Fe y Vida | Miguel A. Munárriz/FA
Después de Jesús, nosotros la Iglesia
Jn
21, 1-19
«Apacienta
mis corderos… Apacienta mis ovejas».
Imbuidos
del espíritu de Jesús, aquellos hombres y mujeres comprometidos con la misión
se convierten en semilla poderosa que cae en buena tierra y da cosecha
abundante. Surgen las primeras comunidades cristianas y sus miembros se reúnen
en las casas para celebrar la Cena del Señor, leer las primeras recopilaciones
de los hechos y los dichos de Jesús y atender las necesidades de los más
necesitados. Su modo de vida es fértil y contagioso, y no dejan de crecer.
Las
autoridades comienzan a recelar de su creciente influencia sobre el pueblo y
llegan las persecuciones. Judíos y romanos los persiguen, los encarcelan, los
torturan y los matan. Pero el espíritu que los anima, el espíritu de Dios, los
mantiene firmes, y cuanto más los persiguen, más se reafirman en su fe… Y
siguen creciendo.
Pero
a partir del siglo segundo se abandona el estilo de Jesús. Primero se imponen
las teologías cuasi gnósticas en boga y luego las metafísicas platónica y
aristotélica. Se relegan las parábolas. Abbá se convierte en la Primera Persona
de la Santísima Trinidad y se olvida la buena noticia. Se impone el celibato y
se margina a las mujeres. Llegan las pompas señoriales de los obispos
bizantinos y la monarquía absoluta del Papa. La Iglesia, antes perseguida, se
convierte en perseguidora…
Y
llegamos a nuestros días. Y cuando todo parecía perdido, surge una generación
de gente que no está dispuesta a permitir que el Viento de Dios que empujó a la
primera comunidad deje de soplar en la Iglesia actual.
Y
el espíritu renace. Y hay signos evidentes de que la Iglesia, quizá por primera
vez, es consciente de sus pecados y se esfuerza por salir de ellos. Y vemos que
hay más la gente que se acerca a la Iglesia movida por la fe, y no por la
costumbre. Que el sacerdocio deja de ser una situación de prestigio y
comodidad, y se convierte en una opción de servicio. Que casi nadie piensa que
fuera de la Iglesia no hay salvación; que no hay verdad; que la acción de Dios
en el mundo se da solamente dentro de la Iglesia.
Y
vemos también que el Santo Sacrificio de la misa va dejando paso a la
eucaristía y la exégesis seria nos hace entender mejor la Palabra. Que se
recupera la humanidad de Jesús —tantos siglos sometida a un docetismo
indiscutido— y se redescubre a Abbá, enmascarado por ese Padre Todopoderoso
caracterizado, sobre todo, por el poder y la justicia. Y que, por primera vez
en muchos siglos, no es el clero, sino todos los cristianos, los que podemos
decir “nosotros la Iglesia”.
La
Iglesia se enfrenta esperanzada al reto de responder a los desafíos de cada
momento y cada cultura; de ser fiel simultáneamente a dos principios
fundamentales: a lo recibido de los Testigos, y a los signos de los tiempos.
(Inspirado
en el Tema del mismo nombre del curso de “cultura religiosa” de Ruiz de
Galarreta)
Publicado por Feadulta.com
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