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    lunes, 10 de octubre de 2022


    Editorial | ADH

     


    Misión: "Para que sean mis testigos" (Hechos 1, 8)

     

    La Iglesia celebra, reflexiona y promueve, cada año, de manera intensa, durante el mes de octubre, su misión evangelizadora en el mundo. Nos preguntamos sobre la misión que nos toca vivir hoy.

     

    Nuestra realidad es descrita como muy compleja y convulsa en todas las áreas. A nivel social, política, económica, religiosa y cultural, las desigualdades que se observan no pueden ser más vergonzantes, tanta miseria, empobrecimiento entre tanto anuncio de avances científicos, tecnológicos, crecimiento económico y estabilidad macroeconómica. En nuestra época, la gente se ha empoderado de la palabra, a través de las redes sociales y llueven los comentarios, descalificaciones, opiniones, quejas, de todo tipo y sobre todas las instituciones humanas, nada se libra de la crítica, ya sean racionales o banales. Para una buena parte de las personas, nadie actúa bien, nada sirve. Se vive un permisivismo galopante y un relativismo generalizado, todo está permeado por la corrupción, los intereses particulares y la mediocridad. ¿Cómo vivir la misión eclesial en este contexto histórico? ¿Estamos avanzando?

     

    Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco propone como misión vivir en actitud de "Iglesia en salida". Con la imagen de "Iglesia en salida" el papa nos está diciendo también que la Iglesia no es autorreferencial, la Iglesia está al servicio del Evangelio. Después del Concilio, la Evangelii Nuntiandi proclamó que la Iglesia no está para sí misma, sino para anunciar, está para servir al mundo.

     

    Hemos superado la comprensión de la misión como viajar a países lejanos a salvar almas. Desde este presupuesto, la mayoría de los católicos no serían misioneros. Ni Santa Teresita del niño Jesús. Hoy tenemos que entender la misión desde lo que somos y donde estamos. La misión no es solo propuesta de un organismo pontificio o del mismo papa que nos animan, la misión surge de nuestra condición de discípulos, enviados, somos apóstoles: a los que llamó Jesús los envió y a los que envió les dijo "Vayan a todo el mundo". Hoy se habla de las "periferias existenciales".

     

    El compromiso misionero no es solo de los clérigos y las religiosas, la madurez de los laicos implica su compromiso activo en la misión. No son sujetos pasivos de la acción de la Iglesia, son la Iglesia en acción. Son miembros de la comunidad en la acción eclesial al servicio de la misión. El papa acuñó el verbo "primerear", que significaría tomar la iniciativa, ir donde otros no se atreven, adelantarse allí donde se necesita servir, colaborar, actuar.

     

    La misión es el cuidado pastoral de acompañar procesos, especialmente los procesos de construcción personal: «dimensión samaritana de la fe», parte del presupuesto pastoral de que cualquier situación de dolor y de crisis personal y social no es solamente un tiempo de tensión que debemos soportar, sino también una oportunidad para la reconstrucción y el crecimiento personal y comunitario. La misión se nos presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno, nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.

     

    El testimonio es fundamental en la misión, da credibilidad a lo que anunciamos, muestra señales reales y concretas. Es un anuncio implícito de lo que creemos. Significa que nuestra fe se expresa hacia afuera, toca la realidad, propone, entusiasma, convence. No somos súper cristianos, damos testimonio dentro de nuestra propia condición humana.

     

    Somos misioneros testimoniando la esperanza, pues sin ella es imposible vivir y menos en tiempos difíciles. Es como la sangre, porque sin ella el cuerpo no tiene vida. Plantear hoy la esperanza es un gran desafío. Somos Iglesia misionera y servidora, Dios nos está convocando a "pasar de un cristianismo de costumbres a uno de testigos":

     

    Como "hospital de campaña", que, a través de sus comunidades, instituciones y grupos de cristianos, socorre de manera compasiva a los más necesitados, a los golpeados y damnificados.

     

    Como "Iglesia doméstica" que expresa en el hogar la fe, la esperanza y el amor, sin descuidar la fraternidad y la solidaridad hacia fuera.

     

    Como "Iglesia samaritana", que se detiene ante el necesitado, lo recoge, lo lleva al hospital, paga su curación y vuelve para seguir acompañándolo, según el relato de la parábola del Samaritano.

     

    Vivamos hoy nuestra misión, el mundo nos necesita, aunque pretenda rechazarnos. Retomemos lo nuestro que es dar testimonio y así sembrar la semilla del evangelio, no es cosechar ni ser exitosos. “Para que sean que sean mis testigos” (Hechos 1,8).


    ADH octubre 2022, 871





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