Entrevista | Cristina Sánchez Aguilar/A&O
Augusto Ferrer-Dalmau: «Voy a pintar un cuadro sobre los
soldados de Dios»
En
breve viajará al Atlas para pintar a los misioneros y les donará lo recaudado.
Este pintor histórico reivindica el arte como evangelización y propone una
actualización del religioso, porque «hay demanda».
Ha
participado en el Congreso Católicos y Vida Pública, que reivindica la
transmisión de un legado. El del arte, durante siglos, fue la evangelización.
¿Se ha perdido esta dimensión?
No;
se sigue aplicando. Por ejemplo, tengo una alumna que quiere dedicarse a pintar
hechos religiosos.
Pero
en el mercado artístico no vende.
Hay
que actualizar el arte religioso. Nos hemos quedado en imágenes arcaicas. Quizá
una nueva visión pueda tener un nicho de mercado. Ya no es pintar una Virgen o
un Cristo, sino escenas, por ejemplo, del presente. Yo ahora tengo un proyecto
con Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo para ir a pintar a una misión en el Atlas
que se va a titular Soldados de Dios. Los santos de hoy son los misioneros.
Antes de morirme quiero pintarlo para redimir mis pecados, a ver si me deja san
Pedro arriba un hueco. Además, haremos una pequeña subasta para recaudar fondos
para estos misioneros.
Ha
pintado muchos cuadros sobre la gesta española en América, de la que ahora se
reniega. Escribía hace poco en una red social que muchos españoles se dejaron
la piel. ¿Qué diría a los renegados?
Yo
hago una fotografía del pasado. Si lo quieres negar o no lo aceptas, me parece
bien, todos tenemos libertad. Pero yo me documento y pinto el resultado. Ahora
estoy pintando la batalla de Covadonga y hay quien dice que no existió.
Pintar
batallas o soldados es pintar honor, amor a la patria, altos ideales. ¿Hemos
perdido estos valores?
Los
tenemos dentro, matizados. La gente cree en la verdad, en las tradiciones, en
la familia. Llega Navidad y todos somos muy santos. Lo que pasa que quizá el
entorno no nos deja abrirnos.
¿España
se avergüenza de su historia? O es más bien incultura.
Es
desconocimiento absoluto. Nadie se avergüenza de lo que hemos hecho;
simplemente no lo saben. En cuanto empiezan a conocerlo se sienten orgullosos,
porque lo hicieron sus abuelos.
Una
vez usted encuentra su vocación, ¿por qué elige la pintura histórica?
De
casualidad. Yo pintaba paisajes, pintura urbana, y, de vez en cuando,
caballerías. Pedí a mi galerista hacer una exposición y me buscó la peor fecha
de todo el año, pero el segundo día no quedaba ningún cuadro. Era la calle
Jorge Juan, y los que pasaban encontraron a todos a caballo y entraban como si
fuera un museo. Había una demanda, y no lo sabíamos, lo mismo que con la
pintura religiosa. Si ves un cuadro con un misionero que imparte una Misa en
medio de una explanada de Etiopía dirías: «Qué bonito, lo quiero».
Yo
lo querría.
Yo
también, pero es que no lo pintan.
Tiene
premios como la Gran Cruz de Isabel la Católica o la Gran Cruz al Mérito
Militar. ¿Cómo hace eso un pintor?
Es
por agradecimiento. Por ejemplo, colaboro mucho con las Fuerzas Armadas, y
contribuyo a dar difusión a su labor. Hay que enseñar al público lo que hacen,
son los gladiadores del siglo XXI.
Que
es también lo que hace usted cuando lleva a sus alumnos del máster a ilustrar
las maniobras de la UME.
Así
es. Ellos, hoy día, están ahí para todo y yo quiero difundirlo.
Ha
estado sobre terreno en Afganistán o Irak, entre otras batallas. Dice que ha
visto lecciones de vida y otras cosas que no es capaz de articular.
La
lección de vida es las ganas que tiene la gente de vivir y olvidar el dolor.
Cosas feas he visto muchas e intento no pensar en ellas, aunque a veces vienen.
¿Va
con los soldados, donde van ellos?
Sí.
Con misiones españolas es mejor, pero con un país extranjero es más complicado.
No son tan sensibles con la gente como los españoles, a quienes quieren todos.
Se bajan del camión, dan chucherías a los niños, abrazan a las mujeres…
Cómo
sería su cuadro sobre Ucrania.
Me
he mantenido al margen, porque tengo amigos en ambos lados, pero sería un
cuadro sobre la población civil de un bando y del otro.
Escriben
de usted que en sus obras «hace justicia» a determinadas gestas. Como, por
ejemplo, a la batalla de Algeciras. ¿Se da cuenta de que influye en la
percepción de hechos históricos?
Cuando
pinto un cuadro colaboro a que la gente sepa que existió esa batalla. Estoy
recordando a los que no pueden contarlo. Es muy triste que haya cientos de
miles de hombres y mujeres en España a quienes les tocó pasarlo mal, que
lucharon, que sufrieron, y que nos olvidemos de ellos. En la pintura esa
memoria también queda reflejada, no únicamente en un libro de historia.
Ahora
en los museos se lanzan purés ¿Qué diría a estos activistas?
No
son nadie para destruir el trabajo del otro. Crea tu cuadro y echa la pintura,
pero no destruyas el trabajo de personas que han creado belleza, la esencia de
la humanidad. O tira la pintura al coche del poderoso que quieres denunciar. Es
de una cobardía muy grande atacar a gente que no se puede defender.
¿Cuál
es el lugar más peculiar donde hay un cuadro suyo?
En
el Museo Central de Moscú. Es un cuadro de ayuda humanitaria a Siria que pinté
tras estar en una misión rusa.
Pinta
en muchas ocasiones ese delgado equilibro entre la vida y la muerte.
Tengo
un cuadro cruel que se llama El precio de la victoria, que es un hospital de
campaña en la batalla de Bailén. Están amputando una pierna en quirófano y hay
muertos amontonados. Quería decir que la guerra no es solo luchar, que detrás
hay un precio.
También
pinta escenas de separación.
Me
gusta retratar la familia, la despedida de los soldados, porque la gente no
piensa en ello. Pinté un cosaco con su hija en medio de la estepa rusa; de esa
unidad no sobrevivió ninguno. Las batallas no solo son tiros, detrás hay un
sentimiento muy grande.
Publicado
por Alfa & Omega
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