Forjando Vivencia | Tommaso Scandroglio/Z
Las redes sociales y la evangelización: algunos criterios
Las
redes sociales no son herramientas neutrales. Se desarrollaron pensando en el
público objetivo de la juventud posmoderna y en el contenido que «venden».
Utilizar las redes sociales para la evangelización es como utilizar una
herramienta para un fin distinto al que fue creada: no es imposible, pero es
difícil e incluso peligroso. Para utilizarlos bien, el católico debe estar
equipado a varios niveles.
Empecemos
con un pequeño (o gran, según la perspectiva) caso social: Don Alberto Ravagnani,
de Brianza, nacido en 1993, coadjutor de la parroquia de San Michele Arcangelo
en Busto Arsizio, en la provincia de Varese. Durante el primer encierro, abrió
su propio canal de YouTube y sus propios perfiles en Instagram y Tik Tok para
estar cerca de sus chicos. El experimento social no terminó con el encierro,
sino que continuó, tanto que hoy Don Rava, como lo llaman los medios, tiene más
de 138 mil seguidores en Instagram y es igual de popular en Facebook y Twitter.
El producto se vende y también los invitados en las principales cadenas de
televisión, las entrevistas en los periódicos e incluso un libro para Rizzoli.
Pero
no queremos hablar aquí del joven y talentoso don Alberto (ciertamente
enamorado de Cristo, pero un poco chirriante en sus entrenamientos). Sólo lo
hemos mencionado para intentar esbozar un tema muy complejo: las redes sociales
y la evangelización.
La
red tiene dos macrosistemas. Podemos definir el primero como un macrosistema
pasivo: el usuario utiliza el potencial de la red como si fuera un mega
supermercado para encontrar información, datos, comprar, conocer gente,
encontrar trabajo, etc.
El
segundo macrosistema, que podríamos definir como activo, es el que nos interesa
aquí: el usuario crea su propio supermercado pequeño o grande. Fuera de la
metáfora nos referimos a las redes sociales: el propio usuario es actor y
productor de contenidos a través de Facebook, Instagram, blogs, etc. Entre los
miles de aspectos que afectan a la relación entre la «evangelización social»,
nos gustaría destacar uno que explicamos en forma de pregunta: ¿son las redes
sociales herramientas neutrales? La respuesta es negativa.
Todo
instrumento inventado por el hombre, pero también presente en la naturaleza,
está hecho para un fin (si no, no se llamaría instrumento, sino medio).
Pensemos en una silla: está construida de una forma determinada sobre todo para
un fin, que es el de sentar a las personas. Su estructura recuerda
inmediatamente el propósito para el que se hizo. Esto significa que la estructura
de un instrumento incorpora la finalidad, su naturaleza está modelada para ese
o esos fines, su «genética» ya está predispuesta para esos fines. Tanto es así
que el instrumento puede servir para algunos propósitos -la silla puede servir
para sentarse, para decorar la casa, para estar de pie como taburete- pero no
para otros: intenta ir a la luna con una silla. De hecho, la expresión «arma
impropia» se utiliza cuando un objeto -un pisapapeles, un atizador, una pala-
se utiliza para matar, pero ese objeto no estaba destinado a ese fin.
Volvamos
a las redes sociales, refiriéndonos sólo a las más conocidas. Estas
herramientas han sido diseñadas para determinados fines: socializar, comunicar,
informar, criticar, comentar, buscar seguidores, etc. Se podría decir: todos
estos propósitos son, en sí mismos, moralmente legítimos. En abstracto, sí,
pero no en la práctica. Estas redes sociales han sido desarrolladas pensando en
el target juvenil posmoderno, por lo que están modeladas para que la
comunicación, la información, etc., fomenten el narcisismo, la diatriba, la
confrontación, la información superficial por ser demasiado sintética, la
emotividad, la espontaneidad, la irresponsabilidad por el posible anonimato, la
competencia, etc. Todo lo que «vende» y vende. Todas las «cosas» que se venden.
No sólo eso, sino que estas redes sociales se han construido pensando en qué
contenidos serían los más populares: eros/porno, moda y en general el llamado
estilo de vida, VIPs y su voyeurismo social, comida, deporte et similia. En
definitiva, las redes sociales están diseñadas para satisfacer los impulsos
básicos del hombre -los sentidos tienen más atractivo que la razón- y para
transmitir ciertos contenidos precisos que, por su naturaleza (el porno) o por
la forma en que se presentan (la comida y el deporte son más valiosos que la fe
y la caridad), poco o nada tienen que ver con la cultura cristiana. Y aquí
llegamos al punto.
