Actualidad | Cecilia Seppia
Un
Planeta a cuidar, un grito aún a escuchar
En el
séptimo aniversario de la encíclica Laudato si’, trazamos un balance de cuánto
se hizo hasta ahora y de cómo las palabras proféticas de Francisco han hecho
iniciar procesos fecundos, en todos los ámbitos tocados por el texto,
interpelando a los gobernantes, así como también a los niños al punto de
transformar la urgencia en una costumbre: cuidar la Casa Común, y cada una de
sus creaturas, incluso la más efímera.
Si el
Planeta Tierra fuera una persona, probablemente estaría hoy tumbado en alguna
cama de hospital con un goteo de morfina conectado a su brazo para aliviar los
numerosos e insoportables dolores que le aquejan. Ha sido el hombre, sobre todo
en las últimas cuatro décadas, el que, como buen médico, se ha esforzado en
hacer la historia clínica del paciente, sometiéndolo a análisis clínicos
especializados, hasta llegar a un diagnóstico poco halagüeño: la contaminación;
el cambio climático; la desaparición de la biodiversidad; la deuda ecológica
entre el Norte y el Sur, vinculada a los desequilibrios económicos; el
antropocentrismo; el dominio de la tecnocracia y las finanzas, con la
prevalencia de una "cultura del descarte" rampante que lleva a la
explotación de los niños, el abandono de los ancianos, la esclavización de los
demás, el comercio de órganos o los diamantes de sangre.
En una
palabra, el "cáncer", y además el cáncer "en última fase",
que quizá sea más temible que las enfermedades descriptas anteriormente, pero
que nos deja indiferentes porque no ha afectado a ningún miembro de nuestra
familia o a amigos de toda la vida. Sin embargo, ese mismo médico, tan
escrupuloso en la fase de diagnóstico, se olvidó de encontrar una cura. O donde
la había encontrado, para administrarla diariamente, con perseverancia y amor.
Hace siete años, el 24 de mayo de 2015, con la encíclica Laudato si',
fue el Papa Francisco quien relanzó la urgencia de una terapia dirigida contra
las enfermedades de la Tierra, apelando no a los médicos profesionales, sino a
"todos los hombres y mujeres de buena voluntad": 221 páginas, una
introducción, 6 capítulos y dos espléndidas oraciones finales que
inmediatamente dejaron su huella no solo en la Doctrina Social de la Iglesia,
sino también en los procesos políticos, económicos y ecológicos de nuestras
sociedades globalizadas.
Palabras proféticas
Hoy también
a la luz de la dramática experiencia de la pandemia que nos ha puesto de
rodillas y de la guerra que continúa sembrando terror y destrucción, tenemos la
prueba por una parte de las intuiciones “proféticas” del texto de Francisco y,
por otra, de su fuerza, tan simple como el verso del Cántico de las Criaturas
del que toma su nombre y, al mismo tiempo, tan eficaz, como lo es toda palabra
dirigida a Dios con fe.
Los frutos
de la encíclica del Papa Bergoglio, la segunda de todo su Pontificado, han, de
hecho, iniciado procesos fecundos, muchos de ellos aún en curso, en todos los
ámbitos tratados en el texto, interpelando a los gobernantes, como también a
los niños, decididos, con pies de plomo, a hacer su parte. El bagaje cultural y
magisterial en el que se asienta la reflexión del Papa es amplio y bien
documentado: desde Pablo VI, que se refirió al problema ecológico presentándolo
como una crisis que es "consecuencia dramática" de la actividad
incontrolada del ser humano, hasta San Juan Pablo II, pasando por Benedicto
XVI, que ha invitado con preocupación a reconocer que la Creación está
comprometida allí "donde somos las últimas instancias, donde el todo es
simplemente de nuestra propiedad y lo consumimos solo para nosotros
mismos".
Y, sin
embargo, en la maravillosa obra de las manos de Dios, no hay depredadores ni
egoísmo, no hay amos y esclavos, no hay un entorno que se pueda explotar a
voluntad, sino un lugar, un hogar de hecho, que se comparte en armonía.
Francisco dice: “La Biblia nos enseña que el mundo no nació del caos o del
azar, sino de una decisión de Dios que lo llamó y siempre lo llama a la
existencia, por amor. El universo es bello y bueno, y contemplarlo nos permite
vislumbrar la infinita belleza y bondad de su Autor. Cada criatura, incluso la
más efímera, es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el
mundo”.
