Actualidad Mundial | María Martínez López/A&O
Etiopía y los rebeldes de Tigray firman el cese de las
hostilidades
El
acuerdo incluye el «desarme» de los tigrinos además del «acceso sin trabas a
los suministros humanitarios», y la «protección de los civiles».
«Un
soplo de paz» después de dos años de «situaciones desgarradoras». En palabras
del vicario apostólico de Jima-Bonga, Markos Ghebremedhin, era lo que esperaba
la Iglesia en Etiopía —y todo el país— del diálogo entre el Gobierno de Adís
Abeba y el Frente de Liberación Popular de Tigray (FPLT) que comenzó el 25 de
octubre en Sudáfrica. Y así fue. El miércoles, el Gobierno y los rebeldes
tigrinos acordaron el fin de las hostilidades, anunció el alto representante de
la Unión Africana para el Cuerno de África, el expresidente nigeriano Olusegun
Obasanjo, informa France 24.
Obasanjo
añadió que el acuerdo incluye un «desarme sistemático, ordenado, suave y
coordinado». Esto implica la desmovilización del FPLT, cuyos militantes se
reintegrarán en las «únicas fuerzas de defensa nacional», se lee en el
comunicado. Asimismo, las partes en conflicto se han comprometido al
«restablecimiento de los servicios, el acceso sin trabas a los suministros
humanitarios», así como a la «protección de los civiles, especialmente mujeres
y niños», en Tigray.
Eran
algunas de las principales cuestiones sobre la mesa. Aunque no parece que se
haya explicitado la retirada de las tropas de Eritrea, que apoyaban a las etíopes,
pero no participaba en el diálogo. «Hoy es el comienzo de un nuevo amanecer
para Etiopía», subrayó Obasanjo. La Unión Africana supervisará la
implementación de lo acordado.
Guerra
en Tigray
Muertos:
Entre 385.000 y 600.000, estima la Universidad de Gante
Desplazados:
3,2 millones en Tigray, Amhara y Afar; 574.000 desde agosto
Crisis
humanitaria: 5,2 millones sufren inseguridad alimentaria aguda
«Dejaremos
atrás el pasado»
«El
nivel de destrucción es masivo», subrayó tras la firma Redwan Hussien,
viceministro etíope de Asuntos Exteriores. «Agradecemos a nuestros hermanos del
otro lado dejar atrás este período. El pueblo de Etiopía exige paz y armonía,
desea desarrollo». El representante del FPLT, Getachew Reda, respondió que
«dejaremos atrás el pasado. Lograr la paz ha resultado difícil. Cientos de
miles han muerto». Concluía mostrando su esperanza de que «ambas partes
respeten este acuerdo».
El
primer ministro etíope, Abiy Ahmed, ha descrito el acuerdo como «monumental».
António Guterres, secretario general de la ONU, lo ha calificado de un
«bienvenido primer paso», que espera que «traiga algo de solaz a millones de
civiles etíopes».
La
firma del cese de hostilidades llegó después de que las conversaciones, que
tendrían que haber acabado el domingo, se prolongaran varias veces hasta el
miércoles. No había trascendido nada de su desarrollo, y la noticia llegó casi
por sorpresa cuando estaban a punto de cumplirse dos años del estallido del
conflicto, el 3 de octubre de 2020.
Se
trataba de las primeras negociaciones formales, por lo que no se esperaba de
ellas mucho más que una toma de contacto inicial y establecer el marco para el
diálogo posterior. Más aún cuando, durante las mismas, siguieron los
enfrentamientos en el norte de Etiopía. De hecho, en los últimos meses los
enfrentamientos se habían recrudecido. Hace unas semanas, la ONU había alertado
del riesgo de que el conflicto, descrito como uno de los más letales de la
actualidad, se descontrolara totalmente.
