Entrevista | Maica Rivera
Ginés
Sánchez: «No infantilicemos a los jóvenes»
El Premio SM Gran Angular 2022 da voz a una pequeña
huérfana, Isata, que ha perdido la suya por el trauma de sus vivencias como
refugiada
¿Qué le animó a escribir una novela
juvenil sobre el mundo de los refugiados?
Quería escribir sobre el tema desde hacía tiempo.
Pero necesitaba encontrar la fórmula para hacerlo y darle sentido en mi
escritura. Pensé mucho sobre ello, y llegué a la conclusión de que sería en el
mundo adolescente donde tendría el mejor encaje para visibilizar esta realidad.
¿La historia está basada en hechos
reales?
No hay una Isata o una Dibra que hayan vivido
estrictamente esta historia. Pero sí que hay miles de Dibras e Isatas,
equivalentes a cada una de ellas, en cada campo de refugiados del mundo. Y
también, seguro, muchos cientos de niños que, simplemente, un día desaparecen y
de los que nadie vuelve a saber.
¿Qué quiso que significara el título?
Los chicos protagonistas llegaron al campo de
refugiados en el que están a través del mar: lo cruzaron en pateras, balsas o
lo que sea, pero viven en su propia orilla porque no los dejaron ir más allá.
Lo ven todos los días, lo respiran. Y para ellos, ese mar está a la espalda. Es
lo que dejaron atrás. Y por eso, miran hacia las montañas al otro lado. Porque
es donde debería seguir su vida. También persiste, claro, el recuerdo de todos
los que no pudieron dejar ese mar detrás.
¿Cómo desarrolló el proceso documental?
Fue muy duro y de él se ocupó esencialmente
Cristina, mi pareja. Ella tenía acceso a personas que habían vivido de primera
mano experiencias como las que sufren los personajes del libro. Entonces, nos
sentamos con ellas y hablamos, hablamos, hablamos. Mientras que otras personas
nos mandaban sus historias a través del correo electrónico. Hubo mucha gente
que quiso colaborar. Y a todos se lo agradecemos infinito.
¿Qué le caló más de la investigación
sobre el terreno?
Aparecieron testimonios espantosos. Cosas
horribles. Sin embargo, lo más descorazonador fue darnos cuenta de la burocratización imperante en los campos de
refugiados, Dibra se pasa la novela diciendo: «No somos números, somos personas
de piel y huesos». Y, si descorazonador fue comprender la burocratización,
todavía más duro fue comprender que esa burocratización éramos nosotros: el
mundo que consideramos occidental y civilizado.
¿Cuál es su personaje favorito?
Isata lo es, sin duda. Y también Wole o Samir. Pero
el personaje principal, Dibra, para mí, eclipsa a todos. Es la heroína
perfecta, la rebelde y furiosa, pero también la que está llena de compasión, la
que siempre parece a punto de quebrarse.
¿Es la suya una historia en la que la
amistad prevalece por encima de todo?
Podríamos decirlo, sí. Digamos que el lema es
«nunca dejes a tus amigos atrás».
¿Hay un afán educativo en esta novela?
Hay un afán educativo de fondo, sí. Los libros
están para pasarlo bien. Pero también para formarse como personas. También para
obligarnos a pensar, a ver el mundo desde otras perspectivas.
¿Dónde están los límites de la literatura de denuncia cuando se
escribe para jóvenes?
No hay límites o no debería haberlos. No deberíamos
infantilizar a los jóvenes. Al revés, deberíamos explicarles la vida tal cual
es. Eso los preparará mejor para los problemas y los desengaños a los que
tendrán que enfrentarse en el futuro. Lo que sí creo que es necesario es ser
hábil a la hora de contarles.
En el actual contexto internacional de
guerra, ¿le surgen nuevas lecturas de la obra?
Se me ha reforzado el concepto del olvido. Del limbo administrativo. Porque ahora todo el
mundo está volcado con los refugiados ucranianos. Y es maravilloso que lo esté.
Pero se calcula que hay unos 50 millones de refugiados en el mundo. O sea, una
España entera viviendo como viven Dibra, Isata y los demás. Y nadie habla de
ellos y nadie se preocupa por ellos. ¿Qué pasará con los refugiados ucranianos
cuando el foco se aparte de su lado? Siempre hay una guerra en algún lugar del
mundo.
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