Fe y Vida | Álvaro Real Arévalo*
¿Dónde estás, que no te veo?
Nada más sentir el primer temblor de tierra, Bahjat
Elia Karakach, párroco de San Francisco, en Alepo, salió corriendo a la calle.
Todo estaba oscuro. Una niña le preguntó: «¿Dónde está Dios?». No pudo
responder con palabras. Quiso ser las manos de Dios, ayudando a todos los que
se acercaban a la parroquia. ¿Dónde está Dios? La gran pregunta. ¿Hay
respuesta? Grandes pensadores han intentado encontrarla de manera implícita o
explícita. CEU Ediciones acaba de publicar Autores en busca de autor, volumen II en el
que muestra el pensamiento de firmas tan distintas como la de Poe, Ishiguro,
Daniel Cotta o Frank Kafka, entre otras.
Muchas maneras de enfocarlo. C. S. Lewis muestra
en Perelandra el diálogo directo de Ransom
—protagonista humano— con Maledil —Dios—, «la lejanía y cercanía de la voz de
Dios, que habla tanto desde el interior como desde el exterior de la persona,
provocando (des)consuelo en su alma». Flannery O’Connor le pedirá a Dios
directamente en Prayer Journal: «Quiero ser la
mejor artista que me sea posible ser», y Él la escuchó en una vida no exenta de
sufrimiento. McCarthy en No es país para viejos escribirá: «Si un
hombre ha esperado ochenta y tantos años a que Dios entre en su vida, bueno,
uno piensa que al final va a entrar. Y si no lo hace, cabe suponer que sus motivos
tendrá […]. Lo que cuenta es que aquellos a quienes ha hablado son los que más
necesidad tenían de ello. No es cosa fácil de aceptar».
Gemma Calabresi lo sabe bien. Ser quedó viuda con
dos niños y embarazada de un tercero. Tenía 25 años. El terrorismo italiano
asesinó a su marido en la puerta de su casa. En La grieta
y la luz, de Encuentro, cuenta su experiencia de perdón. Dos
capítulos completos sobre la presencia de Dios. Al escuchar los disparos, sus
vecinas (madre e hija), rezaron una oración por la familia Calabresi. «Fue como
si alguien me hubiera tomado en brazos y yo, cuando me abandoné a ese abrazo,
me di cuenta, supe sin una sombra de duda, que me las arreglaría». «Estoy
segura de que Dios vino a mí aquel día en el sofá gracias a esta oración». Esa
fuerza le ayudó a entender el sentido de la justicia, el perdón y la memoria.
Muchos nos preguntaremos por la presencia de Dios.
Otros podrán experimentarla. A Dios se le busca, se le habla, se le implora,
pero no se le encuentra. Es Él quien aparece.
*(Editor Aleteia.org)
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