Reflexión | Miguel Ángel Munárriz/FA
El Señor
Lc
24, 13-35
«Nosotros
esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel»
El
seguimiento de Jesús había quedado hecho añicos, y el relato de los dos de
Emaús es un excelente testimonio de la desbandada que se produjo tras su
muerte. Habían creído en él como el futuro libertador de Israel; como el
restaurador de la estirpe de David, pero su fe había muerto al pié de la cruz:
«Creíamos que era éste… pero han pasado dos días…». Todo había terminado y era
hora de volver a la rutina diaria.
Peor
lo tuvieron sus discípulos más cercanos; los que le habían acompañado desde el
principio convirtiéndose en sus amigos. En la cena de despedida habían quedado
confusos y desconcertados por las palabras y los signos de Jesús. Ya en
Getsemaní, huyeron despavoridos cuando un pelotón de guardias y criados lo
prendió. Llegados en su huida al cenáculo, se atrancaron por miedo a los
judíos, y allí permanecieron angustiados por la suerte de su maestro y posiblemente
avergonzados de su cobardía. Pedro tuvo un arranque de valor, pero cuando se
vio en peligro negó conocerle.
Al
miedo y a la vergüenza se unieron las dudas. La cruz demostraba que Dios no
estaba con él, sino con los sacerdotes que lo habían vencido, y esa evidencia
tuvo que haber supuesto un golpe brutal para su fe.
Probablemente
permanecieron encerrados en Jerusalén hasta que finalizó la Pascua, y
probablemente también, salieron de Jerusalén mezclados con los peregrinos que
volvían a sus lugares de origen tras su celebración. Mateo nos habla de una
cita en Galilea, y Juan sitúa allí al núcleo más íntimo del grupo, que había
retomado las ocupaciones previas a la increíble aventura que acababan de vivir.
Todo
parecía haber acabado, pero el Espíritu se cruzó en sus vidas haciendo
resucitar la fe en el crucificado. Pero ya no era la fe en el mesías davídico
que ellos habían albergado en el pasado, sino la fe en “Jesús Señor”; tan
cercano a la divinidad que no eran capaces de ponerse de acuerdo para
formularla. Para Pedro, «Dios estaba con él», pero Juan se atrevió a mucho más,
y en el prólogo de su evangelio dejó plasmada su nueva fe de manera explícita:
«La Palabra era Dios».
No
sabemos cuál pudo haber sido la experiencia que provocó este salto trascendental
en su fe y les movió a creer en él, no ya como un enviado, sino como “El
Señor”. Lo que sí sabemos es que provocó un vuelco radical en sus vidas. Porque
un tiempo después de haber salido de Jerusalén aterrorizados por miedo a las
autoridades, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en
angustiosas dudas de fe, aquellos hombres se presentaron de nuevo en el Templo
afirmando, y empeñando su vida en ello, que lo habían visto vivo después de su
muerte:
«Varones
israelitas —es Pedro quien les habla— escuchad estas palabras: Jesús de
Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y
señales, fue entregado y muerto en la cruz por vosotros por medio de hombres
sin Ley. Pero Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por
cuanto no era posible que fuera dominado por ella; y nosotros somos testigos de
ello».
Publicado
por Feadulta.com
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