Espiritualidad | Miguel A. Munárriz/FA
Orar
Lc
11, 1-13
«Venga
a nosotros tu Reino»
Para
los hombres y mujeres que vivieron con anterioridad al siglo veinte, la vida
era sinónimo de dificultad, inseguridad y opresión, y en esas condiciones
volvÃan la mirada al interior y se amparaban en él. Su mejor refugio era la
oración, y a ella recurrÃan para dar gracias por lo recibido o buscar consuelo
en momentos de desolación. EstablecÃan asà una relación cotidiana con Dios que
serenaba su espÃritu y les confortaba ante la adversidad.
Pero
pasó el tiempo y las cosas cambiaron. La vida dejó de ser un valle de lágrimas
y nosotros dejamos de sentir necesidad de Dios. Nos abrimos al mundo,
clausuramos la puerta de entrada a nuestro interior y olvidamos la oración.
Dios se convirtió asà en un extraño con quien somos incapaces de mantener una
relación personal que nos aliente; que nos libere del vacÃo y la angustia que
—según Kierkegaard— se produce al ignorar lo eterno que hay en nosotros.
A
veces tratamos de suplir esa falta de intimidad a través de una relación en
clave racional, no afectiva, pero solemos caer en un intelectualismo estéril
que nada nos aporta. Como decÃa Unamuno: «Con la razón solo llegamos a la idea
de Dios, no a Dios mismo». A Dios se llega con el corazón; se llega con la
oración, pero nos resulta muy difÃcil “elevar el corazón a Dios” sin que
nuestra psique se sienta incómoda y se apresure a sofocar de raÃz nuestro
intento.
Afortunadamente
existe otro tipo de oración que se manifiesta en la empatÃa con todos, en el
perdón; en compartir, en consolar, en ayudar, en servir, en trabajar por la
justicia… Sabemos que Jesús pasó por la
vida haciendo el bien y ayudando a los oprimidos por el mal, es decir, creando
humanidad a su alrededor, y ésa debe de ser nuestra mejor guÃa y nuestra mejor
oración.
Pero
aparte de su actividad profética, sabemos también que se retiraba con
frecuencia a orar, y podemos imaginar que allá en la soledad de la montaña se
dirigÃa a Abbá para contarle sus anhelos, sus desvelos, sus fracasos y sus
tentaciones; como cualquier hijo. Porque Jesús habÃa asumido sinceramente,
Ãntimamente la condición de hijo. Y esta faceta suya nos interpela con fuerza,
porque nos hace conscientes de que, si queremos vivir la vida con toda su
amplitud y todo su sentido, necesitamos mantener una relación de intimidad con
Dios que no logramos.
Lucas
nos cuenta que un dÃa, a orillas del lago, se alzó una voz entre la multitud
que gritó: «Enséñanos a orar», y como siempre ocurrÃa, la respuesta de Jesús
sobrepasó toda expectativa, porque en ella nos hizo entrega de su Dios, Abbá, y
partÃcipes de su propia relación con Él. Cuando oréis, nos dijo, no debéis
dirigiros al Dios todopoderoso y eterno, sino a Abbá, vuestro padre, vuestra
madre. Y pedid lo importante; el Reino, el alimento, el perdón y la liberación
de la esclavitud a que nos somete el mal.
Publicado
por Feadulta.com
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