Suponiendo
que sea cierto que las redes sociales se han configurado con fines inervados
por un espíritu fuertemente secular, si no anticristiano, esto significa que la
herramienta social no es neutral, sino que ya lleva en sí misma la impronta de
estos fines no cristianos: será adecuada para unos fines, no para otros. Por lo
tanto, no decimos que sea imposible utilizarlo para la evangelización, pero es
ciertamente difícil, y a veces incluso peligroso. Difícil porque es necesario
utilizar el instrumento para un fin que no es estrictamente el suyo. Es cierto
que puedo utilizar Twitter, FB, Instagram para hacer catequesis, para ilustrar
las iniciativas de la parroquia, para relanzar artículos interesantes, pero
sabiendo que la herramienta que utilizamos fue diseñada originalmente para otra
cosa y por lo tanto es necesario, en cierto modo, hacer violencia para
doblegarla a nuestros y nuevos fines. Eso sí, no es ilegal hacerlo y hay
ejemplos de éxito. Tampoco es una nueva estrategia católica utilizar el
instrumento del adversario para los propios fines. Pensemos, por ejemplo, en
los templos paganos transformados en lugares de culto cristiano.
Pero
para tener éxito, hay que estar bien equipado en cuanto a las virtudes
cardinales y teológicas, en cuanto a la formación personal (de lo contrario,
uno se convierte en un megáfono de contenidos heterodoxos), y en cuanto a la
técnica, es decir, hay que saber utilizar los medios sociales de manera eficaz,
de lo contrario, es mejor renunciar porque se corre el riesgo de hacerle el
juego al enemigo. Y aquí tocamos el tema del peligro.
Los
influencers más famosos tienen cifras asombrosas en cuanto a seguidores, no
sólo por el contenido socialmente atractivo para el populacho -el nuevo bikini
colgado en Instagram y lucido por la última y torneada llama del futbolista del
Real registrará más likes que las fotos de la restauración de la Catedral de
Milán-, sino también porque estos influencers son buenos en el uso de las redes
sociales (de hecho, la mayoría de las veces cuentan con la ayuda de verdaderos
profesionales del sector). Pero no es sólo una cuestión puramente técnica. Se
llega a ser bueno si se piensa de una manera determinada: el tecnicismo no
puede separarse de la cultura. Es la cultura la que ha producido esas herramientas
y, por lo tanto, sólo los que piensan de acuerdo con ella pueden destacar en su
uso.
Pero
el problema radica en que la forma de pensar que te lleva a ser bueno en el uso
de las redes sociales no es una forma de pensar cristiana. Por eso el vídeo colgado
por el Fedez de turno, aunque su contenido sea de una banalidad que roza lo
raro, parece infinitamente más agradable y atractivo que el vídeo de un don que
intenta ser Fedez en salsa católica (sin referencia directa a Don Alberto). La
razón es que sabe cómo utilizarlos. Y sabe utilizarlas porque esa herramienta y
las dinámicas que la rigen nacieron internamente en una sopa cultural que es
íntimamente suya, y por tanto esa herramienta está arraigada en su forma
mentis, es una expresión natural de su manera de vivir y de pensar, pero que no
son católicas.
Para
el creyente, por tanto, las redes sociales se convierten en una herramienta
difícil de manejar y al final pueden desencadenar un efecto boomerang: el don
aparecerá como un pobre desgraciado que imita a los grandes socialistas, que
los imita. Siempre se convertirá en una mala copia de otro y, por lo tanto,
será risible. Precisamente porque las redes sociales no son herramientas
neutrales, pues su estructura ya está orientada hacia determinados «valores». Y
así puede ocurrir -y ocurre a menudo- que el católico que se enfrenta al no
creyente le rete a un combate singular utilizando un arma que conoce muy poco
con relación a su oponente porque es éste quien la ha inventado.
Todo
esto no quiere decir que debamos abandonar el camino de las redes sociales -un
camino imprescindible porque en él encontramos hoy a nuestros hermanos-, sino
subrayar que el católico que las utilice tendrá que esforzarse el doble que los
que se precien de pertenecer al mundo, tanto porque sus contenidos son
repugnantes para los paladares de nuestros contemporáneos como porque su uso
supone una especie de adaptación al pensamiento de hoy que es antitético al del
Evangelio.
Publicado
por Zenit
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