Evangelización | Juan Pablo Espinosa Arce, profesor, teólogo y poeta
Zarza y becerro
1. En el mismo espacio se da la zarza (Cf. Ex 3,1-17) y el becerro (Éxodo 31,18-34). El Sinaà es un espacio paradójico.
2. La zarza es la imposibilidad del
Nombre divino. Como dice Gershom Scholem: “el nombre de Dios es invocable, pero
no es pronunciable; porque sólo lo que tiene de fragmentario hace al lenguaje
susceptible de ser hablado. No se puede hablar el lenguaje “verdadero”, del
mismo modo que no se puede realizar lo absolutamente concreto”. La zarza es,
por tanto, el fragmento de un Misterio, es una insinuación de lo divino. Como
dice el poeta José Luis Bobadilla: “(la naturaleza) insinúa – pero de modos
sutiles”. El becerro no conoce de sutileza.
3. El becerro de oro es una profanación
del Nombre y de la posibilidad. El becerro revela el querer idolátrico que el
ser humano le aplica a Dios.
4. La zarza inaugura el lÃmite. Moisés
no puede acercarse a la zarza. La zarza inaugura el espacio del silencio.
5. La zarza es el nombre de la
incertidumbre. La zarza es posible pensarla desde la expresión “imagen de un
ausente” que deletrea la poeta Micaela Paredes.
6. El becerro de oro elimina lo borroso.
Es pura visión, pura positividad (Byung-Chul Han). Al no haber borrosidad ni
tiniebla el ojo mira directamente y, al mirar directamente, se elimina toda imposibilidad.
El becerro es el nombre del dios que puede ser conocido, pronunciado y escrito.
El becerro no tiene lÃmite. Es la figura de un poder violento.
7. La zarza contiene el Nombre, con
mayúscula. Afirma y esconde una Presencia. La zarza es Nombre, pero nombre
im-pronunciable. La zarza nombra y calla. Como dice el poeta Javier Abarca
Medel: “Nombrar también es guardar silencio”.
8. La zarza esconde la Presencia. Si el
lenguaje nos sirve para la experiencia teológica como dice Giorgio Agamben, el
lenguaje contenido en la zarza es uno roto y fragmentado.
9. La zarza tiene que ver con el
“intervalo”, porque como dice el poeta José Luis Bobadilla “un intervalo puede
ser los silencios”.
10. El lenguaje que nos sirve para la
zarza es el lenguaje poético. La poesÃa desbarata la lógica de la
causa-consecuencia que tan pacientemente nos hemos construido. El becerro de
oro se construyó de manera paciente. El becerro no soporta el lenguaje poético,
aunque a veces transformamos la poesÃa en un becerro.
11. La poesÃa es más zarza y (debe ser)
menos becerro. Al ser más poesÃa, la zarza se mira con asombro. El becerro, al
quitar el velo, destruye el asombro.
12. El Dios en la zarza es poético
porque está en el lÃmite de lo indecible. Al no poder decirse de manera total
la poesÃa traduce de modo precario, limitado y provisorio lo acontecido en la
zarza.
13. El becerro cierra de manera
violenta. Es una visión única y absolutista. La zarza abre en la imposibilidad.
La zarza es un juego de múltiples lecturas. El becerro sólo tiene una lectura.
La zarza no es Ãdolo, es distancia. El becerro no es distancia, es Ãdolo.
14. En la zarza y el becerro encontramos
dos racionalidades: el becerro es la racionalidad del Ãdolo, de lo idolátrico,
de lo manifestado en toda su visibilidad. Es la racionalidad que no soporta ni
permite la niebla, la incertidumbre y el lenguaje provisorio. La zarza es
la racionalidad de lo no apresable, de lo que provoca sorpresa y crea la
espiritualidad.
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