Reflexión | Esperanza radical: Ramón Hernández
¿Buenismo
ilusorio?
A salto de mata
– 35
En un mundo ambivalente
La salvación
no solo de todos los seres humanos, sino también de todo el universo creado,
hacia la que apuntaba mi reflexión de la semana pasada sobre Jerusalén no
responde a una especie de “buenismo” bobalicón o a la pura ensoñación de quien
no quiere o no se atreve a mirar de frente la cruda realidad de la vida humana,
tan saturada de maldades espeluznantes, a veces incluso horrorosamente crueles. Seguramente,
la RAE tiene razón cuando dice que el “buenismo” es la “actitud de quien ante
los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva
tolerancia”, debido a que piensa que la buena disposición y el diálogo,
revestidos de solidaridad, resuelven todos los problemas. No es cuestión de
entrar a valorar aquí si la actitud del buenista a carta cabal tiene alguna
validez para enfocar el desarrollo del conjunto de la vida humana que realmente
estamos llevando, tan plagada de salvajadas, o si se construye sobre un
infantilismo persistente que navega en una superficie de sonrisas y abrazos sin
ahondar jamás en las tenebrosas razones de los recovecos y cavernas con que
tropieza ese mismo desarrollo.
La convicción
manifestada en dicha reflexión parte de una doble fuente, alimentada la primera
por el cristianismo que he tenido la fortuna de mamar desde los albores de mi
racionalidad y la segunda, por el sistema de pensamiento de mi maestro
Chávarri, que emplaza al hombre, nacido a medio hacer, a recorrer, para
alcanzar su plenitud, el camino de la vida por las sendas beneficiosas de la
cultura ,de la pradera cósmica y del paraíso metahistórico. En cuanto al cristianismo, a estas
alturas de la historia, los cristianos no deberíamos tener la más mínima duda
de que nuestra religión fomenta la bondad, impone el amor incondicional a uno
mismo y a todo lo existente (su único mandamiento) y predica el perdón
evangélico del “siempre”, del setenta veces siete. Como tal religión, jamás
debería volver a alimentarse de amenazas de crueles castigos eternos ni afirmar
en ninguna circunstancia que Dios dará definitivamente la espalda al pecador
que no se arrepienta. En los tiempos convulsos que vive la humanidad, cuya
forma de vida ha sido construida sobre infinidad de egoísmos excluyentes,
basados en el bienestar físico-psíquico y en el dinero, una religión como la
cristiana debería esforzarse por ser una gran esperanza de cambio radical, de
humanización de las conductas. A menor egoísmo, mayor justicia, más
participación y, en suma, mejor forma de vida.
En cuanto al
sistema de pensamiento indicado, que aboca a la bondad irrenunciable de formas
de vida cada vez más ricas, siguiendo sus líneas maestras uno se ve obligado a
contemplar toda la trayectoria humana como un esfuerzo continuado en pos de la
mejora de la vida que llevamos, no solo renunciando a los contravalores que la
lastran, sino también fomentando la mejora permanente de los valores que ésta
ya posee. El esquema es sumamente sencillo: al iniciar la aventura de
la vida, lo hacemos como miembros de una especie que se ha emancipado de los
ecosistemas para proceder con autonomía, sabiendo que lo que nos mantiene en
pie en el decurso del tiempo es el deseo irrenunciable de aspirar siempre a más
y mejor, sin cuya fuerza la humanidad desaparecía irremisiblemente en
poco tiempo. El camino que nos traza el sistema de Chávarri sobre los valores y
los contravalores está muy bien delineado y es muy preciso: tras respetar la
autonomía de cada una de las ocho dimensiones vitales en que concreta la
virtualidad de la persona (biosíquica, económica, epistémica, estética, ética,
lúdica, social-política y religiosa), vigilando que ninguna de ellas se apodere
de los objetivos de las demás, modulándolos o ajustándolos a su propia
estructura y finalidad, es preciso esforzarse no solo por achicar y orillar los
contravalores, sino también por mejorar sin cesar sus correspondientes valores.
Tal es la ardua tarea del ser humano para cumplir el afán que lo mantiene en
pie: conseguir cada vez una mejor forma de vida.
