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    lunes, 14 de marzo de 2022

    Prevenir y vencer las tentaciones


    Espiritualidad | Alcedo A. Ramírez

     


    Prevenir y vencer las tentaciones

     

    En esta primera semana de la Cuaresma, luego del Miércoles de Cenizas, llegamos al Primer Domingo de Cuaresma, en el cual se nos presenta la imagen acogedora del Espíritu de Dios, que empuja a Jesucristo al desierto, luego de que El Padre lo proclamara su Hijo Amado, y en el que estuvo cuarenta días, con sus noches, para afianzar su misión a través de las oraciones, al final de los cuales tuvo hambre y sed, lo que aprovechó el demonio para tentarlo tenazmente, sin importar su naturaleza divina.

     

    Esta narración nos ayuda a resaltar el hecho de que en la vida terrenal hay una lucha permanente entre las debilidades y las fortalezas de las personas y de las sociedades, por lo que existe una tensión permanente entre el bien y el mal, el Espíritu y Satanás. Si bien se nos presenta claramente al demonio tentando a Jesús, no menos cierto es que Dios también está presente, a través de su Espíritu, que lo acompaña y fortalece en todo el drama vivido. Lo mismo nos ocurre a nosotros en nuestras vidas y en las tentaciones a que somos sometidos por el mismo demonio, de manera pertinaz y mediante actores sutiles diferentes.

     

    Aunque nuestro Señor Jesucristo es el Hijo de Dios, el demonio no tuvo miramiento alguno para tentarlo y hacerle caer en sus redes diabólicas, ya que también Jesús es verdadero hombre, con igual naturaleza humana que nosotros, pero si mancha de pecado original. Pero de la misma manera que Jesús no cayó en los lazos sutiles y atractivos del diablo, así nosotros también podemos prevenir y vencer las tentaciones, siempre y cuando usemos las mismas herramientas y armas que Nuestro Señor empleó para salir airoso de este ataque despiadado y tentador.


    En primer lugar, Jesús fue bautizado y recibió la Gracia y la Fortaleza del Espíritu Santo, antes de internarse en el desierto para sus momentos de oración y retiro. Es decir, primero Nuestro Señor buscó la protección del Santo Espíritu, a fin de estar bien protegido para poder enfrentar y vencer los embates del enemigo. Por más que creamos que somos fuertes y resistentes, jamás podremos vencer el demonio solo con nuestras propias fuerzas. Es imprescindible la ayuda del Altísimo, si queremos salir triunfantes de todas las zancadillas que nos ponen Santanas a lo largo de nuestras vidas. Si estamos bautizados y protegidos por el Espíritu Santo, podemos tener la seguridad de que vamos a recibir su ayuda inmediata y efectiva al momento de vivir las tentaciones y las fuerzas necesarias para vencer dichas tentaciones, no importan su origen y su intensidad.

     

    Una vez superadas estas primeras tentaciones diabólicas, con la seguridad que nos pueden proporcionar estas victorias iniciales, tenemos que prestar mayor atención a las nuevas tentaciones que nos va a presentar el demonio, ya que seguro va a usar gran astucia como tentador experimentado, a fin de poder vencer nuestra resistencia mediante el engaño con comerciantes del dinero, del placer y del poder, mujeres atractivas, políticos corruptos y otros artilugios que pueden dar al traste con nuestras falsas seguridades y protecciones, poniéndonos a merced de estas tentaciones.

     

    Entonces, con el paso del tiempo y nuestra oración diaria y permanente, viene el tiempo en que tenemos que estar atentos a las tentaciones del demonio cuando nos sobrevengan periodos de cansancio y tedio, en los que nos fallan nuestras fuerzas vitales y la voluntad de nuestro ánimo, porque es cuando más nos pueden hacer daño las tentaciones seductoras del diablo. Aquí es necesario e imprescindible recurrir a las Sagradas Escrituras, para que las mismas nos ofrezcan el camino a seguir para prevenir y vencer dichas tentaciones. Así lo hizo Cristo, y así debemos hacerlo nosotros, ya que es un camino conocido y seguro.

     

    Finalmente, tenemos que recordar que la tentación no es un juego, sino algo muy serio y peligroso, que puede hacernos caer en pecados graves, pero que no es una condena a priori, aunque muchas veces sucumbamos a sus avances. Como tenemos la certeza de que el Espíritu Santo nos acompaña antes y durante dichas tentaciones, para poder hacer nacer en nosotros las fuerzas necesarias y la orientación correcta que nos ayudan a vencer estas tentaciones, triunfar en nuestras luchas con el demonio, a la vez que nos proporciona la sabiduría suficiente para guiarnos por el camino correcto en el curso de nuestra historia personal, comunitaria y social.

     

     

     

     

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