Testigos de la Fe | Juan José Tamayo
"Tenemos una tarea urgente: despatriarcalizar
a Dios, a Jesús de Nazaret y a las organizaciones cristianas"
María Magdalena nos convoca el 22 de julio, día de
su fiesta, a un gran encuentro contra las brechas de la desigualdad cada vez
mayores entre el Norte Global y el Sur Global y los dualismos excluyentes, por
la sororidad-fraternidad eco-humana y la ciudada-nía y cuidada-nía
entre los seres humanos y la naturaleza con capacidad para superar las
discriminaciones e injusticias de género y de todo tipo que destruyen el
tejido eco-social. Con motivo de tan importante efeméride voy a hacer una
reflexión sobre la figura de María Magdalena, la otra Magdalena
desconocida, olvidada, maltratada, a quien defino como “pionera de la igualdad
(no clónica)”.
Durante las últimas décadas se está
produciendo un fuerte movimiento de recuperación de la figura de María
Magdalena por parte de especialistas de la biblia cristiana, que leen los
textos en perspectiva de género, de historiadores e historiadoras, que llevan a
cabo una reconstrucción antipatriarcal de los primeros siglos del cristianismo,
y de la teología feminista, que hace una lúcida y certera hermenéutica de la
sospecha de los textos patriarcales. Papel fundamental han desempeñado en esta
recuperación los evangelios de carácter gnóstico, entre los que cabe citar el
Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de María y Pistis
Sophia.
El movimiento igualitario de Jesús de
Nazaret
Las actuales investigaciones
sociológicas, de historia social, antropología cultural y hermenéutica
feminista sobre los orígenes del cristianismo sitúan el grupo de seguidores y
seguidoras de Jesús en el horizonte de los movimientos de renovación
del judaísmo del siglo I, junto con los esenios, terapeutas, penitenciales
y otros. Lo ubican asimismo dentro de los movimientos que lucharon contra la
explotación patriarcal en las distintas culturas: griega, romana, asiática y
judía. En la historia de Israe/Palestina hubo intensas luchas protagonizadas
por mujeres que ocuparon un lugar político y cultural muy importante.
Las primeras seguidoras de Jesús eran
mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y
encuentros de reflexión religiosa con el sueño de la liberación de las mujeres
en Israel/Palestina. Fue precisamente esa corriente que pretendía emanciparse
del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús
como discipulado igualitario de hombres y mujeres, en el que estas ocuparon un
lugar central y no puramente periférico. La presencia y el protagonismo de las
mujeres en dicho movimiento, reconoce la teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza,
fue de la mayor importancia para la praxis de la solidaridad desde abajo. Su
actividad fue determinante para que el movimiento de Jesús continuara después
de la ejecución del fundador y se extendiera fuera del entorno judío.
Las diferentes tradiciones evangélicas
coinciden en señalar que estas mujeres fueron protagonistas en momentos
fundamentales del movimiento puesto en marcha por Jesús de Nazaret: al
comienzo en Galilea, en su seguimiento como itinerantes, junto a la cruz en el
Gólgota y en la resurrección como primeras testigos. La mayoría de las veces se
citan tres nombres de mujeres dentro de un grupo femenino numeroso (Lucas
8,2-3, por ejemplo, cita a María Magdalena, Juana y Susana). Es la misma
tendencia seguida en el caso de los varones (Pedro, Santiago y Juan). Con ello
se pretende mostrar el lugar destacado que unas y otros ocupan en la comunidad.
La mujer que aparece casi siempre citada
en primer lugar en el grupo de las amigas y discípulas de Jesús es María
Magdalena, que toma
el nombre de su lugar de origen, Magdala, pequeña ciudad pesquera de la costa
oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaún y Tiberíades. Ella es discípula
de primera hora, pertenece al grupo más cercano a Jesús, ocupa un lugar
preeminente en él, hace el mismo camino que el Maestro hasta Jerusalén,
comparte su proyecto de liberación y su destino. Las mujeres que siguen a Jesús
suelen ser citadas en los evangelios en referencia a un varón; María Magdalena,
no: una prueba más de su independencia de toda estructura patriarcal.
La fidelidad o infidelidad a una causa y
a una persona se demuestran “cuando vienen mal dadas”, en la hora de la persecución
y del sufrimiento. Cuando Jesús es condenado a muerte, los discípulos
varones huyen por temor a ser identificados como miembros de su
movimiento y correr la misma suerte que él. Solo las mujeres que le habían
seguido desde Galilea le acompañan en el camino hacia el Gólgota y están a su
lado en la cruz. Dentro del grupo de mujeres, como acabo de indicar, los
evangelios citan a María Magdalena en primer lugar. Ella funge como discípula
fiel no de un Mesías triunfante, sino de un crucificado por subvertir tanto el
orden establecido religioso como el político de carácter imperial y patriarcal.
Testigo de la resurrección
Los distintos relatos evangélicos
coinciden en presentar a las mujeres como testigos de la resurrección y
a María Magdalena como la primera entre ellas. Es precisamente ella
quien comunica la noticia a los discípulos, quienes reaccionan con
incredulidad. Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo
apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea, haber visto a Jesús resucitado
y haber sido enviada por él a anunciar la resurrección. El reconocimiento de
María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en
el cristianismo primitivo, al mismo nivel que Pedro, e incluso mayor en algunas
iglesias.
