Reflexión | Valmore Muñoz Arteaga/VN
¿Qué esperamos en adviento?
Cristo
viene, Él quiere venir, pero ¿estamos dispuestos a recibirlo? ¿Sabemos cómo
esperarlo? ¿Cómo podemos disponernos para que la estrella que anuncia su
llegada brille en lo alto de nuestro universo interior? El Señor está
cerca, muy cerca.
Nuestro
corazón y nuestra conciencia deben estar atentos, despiertos, en actitud de
apertura total y absoluta, así como lo estuvo María, cuya apertura fue premiada
por las palabras del ángel: “El Señor está contigo” (Lc 1,28). Jesús nuevamente
se abre camino por medio de la oscuridad de la noche, no importa su espesura,
para penetrar en el hombre, para hacer de ese hombre su pesebre.
Quiere
hacer de nuestro corazón el espacio dentro del cual nacerá, morirá y
resucitará: ese es el misterio de la plenitud del ser humano. Pero,
exactamente, ¿Qué estamos esperando? Esta pregunta me recuerda una
vieja canción cristiana en la cual se nos manifiesta la necesidad que Cristo
tiene de nuestras manos para que nuestro cansancio sea el descanso de otros.
Jesús necesita de nuestras acciones. Allí, en nuestros gestos más cálidos y
amorosos con los otros, Cristo vuelve a nacer para hacerse presente en la
tierra entre los hombres, entre tú y yo.
Sumergirnos
en el Evangelio
Adviento
es oportunidad maravillosa que se nos presenta para sumergirnos en la alegría
del Evangelio, que nos abre los ojos ante esa otra cara de la realidad que nos
negamos a ver, pues, cuando nos referimos a ella, a la realidad, solemos
hacerlo para destacar las contrariedades de la vida cotidiana. Esa sola cara de
la realidad enfría y dilata los días en espesura aburrida que no termina nunca.
Perdemos el entusiasmo.
Como
reflexiona Martín Descalzo, terminamos por engañarnos creyendo en triunfos
burdos que nos procuran los placeres y el dinero, simples tapones para los
huecos que en el alma dejaron la fuga de la esperanza y de las ilusiones. No es
así, es un gravísimo error.
La
realidad es la oportunidad de hacer de ella una Navidad constante, una Navidad
diaria y la Navidad nos canta con gozo el misterio de la Encarnación. Esta
realidad nuestra nos brinda la oportunidad de salvarnos y entrar con humildad
al conocimiento de la verdad (Cfr. 1 Tim 2, 4) De esta verdad nos habla Chiara
Lubich: “Todo ser humano, como otro Cristo, como miembro de su Cuerpo místico,
da su propia aportación en todos los campos: en la ciencia, en el arte, en la
política, en la comunicación, etc.”. Somos colaboradores de Cristo y abrirnos
decididamente a ello es vivir nuevamente su encarnación, es ser cristos aquí
y ahora.
¿Estamos
dispuestos?
Hay
tantos gritos vacíos, tantos insultos, tanto desconocimiento, tanto de tantas
cosas que la división entre el bien y el mal parece difuminarse hasta coexistir
indistintamente. Lo bueno pasa por malo. Lo malo pasa por bueno. Hasta que nada
es bueno y todo es malo, al menos, en la superficie. La soberbia y la humildad,
la avaricia y la generosidad, la lujuria y la castidad, la ira y la paciencia,
la pereza y la diligencia han caído en una profunda ambigüedad debido a que
vivimos en los extremos: perdimos el equilibrio. Aristóteles afirmaba que la
virtud se halla entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Cristo
viene a ser ese equilibrio que invita a crecer en su gracia y conocimiento
(Cfr. 2 Pedro 3,17)
Nos
hallamos lejos de este equilibrio, el hombre termina consumido en sus propias
ambigüedades y contradicciones tejiendo la apatía que lo viene caracterizando.
Una apatía moral que impulsa a los hombres a ser exterminadores metódicos de lo
hermoso y valioso que también hace vida entre los resquicios de los horrores de
la realidad.
La
poeta zuliana Lilia Boscán de Lombardi acaba de publicar su poemario
más reciente llamado ‘Paisaje interior’. En él un breve poema que me habla de
ese estado de espera: “Prefiero el sonido de la lluvia / prefiero el mar desde
la orilla, / prefiero estar sola / en la penumbra / prefiero tocar la tristeza
/ con mis manos / y alejarme de todo / poco a poco”.
La
poeta, de alguna manera, desde la (su) poesía –tan personal, además– parece
querernos señalar que hay la posibilidad de acceder a una nueva inocencia, a un
estado más puro de la conciencia que, sin duda, representa Cristo que nos
ofrece una nueva manera de relacionarnos con nosotros y con los otros. El
recibimiento de Cristo en nuestras vidas es abrirnos a esa nueva
inocencia. Paz y Bien.
Publicado
por Vida Nueva
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...