Reflexión | Miguel A. Munárriz/FA
¿Y tras la muerte...?
Lc
20, 27-39
«Dios
no es Dios de muertos, sino de vivos, porque todos son vivos para Él»
El
libro de J. Gaarder, “El mundo de Sofía”, comienza con una pregunta
inquietante: “¿Quién eres?”, y ante ella, su protagonista, Sofía, se plantea
esta sencilla reflexión: «Estamos aquí y ahora rodeados de personas animales y
cosas, somos conscientes de ello y es fantástico vivir. Luego desaparecemos de
este mundo ¿No es injusto que se nos dé algo para arrebatárnoslo después?»...
¿Qué
nos espera tras la muerte? No lo sabemos; y no lo sabemos porque no sabemos
quiénes somos. Mejor dicho, cada uno tiene su propia concepción de sí mismo,
pero, en general, sus dudas al respecto son más fuertes que sus certezas. Para
unos, somos mera contingencia caduca condenada a desaparecer. Para otros, la
minúscula porción de un Cosmos sacralizado al que identifican con Dios; es
decir somos nada menos que “existencia de Dios”. Hay quien piensa que somos
mera ilusión, y quien cree que somos los hijos amados con locura por un Dios
personal que nos espera al otro lado de la muerte.
¿Quiénes
somos?... Aparentemente somos cuerpo que se deteriora con la edad y acaba
muriendo y descomponiéndose. Es evidente que no podemos contar con él si
soñamos con más vida tras la muerte. Pero no importa, también somos mente;
pensamiento. Los eleáticos —incluidos Parménides, Platón, Aristóteles o
Descartes— identifican el ser con el pensar, es decir, creen que la mente es lo
único que determina nuestra existencia: «Pienso, luego existo». Pero el
cerebro, soporte del pensamiento, también muere. Entonces, ¿Qué nos queda?
Todo
lo que tengo, incluido mi cuerpo y mi cerebro, se me escapará un día de las
manos. Solo me quedará lo que soy. Me gusta pensar que soy ese “soplo de Dios”
del que nos habla el Génesis, es decir, que soy amor, libertad, tolerancia y
compasión; que el cuerpo, el cerebro, e incluso el conocimiento y la
experiencia, son pertenencias caducas que no forman parte de mí. Pero ¿Cuál es
el bagaje que me acompañará al otro lado de la muerte?... ¿Me acompañará el
sentimiento de identidad personal?... ¿O soy como la ola que tras romper en las
rocas queda diluida en el mar?... ¿Cómo influirá mi vida aquí, en este mundo,
en mi vida tras la muerte?... No lo sé. Son preguntas para las que no tengo
respuesta racional.
Pero
donde falla la razón surge la esperanza. Esperanza en que la muerte no sea el
fracaso definitivo e inapelable, el absurdo por excelencia, el sinsentido mayor
que cabe concebir... Pero esta esperanza no es gratuita, sino que hunde sus
raíces en la fe, y por eso envidio sinceramente a quienes creen “de verdad” en
el Dios de Jesús; a quienes confían plenamente en lo que Abbá tenga preparado
para nosotros en el momento de la muerte… A quienes le creen a Pablo cuando
dijo a los cristianos de Corinto que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni inteligencia
humana puede siquiera concebir lo que Dios tiene preparado para sus hijos”.
Publicado
por Feadulta.com
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