Sin embargo, en las cartas paulinas y
otros escritos dela Biblia cristiana, el testimonio de las mujeres ya no
aparece, y María Magdalena es sustituida por Pedro. Ello se debe a
que la Iglesia estaba empezando a someterse al dominio masculino, que muy
pronto comenzó a suprimir el importante lugar ocupado por las mujeres en el
movimiento de Jesús.
El silenciamiento, por parte de Pablo y
de otras tradiciones de la Biblia cristiana, de la aparición de Jesús a María
Magdalena y a otras mujeres llevó derechamente a la exclusión de estas de los
ámbitos de responsabilidad comunitaria. Pero, a pesar de ese
silenciamiento, las mujeres constituyen la referencia indispensable de la
transmisión del mensaje evangélico; más aún, son el eslabón esencial para
el nacimiento de la comunidad cristiana. Sin el testimonio de las mujeres, hoy
quizá no habría Iglesia cristiana.
Interlocutora preferente de Jesús
En los diálogos de revelación de los
Evangelios de tendencia gnóstica, María Magdalena aparece como interlocutora
preferente de Cristo resucitado y hermana de Jesús, discípula predilecta y
compañera del Salvador.
Esa posición privilegiada provoca celos
en algunos apóstoles, especialmente en Pedro, quien, según el apócrifo Pisis
Sophia, reacciona en estos términos: "Maestro, no podemos soportar
a María Magdalena porque nos quita todas las ocasiones de hablar; en todo
momento está preguntando y no nos deja intervenir".
Apóstola de apóstoles es el título que da a María
Magdalena Hipólito de Roma, quien no considera a las mujeres mentirosas, sino
portadoras de la verdad, y las llama apóstolas de Cristo. En la misma línea se
expresa Jerónimo, quien reconoce a María Magdalena el privilegio de haber visto
a Cristo resucitado "incluso antes que los apóstoles".
Sin embargo, con el proceso de
patriarcalización, clerizalización y jerarquización del cristianismo, María de
Magdala fue relegada al olvido; más aún, es representada como la penitente
y la sirvienta de Jesús en agradecimiento por haber expulsado de ella los malos
espíritus. Mejor suerte tuvo María de Nazaret, madre de Jesús, que fue
declarada Madre de Dios, elevada a los altares y tratada casi con honores
divinos.
Veinte siglos después, se vuelve a hacer
justicia a María Magdalena. Lo que hace falta es vencer las resistencias
del pensamiento androcéntrico y de la organización patriarcal de la
mayoría de las iglesias cristianas, y recuperar en la práctica la tradición del
movimiento de Jesús como discipulado de iguales en el seguimiento de Jesús y el
proseguimiento de su causa de liberación de todas las esclavitudes.
El movimiento feminista ha reconocido a
María Magdalena como “pionera de la igualdad”. Es hora ya de que las iglesias
cristianas hagan el mismo reconocimiento en su seno y devuelvan a las mujeres
el protagonismo que tuvieron en el movimiento de Jesús y en el cristianismo
primitivo y que deben recuperar hoy.
Despatriarcalizar a Dios y a Jesús de
Nazaret
Afirma la prestigiosa intelectual
feminista Mary Daly (1928-2010) en su libro emblemático Más allá de Dios Padre.
Hacia una filosofía de la liberación de la mujer (1973): “Si Dios es varón, el
varón es Dios”. En la misma dirección apunta Kate Millet, referente del
feminismo radical, en su obra pionera Política sexual (1970): “El
patriarcado tiene a Dios de su lado”. Hoy se sigue presentando a Dios
como varón, que solo se deje presentar por varones y convierte a estos en
“masculinidades sagradas”, en contra del relato de la creación del Génesis que
habla del hombre y de la mujer creados a imagen de Dios. Se continúa patriarcalizando
a Jesús de Nazaret, convirtiendo un hecho biológico en principio teológico que
excluye a las mujeres de toda representación jesuánica. La patriarcalización de
Dios y de Jesús se traduce en organizaciones cristianas
jerárquico-patriarcales, que, en un círculo vicioso, legitiman, apoyan y
refuerzan el patriarcado político, familiar, moral, educativo, etc. Patriarcado
religioso y patriarcado político ejercen una doble legitimación.
Tenemos una tarea urgente:
despatriarcalizar a Dios, a Jesús de Nazaret y a las organizaciones cristianas. Es condición necesaria para recuperar
el cristianismo igualitario de María Magdalena y re-crear comunidades
cristianas libres de discriminaciones de género, religión, cultura, identidad
sexual, clase social, etc. Dicha tarea hay que llevarla a cabo en sintonía y
colaboración con los movimientos feministas, que deben apoyar la causa de la
igualdad y la justicia en las iglesias y las religiones, al tiempo que las
comunidades cristianas y religiosas igualitarias deben hacer causa común con
los movimientos de emancipación de las mujeres.
Deconstruir las masculinidades
hegemónicas y sagradas
Ah, y sin olvidar que dicha causa
requiere luchar contra las masculinidades hegemónicas en la sociedad y contra
las masculinidades sagrada en las religiones, lo que exige la implicación de
los varones feministas en la deconstrucción de las masculinidades tóxicas, que
predominan en las mentes y las prácticas de los varones y dominan todas las
esferas de la vida pública, y la construcción de nuevos modelos de masculinidad:
masculinidades otras, alternativas, que eliminen, y no reproduzcan, los roles
aprendidos desde la infancia en torno a lo femenino y lo masculino.
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