Espiritualidad | Padre Genaro Ávila-Valencia, SJ/VN
10 rasgos de los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola
Con ocasión del “Año Ignaciano”, la
CPAL ha organizado el Congreso Internacional de Ejercicios Espirituales, entre
los expositores se encontraba el jesuita mexicano, Francisco López Rivera, SJ
quien comparte con Vatican News, 10 rasgos ignacianos y jesuíticos que más le
han marcado en su vida en su afán de encontrar a Dios en todas las cosas y a
todas las cosas en Él por medio del ejercicio de “en todo amar y servir”.
Como muchos saben, los jesuitas y todas
las personas que viven y transpiran la espiritualidad ignaciana, enraizada en
Jesús de Nazaret pobre y humilde, estamos celebrando el “Año Ignaciano”; es
decir, recordamos los 500 años de la herida en Pamplona de San Ignacio de
Loyola que sería el punto de partida de su itinerario de conversión. Dicha
conmemoración comenzó el 20 de mayo de 2021 y finalizará con la festividad de
San Ignacio el 31 de julio de 2022. El lema que como Compañía de Jesús hemos
elegido es el de «Ver nuevas todas las cosas en Cristo».
Hacia un mayor “conocimiento interno de
Jesús”
Parte de las actividades conmemorativa
que hemos tenido fue un Congreso Internacional de Ejercicios Espirituales [EE]
organizado por la CPAL (Conferencia de Provinciales de América Latina); en
dicho Congreso hubo un panel donde varios jesuitas y laicos, de profunda
experiencia en el acompañamiento de Ejercicios Espirituales, compartieron
algunas pinceladas de lo que la espiritualidad ignaciana de los Ejercicios les
ha aportado para lograr, por gracia, un mayor “conocimiento interno de Jesús
que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” [EE,104]. Uno de
los maestros expositores fue el jesuita mexicano Padre Francisco López Rivera,
SJ quien ingresó a la Compañía de Jesús en 1956. Fue ordenado sacerdote en
1969. Licenciado en Filosofía y Ciencias Bíblicas. Profesor de Sagradas
Escrituras. Maestro de novicios. Instructor de Tercera Probación. Rector del
Instituto Libre de Filosofía y Ciencias y del Colegio Internacional del Gesù.
El Padre Pancho, como cariñosamente le
llamamos les jesuitas en México, fue mi formador en el Noviciado y me ha
parecido muy pertinente e inspiradora su ponencia, ya que es un gran conocedor
de la espiritualidad ignaciana y un enamorado de Jesucristo. Por tal motivo, en
lo sucesivo compartiré 10 rasgos ignacianos y jesuíticos que más le han marcado
en su vida; dichos trazos, son los que él mismo nos expuso tan bellamente
durante aquel Congreso, se los comparto con toda la esperanza de que sean de
gran ayuda y fuente de inspiración para muchos buscadores del Señor Jesús y
peregrinos en seguimiento constante para encontrar a Dios en todas las cosas y
a todas las cosas en Él por medio del ejercicio de “en todo amar y servir”.
El Padre Francisco López Rivera, SJ
comparte 10 rasgos ignacianos y jesuíticos que más le han marcado en su vida:
Humildad amorosa
Ignacio de Loyola entiende la humildad
como “acatamiento por amor”, un amor que es acción y que se traduce en obras de
servicio en favor de los demás. De ahí la fuerza de aquella consigna ignaciana
de la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios Espirituales “El amor
se debe poner más en las obras que en las palabras” [EE,230]. Los jesuitas
somos hombres de mucha acción, sí, pero también de mucha contemplación por amor
y para servir.
Mística a fondo
La espiritualidad ignaciana es una
mística para el mundo que busca echar raíces en nuestra más cotidiana realidad
para ser personas contemplativas en la acción. Se trata de una mística de fondo
y nada superficial (no hay místicas superficiales) que pretende un “no estar
sino en Dios”. Ignacio sólo solo es el fundador de una Orden religiosa, sino un
apasionado peregrino y un sabio maestro de oración.
