Fe y Vida | Miguel A. Munárriz/FA
La psicología del pecado
Lc
15, 1-32
«Padre,
dame la parte de la hacienda que me corresponde»
El
capítulo quince de Lucas expresa de forma sencilla la esencia misma de la buena
noticia. A través de las tres parábolas que lo componen, Jesús nos dice que
Dios no es el que nos juzga, el que nos aparta de sí por causa de nuestros
pecados y nos condena si hemos pecado. Dios es el que nos busca cuando estamos
perdidos; el que sale cada atardecer al camino a esperar nuestro regreso; el
que nos restituye a nuestra condición de Hijos sin que medie ningún mérito para
ello.
El
protagonista indiscutible de la parábola del hijo pródigo es el paterfamilias
que da al traste con su dignidad y la mitad de su hacienda porque ha recuperado
al hijo que estaba perdido, pero hoy queremos extraer de este texto universal
una enseñanza sobre la psicología del pecado.
En
primer lugar, el pecado es error. El hijo pequeño se va porque piensa que va a
vivir mejor lejos de la casa de su padre, pero se equivoca y arruina su vida.
Nuestra
condición humana se ve atraída por lo que no le conviene y es propensa a
engañarse acerca del bien y el mal. Nos apetece lo que no merece la pena; nos
fascina lo que nos perjudica. Por eso, nuestra condición de pecadores
significa, básicamente, que no sabemos distinguir; que nos sentimos atraídos
por cosas que nos parecen buenas, pero que estropean nuestra vida y hacen daño
a los demás. Una buena definición de pecado podía ser ésta: “Preferir el mal
engañados por su apariencia de bien”.
Pero
no cabe duda de que el pecado tiene también una componente de debilidad, de
esclavitud, que, unida al error, nos arrastra a perder la dignidad e incluso la
identidad; como le ocurre al hijo de la parábola. Pablo, en su carta a los
romanos, se lamenta amargamente de ello: «Realmente, mi proceder no lo
entiendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si
hago lo que no quiero, en realidad ya no soy yo quien obra, sino el pecado que
habita en mí» …
«Me
esclaviza la ley del pecado», dice Pablo en esa misma carta. El evangelio no
nos considera libres sin más, sino esclavos del pecado, y desde esa óptica, el
papel de Dios no es el del juez que juzga a personas libres y responsables,
sino el del padre que ayuda a sus hijos a que vean mejor y se liberen de sus
cadenas.
Finalmente,
también podemos concebir el pecado como una pesada carga de la que Dios quiere
librarnos. Como decía Ruiz de Galarreta: «Habitualmente hablamos del pecado
cometido, pero rara vez del pecado padecido». Jesús nos libera de esa carga
proponiéndonos un modo de vida mucho más atractivo que el que nos ofrece el
mundo; nos descubre un tesoro escondido que, cuando alguien lo encuentra,
renuncia a todo lo demás porque todo lo demás deja de tener valor para él.
Publicado
por Feadulta.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...