Todo está conectado, incluso las crisis
El primero y
valioso fruto de la Laudato si’ es precisamente su capacidad
de conectar aspectos que, con anterioridad, se trataban sectorialmente. No es
casualidad que entre las expresiones más citadas se encuentre “la ecología
integral”, que está en el centro mismo, el "todo está conectado", que
se ha convertido casi en un eslogan, y la anotación de que "no hay dos
crisis searadas, una ambiental y otra social, sino una única y compleja crisis
socio-ambiental": el Planeta está mal, pero el hombre ciertamente no está
mejor, obligado por la hambruna, el hambre, los desplazamientos de tierra, las
inundaciones, las guerras, la corrupción, a abandonar su hogar, sin saber si
alguna vez encontrará otro.
También este
año hemos contado en Vatican News muchas historias inspiradas en Laudato
si’, desde Roma hasta las Islas Salomón, atravesando los 5 continentes con
los testimonios de quienes han querido ponerle cara. La acción a favor del
medio ambiente es transversal a las culturas, a los pueblos, a los contextos
geográficas, a las creencias, aunque hay que decir que la Iglesia ha sido un
enorme hervidero de ideas y proyectos, gracias a los cuales las palabras del
Pontífice no quedaron en papel mojado.
Los proyectos
En Ghana,
por ejemplo, los obispos de la Conferencia Episcopal están haciendo un esfuerzo
para plantar un millón de árboles, una acción concreta para complementar y
apoyar el proyecto gubernamental “Green Ghana”, lanzado en junio de 2021.
En Kenia, ya
habían comenzado, el año pasado, con la plantación de semillas en el bosque de
Kakamega, el único bosque tropical que queda en el país. En el programa
participaron 500 personas de distintas confesiones cristianas, que también
realizaron iniciativas de sensibilización por un uso más respetuoso de los
recursos de la tierra. Plantar un árbol -había dicho el Papa Francisco
precisamente en Kenia en 2015- es, en primera instancia, una invitación a
seguir luchando contra fenómenos como la deforestación y la desertificación. A
su vez, plantar un árbol nos provoca a seguir confiando, esperando y
especialmente comprometiendo nuestras manos para revertir todas las situaciones
de injusticia y deterioro que hoy padecemos”.
Con esta
visión, los jóvenes del Movimiento Laudato si’, en modo particular, intervinieron
también en el ámbito urbano para afrontar sea simbólica como concretamente uno
de los más grandes desafíos a los que se enfrentan las ciudades: el de la
inmensa producción de residuos. Y así, en colaboración con la ONG Nairobi
Recyclers (Narec), dieron vida a un proyecto de reciclaje que busca
limpiar parte de la capital. Además de recoger la basura y de proteger el medio
ambiente de la contaminación, el equipo de Nairobi Recyclers identificó
17 escuelas y 5 casas religiosas de acogida para niños donde pretende plantar
más de mil árboles frutales y otras especies. Pero la Iglesia, además de los
proyectos de reforestación en África, ha puesto en marcha, en otros contextos,
de descarbonización, de eficiencia energética, de agricultura sustentable, de
abastecimiento de agua potable, de limpieza de los mares de plástico, de
educación y sensibilización ambiental, sin olvidar nunca a la persona y la
protección de la vida humana.
Con este
propósito no se puede no citar la obra del episcopado estadounidense y de la
diócesis de Chicago que, bajo la guía del cardenal arzobispo de la ciudad,
Blase Joseph Cupich, tiene el mérito de haber establecido el primer
ministerio Laudato si’ en el mundo, interpelando a tantos
católicos, jóvenes y mayores, que han puesto su profesión o "carisma"
en el cuidado de la Casa Común y la defensa de los más débiles. Una mención
especial también para la diócesis de Burlington que se comprometió con los fieles
en la sensibilización y en la acción hacia una mayor justicia ecológica
emprendiendo proyectos para hacer frente a la cultura del despilfarro (práctica
del compostaje en el huerto y en el jardín, uso exclusivo de materiales
reciclados empezando por el papel, modelos circulares de producción y consumo
alimentario, pero no solo), junto al comienzo de un monitoreo de las
propiedades inmobiliarias diocesanas en lo que respecta al suministro de
energía para su conversión a formas renovables o de bajo impacto ambiental.
También es grande la implicación de las comunidades locales, por parte de la
Iglesia, para salvar a la Amazonía, el pulmón verde del mundo que corre el
riesgo de derrumbarse cada día más a causa de la deforestación, de la
corrupción, la explotación intensiva del suelo y la aniquilación de la
biodiversidad.
