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    jueves, 9 de marzo de 2023

    ¿Dónde estás, que no te veo?


    Fe y Vida | Álvaro Real Arévalo* 

     


    ¿Dónde estás, que no te veo?

     

    Nada más sentir el primer temblor de tierra, Bahjat Elia Karakach, párroco de San Francisco, en Alepo, salió corriendo a la calle. Todo estaba oscuro. Una niña le preguntó: «¿Dónde está Dios?». No pudo responder con palabras. Quiso ser las manos de Dios, ayudando a todos los que se acercaban a la parroquia. ¿Dónde está Dios? La gran pregunta. ¿Hay respuesta? Grandes pensadores han intentado encontrarla de manera implícita o explícita. CEU Ediciones acaba de publicar Autores en busca de autor, volumen II en el que muestra el pensamiento de firmas tan distintas como la de Poe, Ishiguro, Daniel Cotta o Frank Kafka, entre otras.

     

    Muchas maneras de enfocarlo. C. S. Lewis muestra en Perelandra el diálogo directo de Ransom —protagonista humano— con Maledil —Dios—, «la lejanía y cercanía de la voz de Dios, que habla tanto desde el interior como desde el exterior de la persona, provocando (des)consuelo en su alma». Flannery O’Connor le pedirá a Dios directamente en Prayer Journal: «Quiero ser la mejor artista que me sea posible ser», y Él la escuchó en una vida no exenta de sufrimiento. McCarthy en No es país para viejos escribirá: «Si un hombre ha esperado ochenta y tantos años a que Dios entre en su vida, bueno, uno piensa que al final va a entrar. Y si no lo hace, cabe suponer que sus motivos tendrá […]. Lo que cuenta es que aquellos a quienes ha hablado son los que más necesidad tenían de ello. No es cosa fácil de aceptar».

     

    Gemma Calabresi lo sabe bien. Ser quedó viuda con dos niños y embarazada de un tercero. Tenía 25 años. El terrorismo italiano asesinó a su marido en la puerta de su casa. En La grieta y la luz, de Encuentro, cuenta su experiencia de perdón. Dos capítulos completos sobre la presencia de Dios. Al escuchar los disparos, sus vecinas (madre e hija), rezaron una oración por la familia Calabresi. «Fue como si alguien me hubiera tomado en brazos y yo, cuando me abandoné a ese abrazo, me di cuenta, supe sin una sombra de duda, que me las arreglaría». «Estoy segura de que Dios vino a mí aquel día en el sofá gracias a esta oración». Esa fuerza le ayudó a entender el sentido de la justicia, el perdón y la memoria.

     

    Muchos nos preguntaremos por la presencia de Dios. Otros podrán experimentarla. A Dios se le busca, se le habla, se le implora, pero no se le encuentra. Es Él quien aparece.



     






    *(Editor Aleteia.org)

     

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