Espiritualidad | Miguel A. Munárriz/FA
Invitados a más
Lc
9, 51-62
«El
que echa mano del arado y sigue mirando atrás no sirve para el Reino»
Si
pensamos que Jesús está formulando unas exigencias desmedidas para su
seguimiento, acabaremos desmoralizados porque nos veremos incapaces de
cumplirlas. Si pensamos que nos está invitando a apostar por él de forma
radical porque es una apuesta segura, es posible que lo estemos entendiendo
mejor.
La
radicalidad es una constante a lo largo del evangelio, y buen ejemplo de ello
es la parábola del tesoro escondido en el campo, que quien lo encuentra lo
vende todo para comprarlo.
Pero
la interpretación de este texto encierra un riesgo importante, y es ignorar que
la clave de la parábola está en el «lleno de alegría»; está en comprender que
quien lo encuentra lo vende todo, pero lo hace lleno de alegría porque lo demás
deja de tener interés para él. Es un error frecuente entender el Reino como
renuncia, como sacrificio para ganar un premio mayor. El Reino es abundancia, es
plenitud, y si lo entendemos como carga es posible que nos estemos equivocando.
Encontramos
esa misma radicalidad en el episodio del “joven rico”, cuyo diálogo con Jesús
no tiene desperdicio. Dice el rico: “Guardo los mandamientos, pero ¿hay más?” …
Y le contesta Jesús: “¿Qué si hay más?… Claro que hay más; mucho más. Deshazte
de todo cuanto tienes, vente con nosotros y verás lo que es bueno”.
El
rico se marchó apenado, y no es extraño, porque la radicalidad del Reino suele
producir vértigo. Para hacerla más llevadera, nosotros acostumbramos a
distinguir entre tiempos sagrados (dedicados a Dios) y tiempos profanos
(dedicados a nuestras cosas), entre lugares sagrados (como el templo) y lugares
profanos (el mundo), pero Jesús nos está diciendo que todo es sagrado; que lo
del César también es de Dios… Nos está invitando a cambiar el sentido global de
la existencia; el enfoque general de la vida entera.
Cuando
Jesús nos invita a dejarlo todo, nos está invitando a dejar de servir a las
cosas y empezar a servirnos de ellas para construir el Reino. Como decía Ruiz
de Galarreta: «Ni poseer, ni casarse, ni trabajar, ni descansar, ni disfrutar,
ni esforzarse, ni dimensión humana alguna, está fuera de la categoría esencial;
medios para el Reino». Y es que el evangelio no es un ligero barniz que se
añade a lo humano, sino tomar a la persona desde lo más profundo, tal como es,
y hacer posible que se oriente a Dios.
Una
última reflexión. El fin último del ser humano es la felicidad, y Jesús nos
invita a ser felices a su estilo. Si repasamos el evangelio con este enfoque
caeremos en la cuenta de que todo en él nos está hablando de felicidad; de una
felicidad que comienza en este mundo y es para siempre: «El ciento por uno en
esta vida, y además la vida eterna», le dijo a Pedro.
Publicado
por Feadulta.com
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