La Escuela Económica | Esteban Delgado (@estebandelgadoq)
De los
bonos navideños, cajas y espacio para las desviaciones
En teoría, los gobiernos no deberían repartir cajas de productos
alimenticios o bonos de Navidad, como ha ocurrido, y ocurre, en República
Dominicana desde hace décadas. Sin embargo, se ha vuelto costumbre y es una
realidad sobre la que se hace difícil desprenderse.
El tema ahora es si conviene más repartir un bono con una tarjeta
electrónica o una caja de productos de manera física entre las familias pobres.
Las cajas navideñas se usaban en la pasada gestión gubernamental, pero las
actuales las descartaron, con el argumento de que era denigrante ver a personas
aguantando empujones y hasta golpes para adquirirlas; algo que se hizo viral y
se usó como tema de campaña, aunque solo se presentaron casos aislados de esas
situaciones.
El punto es ver las ventajas y desventajas de las cajas navideñas versus
el bono de Navidad, toda vez que la intención es que le llegue a los más pobres
y que contribuya con el dinamismo de la economía.
Las cajas, en principio, dinamizan la economía, porque son varias
empresas pequeñas y medianas las que suplen al Estado en los procesos para el
suministro de los alimentos que contiene, lo que hace que esas empresas, que
son formales y generan empleos, tengan una oportunidad de negocio con el
Estado.
También son físicas y muchos de sus productos perecederos, por lo que se
hace difícil su acaparamiento, ya que un dirigente político que reciba 1,000
cajas para repartirlas, tiene que hacerlo, aunque no quiera, porque no podrá
acumular todas esas mercancías en un espacio físico no visible.
Además, las cajas se pueden llevar a zonas pobres y de nulo acceso a
mecanismos electrónicos de consumo, donde no hay sucursales bancarias, no
existen los llamados “verifone” y es difícil que una persona analfabeta pueda activar
la tarjeta electrónica y, luego, localizar un establecimiento comercial donde
pueda usarla. Eso es en caso de que le llegue. A muchos no les llegará y, si les
llega, no tienen la forma de usarla.
Pero con la tarjeta electrónica hay otras situaciones. Primero, el
costo, pues su valor en mercancía es 1,500 pesos, y el Gobierno debe pagar por
lo menos 350 pesos por adquirir el plástico físico. Eso indica que la inversión
resulta en no menos 1,850 pesos por tarjeta.
Con relación a la distribución, en zonas de extrema pobreza y remotas
del país no llegan, porque los habitantes y potenciales beneficiarios no tienen
acceso a mecanismos electrónicos de consumo. Solo hay que ver las estadísticas
oficiales donde se muestra que el 50% de la población adulta no está
bancarizada.
Lo otro es que se prestan para el desvío, robo, corrupción. ¿Cómo? De la
siguiente manera: suponga que el Gobierno le entrega 1,000 tarjetas a un
dirigente del partido para que las distribuya en su barrio. Con un contenido de
1,500 pesos, ese paquetito de tarjetas tiene un valor en mercancías de 1 millón
500 mil pesos. Ese dirigente, que tiene acceso al padrón electoral, toma una
lista de 1,000 números de cédula al azar para activarles el consumo, va a un
comercio autorizado y le vende al dueño el contenido de 1.5 millón de pesos por
1 millón en efectivo y así el comerciante se ganará 500 mil “limpios”.
El comerciante, incluso, tendría un doble beneficio, pues, además de los
500 mil de ganancia por la compra de las tarjetas a descuento, se ahorra el
valor de la mercancía que habría de entregar si fuera una operación de cada
beneficiario consumiendo, ya que reportará un consumo que nunca se realizará.
Esa es la razón por la que muchas personas dicen que recibieron una
tarjeta y cuando fueron a activarla le dijeron que el número de cédula
reportado ya hizo una activación y la consumió. Eso porque otro incluyó su
número sin él darse cuenta.
Imagine eso en un universo de 2 millones de tarjetas, a razón de 1,500
pesos cada una. Solo con la mitad, serían 1,500 millones de pesos de desvío. Y
nadie se da por afectado, más que el erario, la imagen del Gobierno y el
disgusto de los pobres que habrían preferido la caja navideña en lugar de la
tarjeta.
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