Jueves de Cine | Juan Orellana
El imperio de la luz. El camino de una mujer con
trastorno bipolar
El cineasta británico Sam Mendes nunca
ha dejado de probar diversos registros cinematográficos. Maestro del drama (American beauty, Camino a la perdición, Revolutionary road), hábil en el género bélico (Jarhead, 1917) y solvente en sus entregas de James Bond, en
su última pelÃcula vuelve al drama, y lo hace, como siempre, mirando de cerca
los aspectos más dolorosos de la condición humana, sin sucumbir al
escepticismo.
La pelÃcula nos lleva a la costa del sur de Inglaterra,
en el condado de Kent. Estamos en 1980, Margaret Tatcher lleva muy poco tiempo
al frente del Gobierno y se está dando un resurgir de grupos neonazis
xenófobos. En ese contexto nos situamos en el cine Empire, un edificio
emblemático de la región que ya solo tiene en uso dos de sus famosas salas. El
gerente es Mr. Ellis (Colin Firth), un hombre casado desaprensivo que induce a su
subgerente Hilary (Olivia Colman) a satisfacer sus impulsos sexuales. El resto
de empleados del cine son buena gente, incluido el huraño proyeccionista (Toby
Jones), al que le pesan sus errores del pasado. La protagonista de la historia
es la citada Hilary, una mujer madura, solitaria y marcada por un trastorno bipolar
que le ha llevado en ocasiones al ingreso hospitalario. Para permanecer estable
debe ser muy seria con el tratamiento de litio, algo que frecuentemente olvidan
los que padecen esta enfermedad cuando se sienten bien. La vida de Hilary va a
experimentar un cambio cuando entra en su vida Stephen (Micheal Ward), un nuevo
acomodador negro que sufre de vez en cuando agresiones racistas.
Sam Mendes nos habla de las relaciones humanas, que
a veces hieren y otras salvan. Hilary está acostumbrada a sentirse usada y
cuando encuentra a alguien que la aprecia por sà misma, experimenta un
renacimiento que, por su enfermedad, se puede volver contra ella. Pero la
amistad sincera e incondicional ofrece un camino seguro al que ella siempre
podrá volver. Esta trama dramática le sirve a Mendes como percha para colgar
asuntos de actualidad, como el odio al inmigrante, el abuso de poder o el
machismo. Pero lo hace sin empalagos ideológicos ni subrayados de corrección
polÃtica.
Por otro lado, el cineasta sitúa en el núcleo de la
pelÃcula un homenaje muy personal al cine. Al cine de la era predigital, a la
magia de la sala oscura. Y no solo porque todo ocurre en un emblemático cine,
sino porque la redención de Hilary va a pasar por el descubrimiento de las
pelÃculas como expresión de amor a la vida. No es casual el momento en el que
ella disfruta de la proyección de Bienvenido Mr. Chance,
y se identifica con el personaje que afirma al final de dicho filme: «La vida
es un estado mental».
El resultado de la pelÃcula deja un sabor
agridulce. Dulce porque los personajes van a encontrar su camino. Amargo por
los profundos dolores que los acompañan. Pero por ello también se agradece al
director que nos ofrezca una pelÃcula seria, sin soluciones tramposas ni atajos
falsos.
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