El
primer alto el fuego
De
marzo a agosto, se mantuvo un alto el fuego «muy provisional» declarado por
Adís Abeba. Pero por aquel entonces «no hubo voluntad de diálogo», opina el
comboniano español Juan González, administrador apostólico de Hawassa, en el
sur del país. «Durante ese tiempo, Tigray reclutó a 200.000 soldados y Etiopía,
a 500.000». Desde que la frágil tregua se rompió, Amnistía Internacional había
denunciado que los ataques aéreos etíopes se saldaron con cientos de tigrinos
muertos. Pero también a los rebeldes se les acusaba de abusos, como la masacre
de docenas de civiles en Kobo, en la región vecina de Amhara, donde quemaron la
iglesia.
¿Cómo
era posible que ocurriera algo así en un país cuyo primer ministro, Abiy Ahmed,
ganó en 2019 el Premio Nobel por firmar la paz con Eritrea? «Quizá fuimos
demasiado idealistas», respondía González hace unos días, durante una visita a
España, cuando ni siquiera había comenzado el diálogo. El acuerdo entre Etiopía
y Eritrea se logró después de que un amplio movimiento social liderado por él
expulsara del poder a los tigrinos, que lo ostentaban desde hacía 27 años.
Quizá no se vio que detrás del entendimiento con Eritrea podía estar la
animadversión común contra ellos, reflexiona.
Matizaba,
por otro lado, que cuando un pueblo como el de Tigray sufre, «la simpatía
internacional va con ellos». Hay que ayudarlos, pero esto no significa
«necesariamente que sean víctimas de los otros; a lo mejor es a causa de sus
políticos». No creía que los líderes tigrinos buscaran realmente la
independencia. Pero el «conflicto personal» al ser expulsados del poder
«degeneró en un conflicto étnico en el que se instrumentaliza a la población
para sus intereses».
Abiy,
ni halcón ni paloma
El
comboniano se mostraba prudente, pues reconocía que a los líderes eclesiales
«nos condiciona la versión de las noticias que ve cada uno», al no haber casi
comunicación con Tigray. Los católicos tigrinos estaban defraudados porque
«dicen que la Iglesia no ha hecho suficiente» por condenar los crímenes de
Etiopía. El obispo de Adigrat, Tesfaselassie Medhin, denunció «bombardeos
sistemáticos e indiscriminados» y el bloqueo humanitario. El administrador de
Hawassa admitía que se «usa el hambre como arma», pero recordaba de igual modo
los crímenes del otro lado.
Para
él, el presidente etíope «no es un halcón, pero tampoco una paloma». Valoraba
sus reformas. Pero, sobre todo, creía que es el que «tiene las ideas más claras
para que Etiopía se pueda salvar del caos: un sistema central, no uno
federalista de base étnica». Parece que el cese de hostilidades apunta a esto,
aunque aún deben conocerse los detalles. Cualquier otra solución llevaría a «la
desmembración, con Tigray y Amhara en el norte luchando entre sí».
En
Oromo, que constituye casi todo el tercio central del país y donde ya están
enfrentados independentistas y leales al Gobierno, una hipotética independencia
haría surgir las diferencias entre los musulmanes, para quienes «el islam es
parte de la identidad oromo», y los que no lo son. «Y en el sur quedan unas 70
etnias», en algunos casos enfrentadas unas con otras —algunas aspiran a «ser
hegemónicas»—, y con los oromo. Una misión de su diócesis lleva dos años casi
aislada por uno de estos microconflictos.
Por
último, hace un par de meses «hubo un gran movimiento de tropas hacia el este»
y la frontera con Somalia. Se teme que en la región de Ogadén, muy vinculada al
país vecino, se active el grupo islamista somalí Al Shabaab, el mismo que el
sábado acabó con 100 personas en un atentado en la capital somalí.
Todos
estos enfrentamientos se han recrudecido en los últimos años. González
explicaba que se sospecha que los tigrinos los han alimentado, especialmente en
Oromo. «Cuando estaban en el poder, su principal enemigo eran esos
independentistas». Pero en 2021 se aliaron. «Era una forma de desestabilizar al
Gobierno central». Por ello, a la espera de constatar cómo se implementa el
acuerdo, sigue resonando la llamada del Papa el 23 de octubre para «encontrar
soluciones equitativas para una paz duradera en todo el país».
Publicado
por Alfa & Omega
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...