Los frutos de un llamamiento incansable
“En efecto,
existe una clara relación entre la protección de la naturaleza y la
construcción de un orden social justo y equitativo. No puede haber una renovación
de nuestra relación con la naturaleza, sin una renovación de la humanidad
misma”, había dicho el Papa en ocasión del Encuentro con las Autoridades
keniatas durante el Viaje Apostólico de noviembre de 2015, que también tocó a
Uganda y a África Central, pocos meses después de la publicación de la
encíclica. El llamamiento es, no obstante, incansable: “Cuidar la Tierra, para
que no responda con la destrucción”, no devorar la Tierra sino devolverle su
dignidad, escuchar aquel grito sufriente de los pueblos que sigue presionando
los oídos de todos. También en este año hemos presenciado un vibrante
florecimiento de las Comunidades Laudato si’, que nacidas de la
idea del obispo de Rieti, monseñor Domenico Pompilli y del fundador de Slow
Food Italia, Carlo Petrini, en el silencio de la oración o en el “barullo” de
las movilizaciones, pero siempre con iniciativas concretas, han relanzado el
tema de la ecología integral apuntando a esa conversión del corazón, pero
también de acción que atraviesa e irradia el texto de Francesco. Desde 2020 en
adelante, no obstante la pandemia, los círculos Laudato si’ han
registrado un aumento de casi el 300%.
La encíclica
ha permeado el debate político y científico a partir de la Conferencia de París
sobre el clima del 2015 y la de Glasgow del 2021; hizo sí que el cuidado de la
Casa Común se incluyera entre las obras de misericordia y dio lugar a la
"Economía de Francisco”.
Sin ese
documento quizás hubiera sido más difícil celebrar un Sínodo como el de la
Amazonia (cuya conexión con Laudato si' es evidente ya desde el tema:
"Nuevos caminos para la Iglesia y para la ecología integral") y
llegar a la posterior exhortación apostólica, Querida Amazonia, con sus cuatro
sueños -social, cultural, ecológico y eclesial- que son en realidad un camino
de ecología integral capaz de interpelar la conciencia del mundo entero, al que
el propio Francisco se refirió cuando, al hilo de los trabajos sinodales, habló
de un verdadero "pecado ecológico".
El mismo
Sínodo de los jóvenes del 2018 y el “Documento sobre la fraternidad humana”,
firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi por el Papa y el gran imán de
Al-Azhar, Al-Tayyib, estarían, al fin y al cabo, entre los frutos de este
texto, inicialmente visto como una encíclica verde, más tarde mejor entendido
como una verdadera perspectiva innovadora, motor de una revolución cultural,
que atraviesa la sociedad en todas sus grietas. Durante la JMJ de Panamá, en
enero de 2019, se habló incluso de una "Generación Laudato si'".
Sin embargo, es un hecho que el paradigma de la ecología integral se ha
extendido como un reguero de pólvora a nivel internacional, gracias también al
compromiso del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, así
como en Italia, donde ha encontrado un terreno especialmente fértil, dada la
sensibilidad hacia las cuestiones medioambientales demostrada por la
Conferencia Episcopal Italiana y las distintas diócesis. Sin embargo, el
documento de Francisco ha dado un nuevo impulso a la reflexión de asociaciones
comerciales como Coldiretti, Confcooperative y Confartigianato o
de fuerzas sindicales como la Cisl.
A nivel
eclesial, se ha injertado en iniciativas nacionales como las Semanas Sociales
de los católicos italianos; ha inspirado eventos de espiritualidad, sobre todo
el "Tiempo de la Creación" que va desde el 1º de septiembre, Jornada
Mundial de Oración por la Salvaguarda de la Creación, hasta el 4 de octubre,
fiesta de San Francisco. Ha permitido el establecimiento de la Semana Laudato
si', este año programada del 22 al 29 de mayo; ha alimentado la música, el
arte, la cultura e incluso el cine. "Somos parte de una sola familia
humana, llamada a vivir en una casa común de la que constatamos, juntos, la
inquietante degradación", fueron las palabras del Papa Francisco en el
texto entregado a los ecologistas franceses, con los que se reunió el 3 de
septiembre de 2020, pero, añadió, "nos alegra el hecho de que la toma de
conciencia de la urgencia de la situación se haga sentir en todas partes, de
que el tema de la ecología cale cada vez más en las formas de pensar en todos
los ámbitos y empiece a influir en las decisiones políticas y económicas,
aunque quede mucho por hacer”.
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