Fe y Vida | Renato Martinez/VN
El Papa a los jesuitas: dejémonos inquietar
por el grito sufriente del mundo
Este 12 de marzo, el Santo Padre pronunció su homilía en la Santa Misa
en la iglesia del Gesù de Roma, y presidida por el General de la Compañía de
Jesús, con ocasión del 400º aniversario de la canonización de San Ignacio de
Loyola y San Francisco Javier.
“Queridos hermanos y hermanas, que el santo padre Ignacio nos ayude a
custodiar el discernimiento, nuestra preciosa herencia, tesoro siempre válido
para difundir en la Iglesia y en el mundo, que nos permite ‘ver nuevas todas
las cosas en Cristo”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Santa Misa
celebrada este 12 de marzo, en la iglesia del Gesù de Roma, y presidida por el
Prepósito General de la Compañía de Jesús, el Padre Arturo Sosa Abascal, con
ocasión del 400º aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola y San
Francisco Javier, quienes fueron proclamados santos el 12 de marzo de 1622
junto a Teresa de Jesús, Isidro Labrador y Felipe Neri.
La celebración Eucarística que forma parte de la celebración del Año Ignaciano
– que inició el 20 de mayo de 2021 y durará hasta el 31 de julio de 2022 –
con que la Compañía de Jesús conmemora el 500° aniversario de la conversión de
San Ignacio di Loyola, estuvo centrado en el Evangelio de la transfiguración el
cual nos presenta, dijo el Santo Padre, cuatro acciones de Jesús en las que
encontramos indicaciones para nuestro camino.
El primer verbo es tomar consigo
El Papa Francisco comentando la primera acción de Jesús señaló que, es
Él quien tomó a los discípulos, y es Él quien nos ha tomado junto a sí. Nos ha
amado, nos ha elegido y nos ha llamado. “En el origen está el misterio de una
gracia, de una elección. Ante todo, no hemos sido nosotros quienes tomamos una
decisión, sino que fue Él quien nos llamó, sin ningún mérito de nuestra parte.
Antes de ser aquellos que han hecho de su vida una ofrenda, somos quienes han
recibido un regalo gratuito”. El Pontífice dijo que, nuestro camino tiene que
empezar cada día desde aquí, desde la gracia original. La gracias
que nos conduce a su monte santo, donde ya desde ahora nos ve para siempre con
Él, transfigurados por su amor. Ahí es donde nos lleva la gracia.
“Cuando experimentemos amargura y decepción, cuando
nos sintamos menospreciados o incomprendidos, no caigamos en quejas y
nostalgias. Son tentaciones que paralizan el camino, senderos que no llevan a
ninguna parte. En cambio, a partir de la gracia, tomemos nuestra vida en
nuestras manos. Y acojamos el regalo de vivir cada día como un tramo de camino
hacia la meta”
Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan
El Santo Padre también dijo que, el Señor toma a los discípulos juntos,
los toma como comunidad. Nuestra llamada está arraigada en la comunión. “Para
empezar cada día, además del misterio de nuestra elección – precisó el Papa –
necesitamos revivir la gracia de haber sido acogidos en la Iglesia, nuestra
santa Madre jerárquica, y por la Iglesia, nuestra esposa. Pertenecemos a Jesús,
y le pertenecemos como Compañía”. No nos cansemos de pedir la fuerza para
construir y conservar la comunión, para ser fermento de fraternidad para la
Iglesia y para el mundo. No somos solistas que buscan ser escuchados, sino
hermanos que forman un coro. Sintamos con la Iglesia, rechacemos la tentación
de buscar éxitos personales y formar facciones. No nos dejemos arrastrar por el
clericalismo que nos vuelve rígidos ni por las ideologías que dividen.
“Los santos que hoy recordamos han sido columnas de
comunión. Nos recuerdan que, en el cielo, a pesar de nuestras diferencias de
carácter y de perspectiva, estamos llamados a estar juntos. Y si vamos a estar
unidos para siempre allá arriba, ¿por qué no empezar desde ahora aquí abajo?
Acojamos la belleza de haber sido tomados juntos por Jesús”
El segundo verbo: subir. Jesús «subió a
la montaña»
El segundo verbo o acción de Jesús que comentó el Papa Francisco fuel el
de subir a la montaña. Por ello, el camino de Jesús no es cuesta abajo, sino
que es un ascenso. La luz de la transfiguración no llega en la planicie, sino
después de un camino difícil. Por tanto, para seguir a Jesús hay que dejar las
planicies de la mediocridad y las bajadas de la comodidad; hay que dejar los
propios hábitos tranquilizadores para efectuar un movimiento de éxodo. De
hecho, en lo alto de la montaña, Jesús hablaba con Moisés y Elías precisamente
de su «partida […], que iba a cumplirse en Jerusalén». Moisés y Elías habían
subido al monte Sinaí u Horeb, después de dos éxodos en el desierto; ahora
hablan con Jesús del éxodo definitivo, el de su pascua. Hermanos, sólo la subida
de la cruz conduce a la meta de la gloria. Este es el camino: de la cruz a la
gloria. La tentación mundana es buscar la gloria sin pasar por la cruz.
