Mundo | Lucas Schaerer
Hebe de Bonafini: enemiga
de Bergoglio, amiga de Francisco
La
líder de la Asociación Madres de Plaza de Mayo ha pasado de tomar la catedral a Jorge Mario Bergoglio a llorar
junto a él, ya Papa, en el Vaticano
Hebe de Bonafini es la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y
una referente mundial de la lucha por los derechos humanos. De padre
anticlerical y con un hijo desaparecido junto a un sacerdote, Bonafini marcha
junto a otras madres cada jueves, desde hace 45 años, alrededor de la pirámide
de la plaza de Mayo de Buenos Aires, frente a la sede del Gobierno nacional. Al
principio lo hacían con pañales en la cabeza, símbolo de la búsqueda de sus
hijos; luego los reemplazaron por pañuelos blancos.
Francisco escribió el pasado 30 de abril una carta dirigida a Bonafini,
donde la citó como «querida Hebe» y definió a las Madres de Plaza de Mayo como
«madres de la memoria». En el texto reconoce que leyó «detenidamente» el libro
biográfico de la líder de la asociación, titulado Los caminos de la vida, y calificó como «admirable» la
trayectoria de estas mujeres. El Pontífice añadió: «Ustedes son protagonistas
de esta historia de dolor, con la búsqueda de sus hijos desaparecidos».
Hebe de Bonafini ha vuelto a la fe y a trabar una amistad con el Santo
Padre tras décadas de enfrentamientos con la Iglesia católica y con el propio
Jorge Mario Bergoglio, a quien cuestionó con acciones y declaraciones
políticamente incorrectas.
¿Cómo
fue el encuentro?
Llegué temprano, media hora antes. «No importa», me dijo su secretario;
«él también está muy ansioso de verla, así que la está esperando desde
temprano». Su trato fue especial. Estuve dos horas y media con él. No sabía
cómo empezar, así que inicié la conversación con un chiste para romper el hielo
y le dije que teníamos que hablar de nuestros problemas. No le pedí perdón,
pero sí disculpas. Él me había cerrado los baños de la catedral cuando la
tomamos –en junio de 2002 en Argentina había un enorme descalabro social,
económico y político–. Entonces monté un baño detrás del altar de la catedral.
Estaba rechiflada, era como para una película. «Tal vez yo me excedí –le dije–,
pero si vos no hubieras cerrado los baños, no lo habríamos hecho». «Déjalo
ahí», me respondió. «Todos nos equivocamos; quiero hablar con vos por todo lo
que haces», y me empezó a tutear por momentos. Se emocionó muchas veces,
y yo también me emocioné mucho. Me pidió que contara a los medios lo que decía
de Argentina, que es muy bueno que se sepa lo que digo y cómo lo digo. Y desde
entonces me llama, y yo a él, y nos escribimos. Todo lo que difundo, antes le
pido permiso. No quiero romper la amistad que tenemos. Son cosas privadas que
no son políticas; él es un ser humano, que a veces nadie se acuerda. Yo le
digo: «Vos sos Francisco, y la otra mitad Bergoglio. Sos hombre que tenés
problemas». Porque los dolores del cuerpo por la edad parecen pavadas, pero no lo son.
¿Por
qué volvió a la fe?
Las Madres de Plaza de Mayo éramos todas católicas de barrio. Íbamos a
Misa los domingos, a alguna procesión, y nos queríamos casar de blanco –más por
el vestido–. Mi padre era español y antifranquista, y no quería que el
sacerdote entrara a casa. Mi madre sí quiso bautizarme y que hiciese la Primera
Comunión. A nosotras los curas nos parecían una cosa espantosa, porque los
sacerdotes bendecían a quienes tiraban a nuestros hijos e hijas vivos al río y
mar, y un obispo los perdonaba. Además estaban los curas dentro de las
cárceles, que presenciaban las torturas y usaban las confesiones para sacar
información a los presos. De ellos no nos olvidamos. Pero es verdad que también
estaban los curas del tercer mundo y los 150 religiosos detenidos o
desaparecidos durante la dictadura. Y luego vinieron los curas que optaron por
los pobres y Bergoglio, que transformó la Iglesia desde que está en el papado,
diciendo a los jóvenes que salgan, se movilicen, que hagan lío, y está su
trabajo con la homosexualidad. Hay cosas que él no puede aprobar, pero no puede
negar que existen.
¿Habló
con el Papa de su conversión?
Tengo fe en muchas cosas. En mis hijos, que me acompañan desde algún
lugar. Tengo fe en los santos populares. No creo en el cielo y todo ese
disparate. No voy a Misa. Soy una cristiana bastante particular, cada uno cree
en lo que quiere o siente. Pero sí me doy cuenta de que tener fe es una cosa
muy importante. Te ayuda a pensar las cosas de otra manera. A mí me ayudó a
cuestionarme quién soy para no tener fe. Yo le digo al Papa: «No traje los
rosarios de mis compañeras para que vos me los bendigas», no creo en eso
–aunque me los bendijo igual–.
Pero
hablar con él le hace bien.
Sí, cada vez que él me habla me hace mucho bien. Me da tranquilidad,
porque a uno le pasa de todo en la vida; nosotras, las madres, tenemos nuestras
creencias y no creemos que nuestros hijos estén muertos; nuestros hijos siguen
vivos mientras haya uno solo que se levante y luche por nuestras banderas. En
estos años han pasado un montón de cosas terribles, pero existe algo que te
empuja, que te salva, algo que te protege. He estado muy grave dos veces, cerca
de la muerte. Pero nadie sabe cómo me salvé. Se suma a esto el cura villero
asesinado, Carlos Múgica, u Óscar Romero, a quien conocí, un buen tipo que se
dio por entero a su pueblo y al que fusilaron por no abandonarlos. Hay para
creer. No se puede vivir sin fe; es como el combustible. De hecho, mi hijo y mi
nuera trabajaban mucho en un barrio popular con el padre Federico Bacchini, y
se los llevaron juntos.
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