Opinión | Jesús Martínez Gordo
Adiós a la contrarreforma
litúrgica
A propósito de la Carta Apostólica “Desiderio
desideravi” de Francisco
En la Carta Apostólica “Desiderio
desideravi” -un
documento que recoge y reelabora de forma original
las Proposiciones resultantes de la Asamblea Plenaria de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (12-15 de
febrero de 2019) sobre el mismo tema- se puede apreciar, con bastante
claridad, la mano del Papa Francisco en unos cuantos pasajes que
entiendo capitales porque facilitan, al menos, dos importantes claves de
lectura de la misma que no, por ello, ocultan lo que entiendo que es su mayor
limitación.
La reforma litúrgica de Pablo VI
La primera, referida a reivindicar la
validez de la reforma litúrgica aprobada en el Concilio y puesta en marcha por
Pablo VI: “no podemos
volver a esa forma ritual que los padres conciliares, 'cum Petro et sub Petro',
(con y bajo Pedro) sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía
del Espíritu Santo y siguiendo su conciencia como pastores, los principios de
los que nació la reforma” (nº 61).
Es una reivindicación que
Francisco ha adelantado unos números antes cuando reitera que “pretendo
ver restablecida (la unidad litúrgica) en toda la iglesia del rito romano” o
cuando denuncia la incoherencia -detectable en muchos lugares de la Iglesia,
incluidos los nuestros- de proclamar la importancia y validez del Concilio y,
al mismo tiempo, no aceptar la reforma litúrgica allí nacida y aprobada (Cf. nº
31). Tal ha sido, prosigue, el fin primordial del Motu
Proprio “Traditionis custodes”: continuar “en la búsqueda constante de la
comunión eclesial en torno a la expresión única de la “lex
orandi” del Rito Romano que se expresa en los libros de la reforma
litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II”.
He aquí la primera clave de
lectura de esta Carta Apostólica; la que sale al paso de la errática -y
contrarreformista- recepción de la reforma litúrgica aprobada en el Vaticano
II.
Eucaristía y espiritualidad “auténticas”
La segunda clave de
lectura la encuentro en su recordatorio de que “una celebración que no
evangeliza no es auténtica, como no lo es un anuncio que no conduce al
encuentro con el Resucitado en la celebración: ambos, pues, sin el testimonio
de la caridad, son como bronce que resuena o como címbalo que clama (cf. 1 Cor
13, 1)”. (nº 37). Y no es auténtica porque descuida -algo, por
desgracia, muy frecuente- la articulación entre el encuentro con el
Crucificado Resucitado en la celebración eucarística y en la autopista de la vida (con
los crucificados de cada día), así como en la creación, donde también se
manifiesta o transparenta -por pura gratuidad- la belleza y verdad del amor de
Dios.
En el núcleo de esta segunda clave de
lectura se encuentra, obviamente, el reconocimiento de la
pluralidad que se funda en las acentuaciones legítimas de cada uno de
los pilares fundamentales de la fe que se ponen en juego. Y, a la vez, el
desmarque, contundente, de las extrapolaciones, que tan en boga siguen
estando todavía entre nosotros (y no solo entre los lefebvrianos), cuando, por
ejemplo, se absolutiza la adoración y se desprecia el encuentro con Dios tanto
en su comida y bebida como en el mundo y en la historia y, concretamente, en
los crucificados y en tantos chispazos o murmullos de eternidad y plenitud que
también se transparentan en el cosmos y en la existencia de cada día; además de
en la eucaristía.
He aquí la segunda clave de lectura de
la Carta Apostólica, la que sale al paso de estas y otras
extrapolaciones, además del gnosticismo o espiritualismo subjetivista y “sin
carne” o del neopelagianismo sin gratuidad, es decir, de la presunción de
estar ganándose la salvación o la Vida en plenitud apoyado solo en las propias
fuerzas (Cf. nº 17. 19. 20. 28. 48. 49).
La urgencia de una reforma litúrgica a
fondo
Pero he dicho que, además de algunos de
los aciertos que, gracias a la mano de Francisco, presenta esta Carta
Apostólica en las dos claves de lectura que acabo de indicar, conviene
no perder de vista lo que entiendo que es la mayor limitación que
presenta la liturgia actual en el rito latino: su creciente y, al
parecer, imparable, insignificatividad.
Está bien llamar la atención sobre la
importancia de iniciarse en el asombro de la verdad y belleza
eucarísticas o sobre la
necesidad de una formación litúrgica seria y vital, además, por supuesto, de
salir al paso de la contrarreforma y de reivindicar la articulación de
experiencia, compromiso y discurso o cabeza, corazón, pies y manos, pero
no podemos ignorar la grave crisis espiritual y eucarística en la que están
sumidas la gran mayoría de nuestras comunidades, incluso las que vienen
aplicando la actual reforma litúrgica, en sintonía, por supuesto, con
Francisco.
No veo que se pueda salir de ella, si no
se apuesta por una nueva reforma a fondo. Vista la actual correlación de fuerzas eclesiales
y las urgencias en las que estamos sumidos, es muy probable que ésta, como
otras, sea una tarea para el próximo sucesor de Pedro. Y, de nuevo, es posible
que cuando, por fin, se realice, sea ya mucha, demasiada, la gente que se haya
quedado en la cuneta.
En síntesis, el lector tiene en sus
manos un documento papal que, oportunamente contextualizado en
la contrarreforma litúrgica padecida estos últimos años, puede ayudarle a
percibir su relevancia eclesial. Pero ha de ser consciente de que,
leyéndolo, no encontrará la necesaria e ineludible reforma litúrgica
que está pidiendo a gritos, desde hace tiempo, el pueblo de Dios, aunque sí
se topará con muchas y sesudas aportaciones de la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, así como con las reivindicaciones
reformistas de Francisco que, sospecho, le van a parecer necesarias y, a la
vez, desmedidamente modestas y, por ello, alicortas.
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