“A nosotros nos gustarían caminos conocidos, rectos
y llanos, pero para encontrar la luz de Jesús es necesario que salgamos
continuamente de nosotros mismos y vayamos detrás de Él. Como hemos oído, el
Señor, que desde el principio «llevó afuera» a Abraham (Gn 15,5), nos invita
también a nosotros a salir y a subir”
Llamados a salir para ir al confín entre la tierra
y el cielo
Para nosotros, los jesuitas, precisó el Santo Padre, la salida y la
subida siguen un camino específico, que la montaña simboliza bien. En la
Escritura, la cima de las montañas representa el borde, el límite, la frontera
entre la tierra y el cielo. Y estamos llamados a salir para ir precisamente
allí, al confín entre la tierra y el cielo, donde el hombre se “enfrenta” a
Dios con dificultad; a compartir su búsqueda incómoda y su duda religiosa. Es
allí donde debemos estar, y para ello debemos salir y subir. Mientras el
enemigo de la naturaleza humana quiere convencernos de que volvamos siempre
sobre los mismos pasos, los de la repetición estéril, los de la comodidad, los
de lo ya visto, el Espíritu sugiere aperturas, da paz, pero sin dejarnos nunca
tranquilos, envía a los discípulos hasta los últimos rincones del mundo.
Pensemos en Francisco Javier.
Hermanos, para los que siguen a Jesús no es tiempo de dormir, de dejarse
narcotizar el alma, de dejarse anestesiar por el clima consumista e
individualista de hoy, según el cual la vida es buena si es buena para mí; en
el que se habla y se teoriza, mientras se pierde de vista la carne de nuestros
hermanos, la realidad concreta del Evangelio.
“Uno de los dramas de nuestro tiempo es cerrar los
ojos a la realidad y darle la espalda. Que santa Teresa nos ayude a salir de
nosotros mismos y a subir a la montaña con Jesús, para darnos cuenta de que Él
se revela también a través de las heridas de nuestros hermanos, de las
dificultades de la humanidad, de los signos de los tiempos”
El tercer verbo, orar: La
transfiguración nace de la oración
El Papa Francisco dijo que, la transfiguración nace de la oración.
Preguntémonos, tal vez después de muchos años de ministerio, qué significa hoy
para nosotros orar. Quizá la fuerza de la costumbre y una cierta ritualidad nos
han hecho creer que la oración no transforme al hombre y a la historia. En
cambio, orar es transformar la realidad. Es una misión activa, una intercesión
continua. No es un alejamiento del mundo, sino un cambio del mundo. Orar es
llevar la pulsación de la actualidad a Dios para que su mirada se abra de par
en par sobre la historia.
Nos hará bien preguntarnos si la oración nos sumerge en esta
transformación; si arroja una nueva luz sobre las personas y transfigura las
situaciones. Porque si la oración está viva “trastoca por dentro”, reaviva el
fuego de la misión, enciende la alegría, provoca continuamente que nos dejemos
inquietar por el grito sufriente del mundo. Preguntémonos cómo estamos rezando
por la guerra actual.
“Pensemos en la oración de san Felipe Neri, que le
ensanchaba el corazón y le hacía abrir las puertas a los niños de la calle. O
en la de san Isidro, que rezaba en los campos y llevaba el trabajo agrícola a
la oración”
El cuarto verbo: «Jesús estaba solo»
Finalmente, comentando la cuarta acción de Jesús en el Evangelio, el
Santo Padre dijo que, es necesario “tomar cada día las riendas de nuestra
llamada personal y de nuestra historia comunitaria; subir hacia los confines
indicados por Dios, saliendo de nosotros mismos; orar para transformar el mundo
en el que estamos inmersos”. A menudo tenemos la tentación, en la Iglesia y en el
mundo, en la espiritualidad como en la sociedad, de convertir en primarias
tantas necesidades secundarias. En otras palabras, corremos el riesgo de
concentrarnos en costumbres, hábitos y tradiciones que fijan nuestro corazón en
lo pasajero y nos hacen olvidar lo que permanece. Qué importante es trabajar
sobre el corazón, para que pueda distinguir lo que es según Dios, y permanece,
de lo que es según el mundo, y pasa.
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