Jesús con su
Evangelio y Chávarri con su sistema de valores y contravalores apuntan
directamente a la bondad. La espada, la guerra y el fuego que Jesús
dice haber traído a la tierra se refieren seguramente, a pesar de la alusión
explícita a la familia y más en concreto a los hermanos, solo al desarrollo
individual, a lo que acontece en el interior de cada persona, para producir la
“conversión” fundamental o el cambio de rumbo del comportamiento para que el
pecado ceda su lugar a la gracia y, en última instancia, el hijo pródigo
retorne al hogar paterno. Cambio radical, que secciona y arrasa, para la
mejora irrenunciable de la forma de vida que se está llevando, que siempre es
de suyo muy inferior a la que se anhela llevar. Es exactamente lo mismo que
pasa en el sistema de Chávarri que, exponiendo lo que realmente son los valores
y los contravalores en el desarrollo de nuestra vida, no renuncia a
ser una llamada persuasiva a atemperar e incluso erradicar los
contravalores para utilizar el ímpetu que ponemos en ellos en el cultivo de los
valores a fin de que sean cada vez más y mejores.
Cuando el
escabroso tema del mal sale en alguna conversación con amigos y conocidos, a
estas alturas de mi vida ya no me ando con rodeos y afirmo con
contundencia que el mal no existe, que su entidad, en todo caso, no es
substancial sino adjetival, pues lo que realmente existe son los actos “malos”,
los actos equivocados o que se producen fuera de madre, los “pecados” si se
prefiere. Pero no son pocos los que califican mi postura como ilusa por
carecer de fundamento, pues, así es su réplica, el mal es tan obvio y universal
que no necesita demostración alguna. ¿Alguien en su sano juicio puede negar que
vivimos en un mundo malo, poblado por miles de seres humanos perversos que se
divierten haciendo daño a los demás?
Pero, ¿vivimos
en un mundo realmente malo? Chávarri da en el clavo cuando hace girar su genial
sistema de pensamiento en torno a los valores y contravalores. Cada valor lleva
aparejado un contravalor y la vida es un proceso en el que cada acto puede
hundirse en la máxima perversidad o elevarse al más deslumbrador heroísmo.
Nuestras acciones pueden oscilar gradualmente de lo pésimo a lo óptimo y
viceversa. La innata aspiración a la mejora amplía una barbaridad el
campo de maniobras del obrar humano al enfrentarnos a una guerra sin cuartel no
solo por conseguir los miles de valores que se nos ofrecen en cada una de las
ocho dimensiones vitales, sino también por mejorar los valores hasta alcanzar
un grado óptimo. Se trata, pues, de conseguir muchos y mejores
valores. En otras palabras, en este mundo nuestro, tan saturado de maldades, nuestra
actual forma de vida, tan rica y tan pobre a la vez, solo puede mejorar a base
de desterrar contravalores para que en su lugar crezcan valores cada vez de
mayor calibre.
Por ello, cabe
concluir esta reflexión con que no vivimos en un “mundo malo”, sino
ambivalente, dicho sea aquí con toda propiedad. A quien nos aporte un
testimonio de por qué el mundo es malo (un genocida, un asesino en serie, un
maltratador) podemos replicarle presentándole no uno sino varios testimonios de
personas nobles y generosas que no solo mantienen en pie nuestro mundo con su
conducta, sino también hacen que la vida merezca la pena ser vivida. ¿Hay
alguno entre los seguidores de este blog que no conozca diez o tal vez cien
personas de vida ejemplar, que vivan completamente entregadas a sus semejantes?
He dicho diez o cien cuando debería haber dicho miles, porque realmente en
este atribulado y torturado mundo nuestro por cada ser negativo y destructivo
que lo habita hay miles de seres positivos y constructivos. De hecho, donde
menos nos lo esperamos, nos topamos con un héroe, capaz incluso de arriesgar su
vida por salvar la de un desconocido. Así es como veo yo el mundo que tengo
delante, razón por la que no puedo más que mirarlo con ojos complacidos. Este
optimismo radical se acrece con el convencimiento de que el Dios en quien creo
ha dejado de ser para siempre un “cruel verdugo justiciero” para mostrarnos su
verdadero rostro de padre compasivo, infinitamente más bondadoso que el mejor
de los padres humanos.
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