Mortificación
Aunque parezca una palabra pasada de
moda y casi en desuso, la verdad es que no lo es tanto. Más bien es una palabra
poco comprendida en nuestros tiempos. Desde la propuesta ignaciana, la
mortificación se entiende como tener la audacia de vivir centrados en nuestro
“Principio y Fundamento” [EE,23] y no moverse al ton y son de nuestros
caprichos y “afecciones desordenadas”, es un vencernos a nosotros mismos, a
nuestro ego inflado, para ordenar nuestra vida en función de un amor más
grande.
Gratitud
Decía San Ignacio que la gratitud es la
fuente de todos los bienes, de ahí que esta actitud sea fundamental para una
persona que bebe de la espiritualidad ignaciana. De ahí que, un buen examen de
conciencia y cualquier auténtica oración, siempre inician y terminan con un
“¡Gracias!”. Asimismo, toda nuestra jornada está llamada a iniciar y terminar
también agradeciendo por todo y en todo, en especial, lo que más nos cuesta y
nos duele.
Vivir desde el corazón
El corazón es la fuente de los afectos,
es donde percibimos la voz del Señor y donde sentimos la consolación o
desolación. Es la sede del discernimiento de espíritus al modo ignaciano. Un
corazón unido intrínsecamente a la razón, sin división, para desde ahí
“conocer, amar, seguir y servir”. “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros
mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).
Jesús y los pobres
San Ignacio nos recuerda con vitalidad
que “la amistad con los pobres nos hace amigos del Rey Eterno”. En el
itinerario de los Ejercicios, contemplamos siempre a un Jesús pobre y humilde,
encarnado en nuestra humana fragilidad y compasivo ante nuestras necesidades.
En la anotación 277 de los EE encontramos cómo Jesús “a los pobres mansamente
dijo”. Ignacio añade este adverbio al texto evangélico. “En su exégesis subraya
la delicadeza de Jesús con los pobres, esa misma delicadeza a la que estamos
llamados todos los cristianos”.
“Hacer y padecer por Cristo” [EE,197]
Se trata de una honda disposición
interior, anclada en la experiencia del amor y encuentro personal con Cristo,
que nos invita, “no al vano dolorismo, sino a la generosidad y valentía ante el
sufrimiento que inevitablemente trae consigo la vida humana”. Percibir la
presencia de Dios no sólo en lo bueno y lo bello, sino en las circunstancias
más dolorosas que padece el santo pueblo fiel de Dios.
“Salvar la proposición del prójimo”
Se trata de la famosa anotación 22 de
los EE que San Ignacio pone como presupuesto fundamental, tanto para el que da
como para el que recibe los Ejercicios. Es una invitación a la comprensión y
nunca a la condenación de la experiencia de los otros; si acaso no la entiendo,
estoy invitado a hacer hasta lo imposible por preguntarle al hermano cómo es
que la entiende para evitar malinterpretarlo y, si no basta, corregirle con
amor y buscar “todos los medios convenientes para salvarle”.
Dar los Ejercicios con autenticidad
Esta fue una de las invitaciones que
con más insistencia nos compartió el Padre Pancho López, SJ. Tener el valor de
defender “aguerridamente” nuestro carisma ignaciano que pone a Jesús y su Reino
en el centro absoluto de todo. “No hacer
de la experiencia de los Ejercicios un ciclo de piadosas conferencias, aunque
sean sobre los mismos Ejercicios; mucho menos si son sobre temas ajenos:
ciencias, artes, política, análisis sociológicos, etc. Seguir fielmente la
recomendación de Ignacio de dar a los ejercitantes la materia suficiente para
que, trabajando por su cuenta, lleguen a las luces y mociones. Y evitar el
cansarlos con largas disertaciones, lo que podríamos llamar, ‘darles el
alimento ya masticado’”.
Contemplación para alcanzar amor
Este es el cierre magistral de los
Ejercicios Espirituales, una contemplación auténticamente ignaciana en la que
se nos invita a mirar con anchura, altura y profundidad la gran generosidad de
Dios, que nos lleva con sincera gratitud, a expresar devotamente el
ofrecimiento escrito por el mismo San Ignacio de Loyola: “Toma, Señor, y
recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo
mi haber y poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro,
disponen a toda vuestra voluntad. Dadme tu amor y gracia que ésta me basta”.
Publicado por Vatican News
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