Fe y Vida | Yris Rossi
Carta declaración de Amor desde el dolor
Querido Jesús:
Hace algún
tiempo quería hacer pública esta carta a propósito de tú presencia en
mi vida familiar y comunitaria durante el Covid19.
Amado mío, no
tengo palabras para expresarte mi gozo por haberme permitido vivir en una comunidad
semejante a las primeras comunidades en los primeros tiempos en crisis.
Sucedió sin
darnos cuenta y en verdad era tú Santo Espíritu que nos dirigía, así pasa
cuando nos hacemos humildes como lo hicimos nosotros.
Me refiero a
cuando estaba en sus buenas el Covid19; todos presos en nuestras casas y, mi difunto
esposo y yo mayores, creyéndonos solos, enfrentando el problema: te
nos revelaste.
Descubrimos
que realmente no estábamos solos, mis hermanos de comunidad (Arelys y Pablo,
Yira y Norman), llenos de amor y guiados por ti; nos asumieron en tú nombre.
Qué gusto
saber que no estábamos solos, ellos iban al supermercado, me hacían las
compras y me las subían, a una cuarta planta si ascensor.
Y para más,
normalmente me las descargaban y muchas veces me ayudaron a organizarla siempre
llenos de alegría y del gozo de servirnos.
Siempre
estaban dispuestos a pesar del virus, a pesar de las restricciones para
ayudarnos, acompañarnos, venir a conversar con nosotros y lo que fuera
necesario, como también lo siguieron demostrando todos los hermanos desde sus
respectivas trincheras.
La verdad, es dulce
y hermoso estar en esa comunidad de fe que nos diste, para vivirte en
el desprendimiento amándonos en ti, los unos con los otros haciéndonos a
imagen y semejanza tuya.
Gracias por
enseñarnos a ser valientes y a no temer a la debilidad, sino encontrar en
ella una oportunidad para saberte absolutamente indispensable ante las
adversidades y asechanzas del mal.
Qué alegría
Señor que pudiera conocer lo bello, lo hermoso y lo bueno desde la solidaridad
recibida en la comunidad.
Comprendí que
es una de tus formas inefables de hacerte presente a través de lo cual nos das
una inmensa alegría y un placer indescriptible y trascendente.
Por eso y por
mucho más yo Yris Rossi, tú humilde sierva se despide dándote infinitas
gracias, diciéndote que sin tú presencia no puedo vivir y que te adoro, que
muero por ti.
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