nadie. Y, donde el servicio es el
principio fundante de comunión. Incluso para el propio Papa, que deja de ser el
emperador, para encarnar de verdad el clásico, pero a menudo meramente
retórico, 'servus servorum Dei'.
Desde esta
clave, la Curia romana, otrora casi omnipotente, deja de ser el culmen del
aparato eclesiástico, donde campaba la élite del alto clero. El Papa le
corta las alas a la casta clerical de altos funcionarios de lo sagrado, que
vivían sus puestos como prebendas y oficinas de poder.
Y, dentro de
la casta curial, la superclase de la cordada diplomática, con la Secretaría
de Estado, como pináculo, desde el que el Secretario de Estado, considerado
prácticamente como un primer ministro, gobernada la Iglesia, a veces más que el
propio Papa. Basta recordar la última década de Juan Pablo II, conocida
precisamente como el 'reino de los secretarios', en la que hicieron y
deshicieron a su antojo el Secretario de Estado, cardenal Sodano, y el secretario
personal papal, el ahora cardenal Dziwisz.
Para quebrar
el espinazo el poder curial, el Papa pone en marcha una especie de Gabinete de
ministros, sin primer ministro, y con dicasterios que, por constitución, son
todos iguales y no
están ordenados de mayor a menor. En todo caso, si hay alguna preeminencia (más
bien simbólica) es para los departamentos que se van a ocupar de la
evangelización y de la caridad.
En una
supuesta ordenación dicasterial, Secretaría de Estado ha perdido el segundo escalafón
y Doctrina de la Fe, el tercero. Ésta deja de ser 'La Suprema' y,
pasa, además, a contar con dos secciones: la doctrinal y la disciplinaria.
Por vez
primera en la historia, ésta última sección se va a dedicar a abordar desde
todos los puntos de vista y desde todas las instancias el espinoso tema
de los abusos sexuales del clero, la plaga que está arrasando a la
Iglesia y que, sin solucionarla, nunca podrá recuperar la confianza social y,
por lo tanto, la credibilidad social, base de su proclamación evangélica.
La piedra
angular de la nueva constitución es la de la Iglesia misionera, en salida, más
centrada en el anuncio de la Buena Nueva que en la consolidación de su
estructura y de su poder interno. Con un aparato burocrático (la estructura también
lo necesita para poder funcionar con eficacia y solvencia) al servicio de las
diócesis, de los obispos, de los fieles de todo el mundo y, por supuesto, del
Papa.
Un aparato
burocrático descentralizado con una “descentralización saludable” y, sobre
todo, desclericalizado. El Papa le rompe la espina dorsal al
clericalismo, que utilizaba el carrerismo en la Curia romana (sobre todo
por parte de los italianos) y en las curias diocesanas de todo el mundo como
eje de poder y acopio de cordadas.
Y el Papa lo
hace por lo concreto. Limitando los cargos a cinco años (nada de eternizarse en
los puestos) y, sobre todo, posibilitando el acceso a los cargos-servicios de
prefectos a laicos y, por lo tanto, también a las mujeres. Pronto
podremos ver un teólogo de la liberación al frente de Doctrina de la Fe o una
mujer diplomática de carrera como Secretaria de Estado de Su Santidad.
Además, los
dicasterios estarán obligados a funcionar con la dinámica de la intercongregacionalidad (el
término que utilizan las congregaciones religiosas desde hace años). Sin feudos
ni islas curiales. En comunión y en corresponsabilidad. Y en sinodalidad (todos
juntos) afectiva y efectiva. Con coordinación, compartiendo y consensuando las
decisiones. Sin reinos de taifas.
Todo eso
humanizará la Curia romana, la acercará al pueblo, la laicizará, la feminizará,
la desclericalizará y la convertirá en una estructura de servicio para el
pueblo de Dios y para el Papa. En un ejemplo acabado de que nadie puede parar
la primavera en primavera. Sobre todo, cuando viene en manos del Espíritu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...